«Todo en él era viejo, salvo sus ojos», escribía Hemingway en El viejo y el mar. Una metáfora poética de la vida que logras comprender al ver al joven Manolín cuidar de Santiago al llegar a puerto.
Para alguien como yo, que ha vivido con y junto a sus abuelos hasta el final de sus días, los cuidados en el entorno del hogar no son difíciles de comprender. Todo lo contrario. Serían impensables de ignorar. Y, sin embargo, no puedo evitar vivir con asombro y tristeza como en las últimas décadas hemos asistido impasibles a la involución de la concepción del envejecimiento cuyo clímax más perturbador llegó a las residencias de ancianos durante la segunda ola de la pandemia en la Región de Murcia.
La pandemia nos debería hacer reflexionar seriamente sobre si esta involución no la podríamos haber evitado educando en valores, tanto en casa como fuera de ella, que era justo lo que pretendía “la demonizada” Educación para la Ciudadanía de Zapatero. Crear y fomentar lazos de respeto en la convivencia intergeneracional para que las nuevas generaciones comprendan la importancia de tratar con respecto y dignidad a nuestros mayores.
Demasiado tiempo llevaba la Marea de Residencias exigiendo un «cambio de 360 grados» en las políticas de gestión de las residencias de mayores en la región antes de que la Covid-19 se colara entre las sábanas de los residentes. Pero la sociedad tan solo reaccionó al ver, cual Santo Tomás, las imágenes de la vergüenza por todos los medios nacionales del país.
El Partido Socialista de la Región de Murcia, que lleva en el ADN de sus convicciones la Justicia Social, no desoyó la petición de ayuda de familiares y trabajadores de algunas de las residencias afectadas; como sí hizo el gobierno regional de López Miras al votar en contra (junto a Cs y Vox) de la constitución de una Comisión de Investigación. Y se sumó con su denuncia a las diligencias de la Fiscalía el mismo día que fueron abiertas.
La pandemia se ha mostrado en la región con una radiografía dolorosa del estado de salud del actual modelo (sin inspecciones ni auditorías periódicas) concebido hace 25 años para un residente en buenas condiciones. Y, sin embargo, el confinamiento también ha dejado a la juventud grandes lecciones con centenares de abuelos y abuelas “conectados a la red” a través de Skype o videollamadas de WhatsApp demostrando que “el hábito no hace al monje”. Todo esfuerzo ha sido poco para estar como siempre.
La Región no escapa a esta tendencia imparable de envejecimiento activo que, según la ONU, sitúa a España como el país más envejecido del mundo en 2020. Un hecho que está provocando un necesario cambio incluso en la oferta de viviendas accesibles que la Fundación Pilares recoge en su libro “Viviendas para personas mayores en Europa”. Una transición desde el agotado y clásico modelo institucional de residencia hacia el lógico y nuevo modelo de hogar.
Conscientes de este imparable cambio, el PSRM ha tendido nuevamente la mano al gobierno regional ofreciendo un “Plan socio-sanitario de rescate” frente a la crisis de la COVID-19 que aboga por cambiar el modelo de residencias y la prolongación de la vida autónoma que todo ser humano desea baja la idea de “vivir como en casa”.
Un modelo residencial adaptado a la nueva realidad que pivote sobre el principio de autodeterminación de la persona y que trate de superar el modelo actual basado en la satisfacción de necesidades y provisión de cuidados fundamentalmente asistenciales y sanitarios a través de microresidencias o unidades convivenciales con un máximo de 15 personas. Un tránsito que hoy es más posible que nunca gracias al incremento de 600 millones de euros de la dotación a la dependencia. Y al reparto entre las CCAA de los 750 millones de euros destinados a impulsar la economía de los cuidados.
Una apuesta clara del PSOE por la Política Social cuyo fin último son las personas. Porque al final del camino, al llegar al último puerto, en el fondo todos queremos lo que el viejo Santiago de Hemingway. Reposar en casa al cuidado de nuestro particular Manolín.
«Todo en él era viejo, salvo sus ojos», escribía Hemingway en El viejo y el mar. Una metáfora poética de la vida que logras comprender al ver al joven Manolín cuidar de Santiago al llegar a puerto.
Para alguien como yo, que ha vivido con y junto a sus abuelos hasta el final de sus días, los cuidados en el entorno del hogar no son difíciles de comprender. Todo lo contrario. Serían impensables de ignorar. Y, sin embargo, no puedo evitar vivir con asombro y tristeza como en las últimas décadas hemos asistido impasibles a la involución de la concepción del envejecimiento cuyo clímax más perturbador llegó a las residencias de ancianos durante la segunda ola de la pandemia en la Región de Murcia.