Cuando decimos democracia estamos hablando de una doctrina política en la que el pueblo elige el gobierno. La solemos identificar con la libertad en plenitud y con un Estado de derecho que garantice el bienestar y la prosperidad para todos y todas, sin excepción. Un sistema político en el que el partido que gane las elecciones sea garante de este marco para que la democracia como tal se vaya desarrollando y adquiera cada vez mayores niveles de libertad y justicia. La democracia debe estar basada en el respeto de los derechos humanos sin ningún tipo de condicionante.
Nuestra democracia y otras de algunos países del mundo empezaron hace algún tiempo a tener otro marco distinto que las reduce a votar cada cierto tiempo. En principio, también deberíamos poder ejercer la libertad de expresión sin que suponga ir a la cárcel, aunque ya se han producido sentencias condenatorias por expresiones más o menos afortunadas en nuestro país.
La gente puede elegir, pero muchas decisiones políticas no recaen en la soberanía popular, sino la soberanía financiera y el poder absoluto de quienes controlan la economía.
Los países han perdido su libertad porque hoy se domina y se controla una nación, -también a la ciudadanía- con la deuda, cuestión favorecida por la descapitalización de los Estados que han privatizado lo que les permitía obtener grandes ingresos, como las eléctricas, y también causada por la bajada de impuestos, sobre todo, a los más ricos. Esto obliga a los Estados a estar sometido a los inversores y especuladores con un mecanismo de chantaje -entre otros- que es la prima de riesgo, que no es otra cosa que prestar dinero, comprar deuda estatal, a un mayor interés.
Hemos llegado a una situación en la que si los Estados no reciben ese dinero prestado de los usureros internacionales, dejarían de funcionar. Esto ya no es una democracia porque esa soberanía popular ha sido sustituida, con la complicidad de los gobiernos y otros poderes afines, por la soberanía económica y financiera.
¿Quién manda en España? El pueblo no, mandan las bolsas y los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los Bancos Centrales. Los que poseen los grandes capitales son los que mandan. Para que exista una democracia política tiene que haber una democracia económica. Tienen que existir condiciones sociales y económicas que permitan pensar y votar con libertad y sin miedo. Hay clase trabajadora que dice que votaría a la izquierda, pero que vota a la derecha porque son los que tienen el dinero y si ellos están contentos puedan dar trabajo, aunque sea en condiciones inhumanas e injustas. ¿Qué libertad tienen los trabajadores y trabajadoras en estas condiciones socioeconómicas? ¿Se le puede llamar a esta situación democracia?
El problema añadido es que si alguien promete seguridad, identidad y pan y te pide a cambio que renuncies a tu libertad, incluso a la propia democracia, posiblemente lo aceptes. La frustración y la decepción social es enemiga de la democracia. Lo estamos viviendo en todos los rincones del mundo, incluida España.
Este sistema nos va esclavizando y lo consigue con la estrategia de empobrecernos de tal manera que nuestras necesidades básicas no se puedan cubrir. Eso nos hace dependientes de los adinerados, los empresarios y los banqueros. Renunciamos a la libertad y a la justicia por el alimento de cada día, por intentar acceder a la educación, a servicios culturales, a la vivienda, en definitiva, a una vida digna.
¿Qué libertad puede tener un trabajador precario? Es triste oír a un sindicalista de toda la vida, con lágrimas en los ojos, decirle a su hijo que no haga huelga ni reclame sus derechos porque va a perder el trabajo o no se lo van a renovar. Para ejercer la libertad tiene que existir una situación donde no haya coacción o chantaje. Para que exista democracia en el sentido profundo de la palabra hay que garantizar el trabajo como un derecho, no como un privilegio o como una suerte; y un trabajo con un salario justo, de lo contrario la única libertad estará en la tiranía de los enriquecidos, de los privilegiados. Cuando convertimos al ser humano en una mercancía la democracia desaparece, sólo queda la palabra.
Vivimos en una aparente democracia porque una minoría posee el poder económico y político, mientras que la gran mayoría posee la pobreza y su fuerza de trabajo, que es de usar y tirar. ¡Cuánto trabajadores y trabajadoras a partir de los 45 años buscan trabajo desesperadamente y no encuentran! Y, para mayor sufrimiento, se retrasa la edad de jubilación, lo que supone no tener ingresos en una franja de más de 20 años.
Mucha gente quiere formar una familia y le gustaría tener hijos, pero no tiene la seguridad mínima para ello. Sus vidas están llena de incertidumbre, miedo y escasez de recursos, por tanto, no tienen la libertad para ello, no pueden elegir, están condenados a vagar buscando algún trabajo eventual para subsistir. ¿Dónde está la libertad y la justicia? No pueden elegir entre formar o no una familia.
La aceptación de todo esto desde la resignación y la obediencia supone que aceptamos este sistema no democrático e inmoral como algo natural y normal.
Por eso:
Cuando dejas de albergar esperanzas, la democracia como tal muere.
Cuando delegas tu responsabilidad y compromiso en un partido político, sindicato u organización social, la democracia como tal muere.
Cuando tus miedos se apoderan de ti y renuncias a la libertad, la democracia como tal muere.
Cuando dejas de pensar y de analizar el por qué de lo que ocurre, la democracia como tal muere.
Si elegimos programas de evasión y entretenimiento y eludimos todo aquello que nos puede hacer pensar y sentir como seres humanos, la democracia como tal muere.
Cuando se manipula la información y se miente con noticias falsas (fake news), la democracia como tal muere.
Cuando los que han provocado esta estafa financiera y esta crisis económica te hacen sentir que tienes un enemigo y un enemigo común como son los empobrecidos, los refugiados y los inmigrantes porque te pueden quitar lo poco que tienes, cuando han sido las élites sociales, económicas y financieras quienes te lo han robado, la democracia como tal muere.
Cuando nos dejamos llevar por el poder, la ambición del conmigo o contra mí, sea en la institución que sea, sea en el partido que sea, la democracia como tal muere.
Si pienso que soy lo que produzco, lo que consumo y lo que compro, y no mis valores, principios, sentimientos, pensamientos y compromisos, la democracia como tal muere.
Si pienso solo en mí, en el individualismo, y creo en el sálvese quien pueda, y no en el nosotros y en el bien común, y en una sociedad justa, humana e inclusiva, en el respeto y conservación del medio ambiente, la democracia como tal muere.
Si consideramos a las personas utópicas que quieren cambiar las estructuras actuales como carentes de todo sentido de la realidad y trasnochadas, la democracia como tal muere.
¿Qué nos queda? ¿Qué podemos hacer? Recuperar nuestra dignidad como personas, hacer el sacrificio y el esfuerzo de pensar críticamente, de no renunciar ni delegar nuestra libertad y nuestra corresponsabilidad social. La libertad, la justicia y la paz tienen que ser conquistadas permanentemente. Que la inhumanidad, la indiferencia y la complicidad no tengan la última palabra.