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Sobre este blog

'Murcianos con Historia' tiene como objetivo recordar y conocer mejor a los personajes históricos que han dejado su huella en la Región y más allá. Intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el sureste de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte.

Antonete Gálvez, una vida de revolución por tierra y mar

Ilustración de Antonete Gálvez por MARÍA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ

Antonio Luis Martínez Rodríguez

Desgranar una figura histórica tan compleja como el denominado Padre del Cantón Murciano es hablar de ideales, conspiraciones, intransigencia, progresismo, exilios, lucha armada, libertad, resistencia, federalismo, derechos, sierra, huerta, mar, pólvora y azahar.

En definitiva, hablar de Antonete es hablar de revolución. Una vida marcada de principio a fin por la constante y tenaz lucha por unos ideales forjados en el republicanismo federal con Denominación de Origen de la Huerta de Murcia. Solo en personas como él cobra sentido la frase “tirarse al monte” en su máxima expresión.

Antonio Gálvez Arce, más conocido como Antonete, nació en el seno de una familia de labradores en la pedanía murciana de Torreagüera un 29 de junio de 1819. Compaginando el trabajo de la huerta con aprender a leer y escribir, se fue impregnando de las ideas liberales que le inculcaban los libros y su propio padre. En 1843 ya dirigía una columna de las Milicias Nacionales de Torreagüera y, en ese mismo año, se casó con su perpetuo amor Dolores Arce Tomás. Con ella tendría seis hijos, siendo el hogar familiar el Huerto de San Blas, o lo que es lo mismo, la eterna Ítaca kavafiana de Antonete.

Junto a la política y la oratoria, la lucha armada siempre fue uno de los instrumentos que Antonete mejor supo utilizar para defender los ideales en los que tan fervientemente creía. Poco a poco va participando en diversas conspiraciones antidinásticas como en la Revolución de 1854, entrando en la capital del Segura con un grupo de huertanos armados.

No sería hasta el denominado Sexenio Revolucionario cuando su figura alcanzaría la fama de revolucionario que le acompañaría hasta su lecho de muerte. Al enterarse de la llegada a Cartagena del General Prim en la fragata Zaragoza en septiembre de 1868, Antonete se dirige a Murcia con 500 jóvenes para secundar la revolución denominada como “La Gloriosa”. Con ella se consiguió el exilio de Isabel II y la llegada de Amadeo de Saboya al trono español, estableciéndose así un régimen político democrático en forma de monarquía parlamentaria.

Antonete, ya como concejal en el Ayuntamiento de Murcia, organizaba la Milicia mientras se reafirmaba en la idea de una república federal junto a sus amigos Jerónimo Poveda y Diego Rueda. Ideales que le llevaron a unirse a la conspiración dirigida por burgueses antidinásticos contra el monarca de la Casa de Saboya, siendo el 30 de septiembre de 1869 cuando se alzó en armas en la sierra del Miravete con el objetivo de la supresión de quintas y consumos. Cuatro días aguantaron estos 800 rebeldes huertanos hasta que, al estar rodeados en la sierra y faltos de munición, escaparon de las fuerzas centralistas. Al ser condenado a pena de muerte, Antonete se embarcó desde Torrevieja hacia Orán, no volviendo a su tierra hasta la amnistía de marzo de 1870.

Vuelto del exilio con fuerzas renovadas para difundir la idea federal a toda Murcia, trabajó en la organización y propaganda del federalismo en su tierra. Fue en contra de las levas para luchar en las guerras coloniales cuando Antonete volvió a dirigir a 500 hombres de los quintos huertanos en 1872 con la ayuda de su hijo Enrique, realizando una jugada estratégica en la que acabó tomando, aunque por poco tiempo, la ciudad de Murcia con una pequeña parte de sus efectivos. Tres meses escabulléndose por la sierra le esperaban por delante, llegando a escapar de los pelotones de la Guardia Civil hasta en la propia Nochebuena de ese mismo año.

Tras la renuncia al trono del rey Amadeo I y la consecuente aprobación de la I República española en febrero de 1873, Estanislao Figueras acaba presidiéndola provisionalmente. Un hecho histórico fuertemente celebrado en Murcia y Cartagena con la presencia de Antonete, el cual ocupó el cargo de diputado en las Cortes en marzo y recibió el título de presidente de honor del Partido Federalista Murciano por su lucha incansable en expandir los ideales republicanos.

En las elecciones de mayo ganaron por mayoría absoluta los republicanos federales, estando entre los diputados elegidos por la provincia de Murcia Antonete Gálvez. En junio se acabó aprobando la República Federal, hecho que supuso la dimisión de Estanislao y la elección como presidente del federalista Francisco Pi i Margall. Pero la lentitud, el retraso y las diferentes trabas que se dieron durante los diferentes gobiernos a la idea federal, la crisis económica y el envío de jóvenes a las guerras coloniales, generaron una gran inestabilidad política que provocó la insurrección política del cantonalismo, levantamiento en el que Antonete se erige como una figura determinante.

Desde Madrid, el Comité de Salud Pública dirigido por Roque Barcia orquestó la sublevación en diferentes ciudades de España. El apodado León de Torreagüera organizó el levantamiento cantonal en la provincia de Murcia junto al general Contreras, Manuel Cárceles y otros tantos republicanos federales, forjándose así la idea de formar un cantón regional con territorios que conformaban, en gran medida, el ya extinto Reino de Murcia.

Cartagena realizó el pistoletazo de salida proclamando el Cantón el 12 de julio de 1873 a manos de Manuel Cárceles, comenzando con la negación al cambio de relevos de la guarnición del castillo de Galeras y constituyéndose la Junta Revolucionaria de Salvación Pública. La bandera turca ensangrentada ondeaba ya en el castillo de Galeras, tal y como refleja el histórico telegrama “El castillo de Galeras ha enarbolado bandera turca”. Mediante esta sublevación se tomó el ayuntamiento, el arsenal y las baterías de costa, pero la flota de cinco fragatas, dos vapores y una corbeta amarrada en el puerto cartagenero tuvo que esperar a la arenga de Antonete para que la tripulación de la armada española se adhiriese a la causa cantonal.

Tras varias juntas y gobiernos provisionales, se creó la Junta Revolucionaria dirigida por Roque Barcia, siendo nombrado Antonete Gálvez General de las Fuerzas de Mar y Tierra. El 15 de julio la Junta de la ciudad de Cartagena reclamó “que se lleve a efecto la formación del Cantón Murciano, con la autonomía municipal y Cantonal”, coexistiendo en la ciudad portuaria tanto el propio gobierno del Cantón Murciano como el gobierno republicano de la Federación Española.

Numerosas ciudades del Levante y Andalucía proclamaron cantones, entre ellas Murcia, tomando su ayuntamiento en una insurrección dirigida por Jerónimo Poveda, Saturnino Tortosa y la presencia de Antonete Gálvez. Así se formó la Junta de Murcia unida a la de Cartagena para la conformación del ansiado Cantón Murciano.

Tras ser elegido en las Cortes Nicolás Salmerón como nuevo presidente de la República, este realizó todo lo posible para sofocar los diferentes cantones, los cuales tomó uno a uno entre finales de julio y principios de agosto, a excepción del de Cartagena. En este contexto, Antonete y los suyos fueron vencidos por los centralistas en Chinchilla el 10 de agosto, cayendo la ciudad de Murcia en manos centralistas a los pocos días.

Desde Cartagena se intentó expandir el cantonalismo mediante una serie de incursiones por tierra y mar, además de tratar de conseguir víveres y dinero para continuar la revolución, estrategia por la cual acabaron adhiriéndose más de la mitad de los municipios de la actual Región de Murcia a la causa cantonal. En cambio, mientras que en Lorca el obispo Landeira rehusó reunirse con los cantonales y se formó una Junta de Salvación tan efímera como la presencia de Antonete en la ciudad del sol, en Orihuela confluyeron en la Glorieta con la Guardia Civil venciendo los cantonales y consiguiendo un cuantioso botín.

En las incursiones por mar el Cantón y su propagación encontraron otra dificultad.

El gobierno central declaró piratas a los cantonales, por lo que las potencias extranjeras del momento, como alemanes e ingleses, apoyaron al gobierno central dadas las convenciones internacionales sobre piratería. Uno de estos episodios lo vivió Antonete en sus propias carnes, tras obtener la proclamación, aunque efímera, del cantón de Alicante a bordo de la fragata blindada Victoria. Tras requisar en esta ciudad la embarcación El Vigilante y obtener un cuantioso botín de Torrevieja tras su adhesión voluntaria al Cantón Murciano, una fragata alemana dirigida por el comodoro Reinhold von Werner apresó a los cantonales a su entrada en Cartagena. Una pérdida fatídica subsanada por la oratoria y diplomacia de Antonete que consiguió salir indemne de esta situación, con la única pérdida de parte del botín y la embarcación obtenida en Alicante.

La situación de bloqueo era cada vez más asfixiante, sufriendo Cartagena ataques por tierra y mar, hasta el inicio del sitio de la ciudad en el mes de octubre. El descontrol se apoderó de los cantonales en Cartagena y las traiciones estaban a la orden del día, llegando Roque Barcia desde pedir a Ulysses S. Grant la adhesión del Cantón a los Estados Unidos hasta renegar de la propia insurrección por la que tanto había luchado.

La ciudad portuaria, sitiada e intensamente bombardeada, fue tomada por el general José López Domínguez el 13 de enero de 1874, tras la capitulación firmada por una comisión de la asamblea revolucionaria. Antonete se mostró intransigente a la rendición esperando que, tras el golpe de estado de Pavía, otros focos se alzasen en su contra. Para su desgracia, esta situación no se produjo ante la promesa de indulto general y el reingreso en el ejército de los sublevados, compromiso que fue vagamente cumplido.

Antonete huyó hacia Orán junto a cientos de cantonales en la fragata Numancia en una fuga exprés en la que se rompió el bloqueo de las embarcaciones Carmen y Victoria. El Cantón de Cartagena sobrevivió a la propia I República española, formándose en la Numancia el Gobierno provisional de la Federación española. La Argelia francesa no ofreció la ayuda esperada por los tripulantes de esta embarcación, acabando estos presos en diferentes puntos de la costa norteafricana. Tras ser recluido en la lejana y casi desértica población de Guelma y conseguir un visado a Suiza, Antonete vuelve a Torreagüera a dedicarse a la minería tras la amnistía concedida por Alfonso XII.

No le impidieron al León de Torreagüera a sus 67 años retomar las armas en el castillo de San Julián de Cartagena, acto por el cual volvió a ser perseguido bajo pena de muerte, huyendo por enésima vez a Orán y acogiéndose de nuevo a un perdón regio. En los últimos años de su vida recibe el indulto del estado y acepta un puesto de concejal en el ayuntamiento de Murcia, luchando por los intereses agrarios de los huertanos y asumiendo parte de la organización de los problemas de la inundación de la riada de Santa Teresa.

Pese a ser tildados por sus contemporáneos de intransigentes y rebeldes por considerar radicales sus pretensiones, las peticiones del levantamiento cantonal exigían numerosas medidas que actualmente se consideran imprescindibles en un estado democrático de derecho: la descentralización del estado, la supresión de las quintas, la reducción de la jornada laboral, la enseñanza obligatoria, el control del trabajo infantil, la abolición de la pena de muerte y la esclavitud en ultramar, entre otras. A pesar de las luces y sombras de este levantamiento, entre el mito y la realidad, tenemos que ver en las ideas del Cantón y en figuras como el revolucionario Antonete Gálvez, una auténtica lucha por la defensa de las libertades y derechos de la sociedad en uno de los periodos más convulsos de la historia española como es el siglo XIX.

Tras su muerte en su particular Ítaca el 28 de diciembre de 1898, el obispo de la Diócesis de Cartagena prohibió su entierro en suelo santo, siendo trasladado su cuerpo al cementerio de su pueblo 50 años después. No fue hasta 1998, en la conmemoración del primer centenario de su muerte, cuando el Ayuntamiento de Murcia lo reconoció como Hijo Predilecto, quedando materializada su incansable lucha por las libertades en el simple nombre de una calle en la ciudad de Murcia y en un busto descuidado en su Torreagüera natal.

Mientras, a poco más de un año de cumplirse el 120 aniversario de su muerte, su querida casa ubicada en el Huerto de San Blas se encuentra abandonada a su suerte con el beneplácito de las autoridades pertinentes, que siguen haciendo caso omiso de las reiteradas denuncias de la asociación Huermur. Una muesca más en la destrucción del patrimonio de la Huerta de Murcia, la cual aún se puede proteger con la misma tenacidad con la que el León de Torreagüera defendía sus ideales.

Por suerte, Antonete Gálvez, así como su legado, siguen vivos en cantatas, coplas, jotas y refraneros de las gentes de su tierra, reflejos de su impronta en el imaginario colectivo de una sociedad murciana que, aunque aún dormida, lo vislumbra como uno de los más auténticos murcianos de dinamita frutalmente propagada.

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