Hay filósofos que desarrollan sistemas de pensamiento completos y coherentes con los que explicarlo todo. También hay partisanos que se adscriben a uno de estos sistemas, abrazándolo tan completamente que resulta difícil distinguir el modelo teórico del pensamiento individual. A diferencia de ambos, yo navego en la ignorancia y la incertidumbre tratando de pensar cada tema que se me presenta. En muchas de estas cuestiones no logro adoptar un posicionamiento claro y, especialmente, fracaso en el intento de articular las distintas ideas en un todo coherente.
Por ello, en muchas de mis reflexiones no intento cartografiar una idea partiendo de una base sistemática que le dé coherencia, sino que tomo un referente parcial ya constituido, frecuentemente una noticia o un artículo periodístico, y trato de razonar a partir de él. Así, pretendo desarrollar una dialéctica con la que avanzar en el discernimiento de las ideas en cuestión y agradezco enormemente las ocasiones en las que alguien da el siguiente paso discutiendo a su vez mis planteamientos.
Esto es lo que ha ocurrido con mi artículo 'La eutanasia de los enfermos mentales', en torno al cual un lector identificado como Lisarri ha desarrollado un comentario amplio y bien argumentado al que quisiera contestar, profundizando en la dialéctica antes mencionada.
Recojo y acepto la acusación de cometer un error lógico al aplicar el término eutanasia a los asesinatos que los nazis designaban con este término. Efectivamente, aprecio que el uso torticero de un término no debe ser confundido con el concepto en sí, aunque rechazo la acusación de inmoralidad y de ignorar esta diferencia por motivos ideológicos. Lo que pretendía expresar en ese punto es que cualquier significante tiende a la polisemia y a la evolución en un proceso que no sigue las leyes de la lógica aristotélica. El rigor terminológico que Lisarri me exige, y que yo deseo tal como expresé en otro momento, choca con una realidad lingüística fluida en la que el riesgo de las pendientes resbaladizas y la subversión de las ideas es inevitablemente real. Por decirlo claro, no creo que la idea de la pendiente resbaladiza sea una falacia tal como se me imputa.
Respecto a otra acusación, creo que no confundo la vida biológica con la 'vivida'. Simplemente considero que la primera tiene un valor que no 'establece cada cual', como tampoco lo hacen el cura o el psiquiatra, sino que depende de la consideración que le dé la sociedad. Los derechos humanos, que constituyen una expresión de valores de nuestra sociedad (incluso si no los consideramos universales o alguien no está de acuerdo con ellos) establecen la valoración de la vida biológica como un derecho inalienable, es decir, no renunciable por el sujeto.
Como psiquiatra veo cada día personas con distintos grados de deseo de morir (y la mayoría de ellos tienen una enfermedad mental). El encargo que me hace la sociedad no consiste en considerar que “la voluntad de las personas está por encima del respeto a leyes emanadas por personajes imaginarios”, tal como propone Lisarri. Los médicos tenemos un compromiso con la vida que arranca en Hipócrates y se continúa a lo largo de toda la historia. Además, respetamos la ley, que no emana de personajes imaginarios sino que desempeñan una función simbólica, estructurante de la sociedad. Sin ley no sólo caemos en la anarquía social, sino que la salud mental se colapsa en la psicosis y en la imposibilidad de ser libre.
En cuanto a los curas, vehiculizan un código ético tradicional que defiende la vida. Eso es algo que respeto, y valoro, pero no me he basado en la doctrina de la iglesia en mi exposición.
Coincido con la presunción de Lisarri de que la persona que aprobó la eutanasia de Shanti de Corte no buscaba reducir gastos asistenciales, sino satisfacer la petición de la joven. Ahora bien, las motivaciones de una acción concreta suelen ser múltiples y no estrictamente personales sino condicionadas por el sistema en que se engranan. Así, tanto el marco legal como la existencia o ausencia de alternativas de tratamiento pueden inducir tanto a pacientes como a médicos a optar por unas opciones u otras.
En relación a la pregunta de Lisarri, no sé qué tratamientos recibió o le fueron ofrecidos a Shanti de Corte, pero en la noticia que comento (referenciada mediante hipervínculo en mi artículo anterior) no hace mención a ello. De ahí deduzco que la discusión no se está estableciendo en si esos tratamientos son adecuados o habría que considerar otros, sino en la resolución del problema con la eutanasia. Creo que habría que ampliar el foco del planteamiento.
Cuando digo que la enfermedad 'parecía' incurable, apunto a que en la gran mayoría de los casos es imposible predecir con certeza la evolución de una enfermedad mental. Cuando se diagnostica estrés postraumático, siguiendo catálogos como la CIE o el DSM, se identifican unos síntomas concretos tras la ocurrencia de una experiencia disruptiva. En este tipo de diagnóstico se obvian la estructura de la personalidad y los recursos del paciente, sin cuya consideración es imposible establecer un pronóstico adecuado. Además, el estrés postraumático de por sí ni siquiera suele ser considerado un “trastorno mental grave” y resultaría muy discutible categorizarlo de entrada como incurable. La cuestión de los diagnósticos psiquiátricos y sus consecuencias requiere un abordaje más amplio del que puedo plantear aquí.
Discrepo frontalmente con Lisarri cuando afirma que “la posibilidad de someter a la eutanasia a los enfermos mentales es la misma que la de cualquier otra persona”. No hace falta leer a Foucault para apreciar la vulnerabilidad de este colectivo en particular y la historia nos muestra el riesgo de que se aplique algo, llamado eutanasia o de otra forma, que ponga fin a la vida de aquellos a los que la sociedad rechaza.
También discrepo con su afirmación de que “no es el sistema médico el que acaba con la vida de nadie en el caso de la eutanasia, sino el que ayuda a cumplir la voluntad de la persona enferma”. El tema de la voluntad (y el consentimiento) es muy espinoso. Ya decía Lacan que “el deseo es el deseo del Otro”, y esto es algo que habría que examinar más detenidamente que lo que me permite la extensión de este artículo. Lo que me parece difícilmente discutible es que si un médico le inyecta una sustancia letal a una persona, no consideremos que está acabando con su vida.
Más allá del problema de la eutanasia, que abordo de forma incompleta y discutible, quisiera agradecer a Lisarri la oportunidad que me da de “pensar con” alguien, de debatir. Esto es algo que difícilmente se puede valorar en exceso.
Hay filósofos que desarrollan sistemas de pensamiento completos y coherentes con los que explicarlo todo. También hay partisanos que se adscriben a uno de estos sistemas, abrazándolo tan completamente que resulta difícil distinguir el modelo teórico del pensamiento individual. A diferencia de ambos, yo navego en la ignorancia y la incertidumbre tratando de pensar cada tema que se me presenta. En muchas de estas cuestiones no logro adoptar un posicionamiento claro y, especialmente, fracaso en el intento de articular las distintas ideas en un todo coherente.
Por ello, en muchas de mis reflexiones no intento cartografiar una idea partiendo de una base sistemática que le dé coherencia, sino que tomo un referente parcial ya constituido, frecuentemente una noticia o un artículo periodístico, y trato de razonar a partir de él. Así, pretendo desarrollar una dialéctica con la que avanzar en el discernimiento de las ideas en cuestión y agradezco enormemente las ocasiones en las que alguien da el siguiente paso discutiendo a su vez mis planteamientos.