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“Volverás a tu huerto y a tu higuera”

A los hombres y mujeres de la tierra, como diría el poeta Miguel Hernández, “se nos ha ido, como el rayo”, Pedro, un huertano de trinchera.

Allá por el 2007, Pedro y su mujer, Violante, saltaron a las portadas de los medios por protagonizar una lucha similar a la de David contra Goliat, por la defensa de su “casica” situada en plena Huerta de Murcia y por la que estaba proyectada que pasase una carretera –que ya pasa-, una zona de nuevos desarrollos urbanísticos -hoy por cierto semi-habitados y semi-pagados-.

Pedro y Violante hicieron honor a la etimología de sus nombres: Violante, del latin Icunda que significa sonriente y Pedro de petrus, piedra. El hombre pétreo y la mujer alegre, emprendieron una lucha que emanaba desde lo más profundo de su moral de gente de la tierra; ellos querían seguir viviendo en la huerta, querían seguir siendo huertanos, no pedían que se les comprara la casa, no pedían indemnizaciones, el dinero es algo vacío para la gente de la tierra, ellos sólo pedían seguir siendo huertanos, y estaban dispuestos a todo.

Recuerdo la voz de Pedro, cuando lo entrevistaba y me decía “nena, no ves qué hermosura de patio con mi higuera; y mira esas conejeras, las construí yo con mis manos, y esas paredes tambíén… ¡Hemos padecío mucho para poder estar aquí en esta sombrica del patio, y ahora…!” .

La voz de Pedro, era tan pétrea como su nombre, una voz azul oscura, intensa, y que se entrecortaba, esa voz de abuelo curtido, acostumbrado al trabajo, acostumbrado a servir, pero una voz que no se doblegaba, y que no entendía de planes generales urbanísticos, sobre todo porque el concepto de bien común brillaba por su ausencia, en este nuevo atropello ladrillero.

Pedro y Violante, colocaron pancartas en su casa de huerta, abrían la puerta a los periodistas y nos ofrecían un buen café, además de una interesante visita por su casa, su huerto, sus conejeras… (era inevitable no sentirte parte de ellos, el olor a hoja de higuera , el sonido de un patio tranquilo, el murmullo de las habitaciones donde sus nietos jugaban, y todo lo impregnaba ese olor a huerta, mezcla de limonero, brisa, tierra…, inevitable no atrincherarse con ellos).

Hubo lucha, sí, claro, pero ¿hubo justicia? Pedro y Violante interpusieron un recurso para pedir al Ayuntamiento de Murcia, que en caso de desalojarlos, le consiguieran una vivienda en régimen de alquiler en cualquier zona de la huerta de Murcia, para que estos ancianos (que no viejos) pudiesen finalizar sus días con la dignidad que requieren en un entorno similar, ya que como el mismo Pedro me explicó en un reportaje “¿A qué me voy a ir yo a un piso? Ese va a ser mi final”.

¿Qué sucedió? Pues que por encima de la casa de Pedro y Violante pasa la Avenida Miguel Induráin, el Ayuntamiento y el Tribunal rechazaron la opción de conseguirles una solución habitacional en la huerta, y les realojó en un piso.

Violante murió meses después, de pena dicen, y no lo dudo, porque sólo puede morir de pena la gente que tiene alma.

Pedro Camacho, un “huertano legítimo”, versionando a García Lorca, nos dejó el pasado día 26 de Abril, me cuentan que vivió con dignidad hasta el ultimo momento, con la misma dignidad que trató a la gente y a la tierra, con la misma entereza que defendió un modo de vida. Inevitable, Pedro, recordar tu voz azul, profunda, luchando bajo tu higuera.

 

A los hombres y mujeres de la tierra, como diría el poeta Miguel Hernández, “se nos ha ido, como el rayo”, Pedro, un huertano de trinchera.

Allá por el 2007, Pedro y su mujer, Violante, saltaron a las portadas de los medios por protagonizar una lucha similar a la de David contra Goliat, por la defensa de su “casica” situada en plena Huerta de Murcia y por la que estaba proyectada que pasase una carretera –que ya pasa-, una zona de nuevos desarrollos urbanísticos -hoy por cierto semi-habitados y semi-pagados-.