En mis publicaciones en este diario me he mostrado como un hombre pensando en el rol de la mujer en la sociedad, como un blanco hablando de racismo, como un ciudadano cuestionando a los políticos, como un heterosexual criticando algunos argumentos para promocionar la homosexualidad e incluso como un médico invocando a la responsabilidad del paciente. He puesto el foco en el otro. Hoy quisiera seguir las tradiciones socrática y psicoanalítica volviendo el foco sobre mí mismo y reflexionando sobre la función que estoy desarrollando.
Cuando uno habla se erige en sujeto, cuando habla de otro lo convierte en objeto de su discurso. Esto lleva a que determinados colectivos se opongan a que personas externas hablen de ellos. Así, se acuña el término 'mansplaining' para acusar al hombre que habla del lugar de la mujer, se critica al blanco que habla del racismo, etc. Ciertos colectivos han sido objetualizados y explotados por la sociedad y tratan de defenderse de esta manera.
Se puede entender que la mente humana estructura la realidad que percibe, que clasifica el mundo externo de acuerdo a ciertas categorías psíquicas. Más bien lo que hace la mente es construir la realidad, determinar con sus categorías si hay una diferencia substancial entre un blanco y un negro, entre un zurdo y un diestro, entre un manzano, un peral cercano al río y un peral lejano al río, etc. La realidad así construida se vehiculiza mediante la palabra en un discurso que se puede imponer a los otros determinando cómo tienen que ver el mundo y qué lugar ocupan en él.
La búsqueda del saber, la investigación, siempre es algo violento. No me refiero sólo a acciones y procedimientos como el robo de cadáveres por parte de los anatomistas para estudiar el interior del cuerpo, ni a los experimentos con animales (o con personas). Hay una violencia inherente en el intento de robar sus secretos a la naturaleza, de descubrir lo que está cubierto.
Cada cultura tiene sus tabúes, cosas de las que no se puede hablar, por respeto. Hay cuestiones religiosas que se adentran en el terreno de lo inefable, los judíos no pueden pronunciar el nombre de su Dios, los musulmanes no pueden representar gráficamente a Dios, como tampoco a personas ni animales, etc. En nuestro entorno, tradicionalmente no se ha podido hablar de sexo, hacerlo era considerado obsceno (y aún persiste esta actitud en algunos sectores) y existe una larga tradición de literatura lírica sugiriendo, aludiendo al tema, pero sin llegar a nombrar algo que se mantiene misterioso. Los ejemplos de lo inefable son innumerables.
Como postura extrema, el taoísmo propone ser uno con la naturaleza, no construir un pensamiento, un discurso que la cosifique y que nos aparte de ella como sujeto conocedor. De forma más parcial, la prohibición de comer el fruto del árbol del bien y del mal que da conocimiento sobre ellos, o la transgresión que supone robar el fuego de los dioses, hablan de una apuesta por el no saber, por el no decir, para respetar el mundo, o parte de él, como algo a no conocer. Por el contrario, al erigirnos en sujetos conocedores nos desligamos del mundo, nos individuamos y utilizamos la naturaleza (o la sociedad) o abusamos de ella, con acciones que pueden llevar a su destrucción. En el terreno humano, la toma de conciencia de que estamos inmersos en una estructura social y los múltiples experimentos por mejorar esta estructura han hecho correr ríos de sangre desde la Revolución Francesa a nuestros días.
Ante la disyuntiva de subjetivarnos mediante el conocimiento o mantenernos en la inocencia de la ignorancia, resultan relevantes los conceptos propuestos por la psicoanalista Piera Aulagnier. Ella habla de violencia primaria como aquella violencia necesaria que ejerce la madre al interpretar los mensajes inciertos del bebé. Al intentar atender las necesidades del niño, la madre les da forma, le impone una forma de entender su situación y unas soluciones para sus problemas. Ningún niño pediría un biberón, un pañal limpio o una chaqueta si no le hubiesen enseñado a hacerlo. Este concepto de violencia primaria se opone al de violencia secundaria, mediante la cual la madre impone al bebé las propias necesidades de ella, no da forma a las de él sino que las distorsiona y, por ejemplo, le enseña a mostrarse siempre sonriente o a resolver con chocolate vacíos emocionales de distinto tipo.
Yo apuesto por el ejercicio de la violencia primaria, por erigirnos en sujetos y tratar de conocer, de construir, nuestro mundo de modo que todos podamos vivir mejor en él. En un momento de crisis social y política como la actual, creo que tenemos la responsabilidad de hacer algo así.
Eso es lo que intento hacer cuando hablo de los otros, y de mí mismo. No intento imponer mi modo de ver la realidad, sino proponer visiones sobre las que dialogar avanzando en la construcción de modelos de realidad más inclusivos que faciliten el desarrollo de las personas. Una gran virtud que ofrece este diario es la posibilidad de contestar a mis escritos mediante comentarios, con lo que se reduce algo el riesgo de ejercer la violencia secundaria. Soy consciente de la violencia de pensar, de la violencia primaria que ejerzo. Creo que, como considera cualquier madre ante el campo indefinido de las necesidades de su bebé, no ejercer esta violencia constituiría un abandono tanto de mi responsabilidad ante el otro, como de mi posición de sujeto.
En mis publicaciones en este diario me he mostrado como un hombre pensando en el rol de la mujer en la sociedad, como un blanco hablando de racismo, como un ciudadano cuestionando a los políticos, como un heterosexual criticando algunos argumentos para promocionar la homosexualidad e incluso como un médico invocando a la responsabilidad del paciente. He puesto el foco en el otro. Hoy quisiera seguir las tradiciones socrática y psicoanalítica volviendo el foco sobre mí mismo y reflexionando sobre la función que estoy desarrollando.
Cuando uno habla se erige en sujeto, cuando habla de otro lo convierte en objeto de su discurso. Esto lleva a que determinados colectivos se opongan a que personas externas hablen de ellos. Así, se acuña el término 'mansplaining' para acusar al hombre que habla del lugar de la mujer, se critica al blanco que habla del racismo, etc. Ciertos colectivos han sido objetualizados y explotados por la sociedad y tratan de defenderse de esta manera.