Se ha oído mucho un aforismo atribuido a Voltaire como paradigma de la profesión de fe democrática. “Estoy en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo” es la frase que se le atribuye erróneamente al ilustrado francés. Pues no. No la dijo Voltaire. En realidad es de su biógrafa británica Evelyn Beatrice Hall, que la dejó en el libro 'Los amigos de Voltaire', firmado con el pseudónimo de Stephen G. Tallentyre.
Esa inexactitud no quita para que el aserto haya sido utilizado ampliamente para mostrar la oposición entre adversarios o disidentes políticos y, al mismo tiempo, reafirmar la convicción o la necesidad de salvaguardar la libertad de expresión y transmisión de ideas en un sistema de libertades. En democracia, vamos.
Bien entendido de que se trataba y se trata de defender que todos y cada uno goce del derecho a comunicar lo que piensa y, al tiempo, cada uno y todos ejerzan la obligación de defender que lo haga. Por eso ha sido el aforismo pseudovolteriano ampliamente usado para subrayar la libre transmisión del pensamiento frente a las censuras y prohibiciones propias del autoritarismo… y del totalitarismo. Especialmente en tiempos difíciles para la libertad de expresión.
O para la democracia. Como dizque ocurre ahora, según conocidos y prestigiosos politólogos, a causa de las salidas de pata de banco de los voceros de Vox, que encuentran cobijo o justificación en la parte más rancia de la derecha “popular”. Por lo dicho, escuchado y presenciado en las últimas semanas durante la campaña electoral madrileña parece fuera de cuestión que, efectivamente, la llamada antes “democracia burguesa” sufre embates autoritarios con marcado carácter ultraderechista.
No solo en España: en la patria de la libertad moderna, el 'nuevo' partido de Marine Le Pen se apresta a, el año que viene, superar holgadamente la primera vuelta y volver a disputar la segunda de la elección presidencial con visos, por primera vez, de poder llegar al Elíseo a pesar del nuevo cordón sanitario que los restantes partidos del espectro harán en esa ulterior votación para intentar impedirlo.
Los peor pensados aseguran que al sur de los Pirineos no se tardará mucho en presenciar un escenario similar, dada la ausencia de ese cinturón político gracias a la que los representantes de la ultraderecha pactan y condicionan gobiernos de derecha, como pasa ahora en Madrid –– donde Díaz Ayuso no ganó la anteriores elecciones autonómicas–– o en Murcia ––donde tampoco López Miras fue vencedor––. O en Andalucía, donde tampoco ganó Juan Manuel Bonilla. En las tres regiones fue el PSOE el más votado.
También en los tres casos, gracias a la complicidad de Ciudadanos, el PP ha facilitado el acceso nunca antes imaginado a los resortes del poder a los ultraderechistas salidos de Vox, aunque sean tránsfugas irredentos como en el caso de Murcia. De forma y manera que el dicho apócrifo de Voltaire ha servido para que la derecha española recupere indirectamente sus esencias franquistas permitiendo que los descendientes políticos del nacionalcatolicismo versión neocon, despojados del carácter estatalista de aquel, condicionen o incluso impongan modos y maneras claramente reaccionarios en Madrid, Murcia y Sevilla. Sin preferencias: por orden alfabético.
Ni siquiera ha sido capaz la derecha tradicional española a ser fiel a aquello que no dijo Voltaire, pero imponiendo al hablante la soledad del desierto político, como se hace en Francia, Alemania, Italia… El resultado, a la vista está. Y con tendencia a empeorar, como posiblemente se verá después del cuatro de mayo madrileño.
Las impresentablesy peligrosas boutades que se están viendo en Murcia desde que Vox es determinante gracias al PP ––con punta de lanza principal en la Consejería de Educación–– serán moneda corriente en la autonomía central del Estado si pasa lo que muchos no quieren que pase: que Ayuso barra en las urnas. Es lo que ocurre cuando se da crédito al payaso que atrae público a las puertas del circo, sin reparar en que puede convertirse en el león que al final se come al mal domador. Pero esto tampoco lo dijo Voltaire. Vale.
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