La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Oro verde, las semillas libres de la huerta de Europa

Rafael García, ingeniero agrónomo, y Javier Cerezuela, biólogo, trabajan desde hace casi una década para frenar la desaparición de las variedades tradicionales hortícolas de la Región de Murcia; un 80 por ciento de ellas está en peligro de extinción. Estamos hablando de más de un millar de hortalizas autóctonas. Oro verde.

Hace cinco años que crearon sus propios viveros, La Almajara del Sur, en la huerta murciana de Cehegín, en el noroeste de la Comunidad.

Rafael y Javier trabajan con semillas de variedades tradicionales, pero también con semillas libres, que quedan fuera del sistema de las patentes. Es su compromiso ético. Como su vivero, en España, hay pocos. “Se pueden contar con los dedos de las manos los que tienen producción únicamente ecológica y que opten por este tipo de semillas, la mayoría de los viveros ecológicos a su vez producen en convencional.

En 2008 fue cuando comenzaron a interesarse por la producción de plantas y semillas tradicionales en ecológico y se unieron a un grupo de investigación de la Universidad de Murcia (UMU).

“Caracterizábamos semillas antiguas en un banco de la UMU donde trabajábamos con el catedrático José María Egea, muy conocido por sus proyectos de recuperación de variedades, un proceso de exploraciones que se llevó a cabo sobre todo en pueblos pequeños de interior”, porque en las zonas muy industriales como el Campo de Cartagena o el Valle del Guadalentín, cuenta Rafael, la gente ya no guarda las semillas. Las prospecciones de Egea se dirigieron más a la zona Noroeste, en la Serranía del Segura.

Rafael y Javier lo que hicieron fue “dinamizar” esos estudios. “Montamos una asociación para intercambiar las semillas”, que está dentro de la Red Estatal de Semillas. Y crearon también el vivero para divulgar las variedades sobre el terreno e introducirlas en la cadena de comercialización “aunque fuera a nivel local, a pequeña escala, con los agricultores ecológicos”, como una estrategia para la conservación in situ de las variedades.

Las semillas con las que trabajan además, son semillas libres, fuera del sistema de las grandes multinacionales que manejan las patentes. “Nuestra decisión fue no utilizar semillas patentadas ni híbridas; la mayoría están certificadas porque se las compramos a algunas empresas rebeldes que se dedican a ese tipo de semillas”.

En España solo hay una, “que nosotros conozcamos”, Les Refardes, de Cataluña. En Francia, donde hay mucho movimiento campesino, hay alguna más; y sobre todo compran a Austria, Alemania e Italia, “donde quedan empresas de semillas libres que no están metidas en el tema de los híbridos y las patentes”, explica Rafael mientras Javier se apresura en el vivero para preparar los próximos pedidos.

“A nivel ético, intentamos poner nuestro granito de arena para desmercantilizar este tema; perder la posesión de cosas como las semillas que no deben tener un dueño físico es grave para la consecución de nuestra soberanía alimentaria”.

Trabajan con muchas variedades de tomate, pimiento, berenjena, calabazas o judías, “ hay muchísimas variedades, aunque nosotros las hemos reducido a aquellas que productores y consumidores han valorado mejor”.

El “tirón” ecológico

Su público suelen ser pequeños o medianos agricultores; uno de los objetivos del vivero es que el productor y consumidor ecológico local tengan capacidad de distinguirse con variedades singulares que no se encuentran en el mercado convencional.

Un 60 por ciento de sus clientes son agricultores de cercanía, que producen para comercializar sus productos en el mercado local, y el resto, amateur, que cultivan su propio huerto. “Ha habido un tirón muy fuerte en los últimos años en la puesta en marcha de huertos urbanos, o de terraza, por ejemplo”.

Pero, “de vez en cuando”, llegan hasta ellos grandes productores, “les da el subidón porque ahora se reclama mucho el producto gourmet, está de moda”, dice Rafael.

“No es fácil para ellos porque las variedades tradicionales son muy peculiares, y no son como los híbridos, a los que les echas tres productos y salen perfectos; hay que tener en cuenta muchas cuestiones, ver cómo se adaptan al terreno, cómo responden, y los grandes agricultores no tienen tiempo; y no pueden introducirlas en sus sistemas productivos”.

“¿Que cómo se aprende a cultivar esas variedades?” Pues “como antaño”, cuenta Rafael, cultivando y probando. No hay otra.

Ellos tienen su propio campo de experimentación de 6.000 metros cuadrados, donde prueban todas las variedades que venden para poder asesorar luego a los agricultores que trabajan con ellos. Es su almajara, que significa tierra abonada con estiércol para que germinen pronto las semillas.

Como dice Rafael, aquí siempre hay mucho trabajo porque “todo lo hacemos nosotros de manera tradicional y lleva mucha mano de obra, no tenemos maquinaria”.

Las semillas tradicionales y libres, además, “son más caras” porque las empresas que las producen cuentan con poca mecanización y hacen un trabajo muy artesanal de selección.

El 80 por ciento de variedades que llegan a La Almajara del Sur se compran y “las locales de Murcia las tenemos que hacer nosotros porque si no, no las hace nadie; no las encuentras en ningún sitio”.

Habla mientras señala las estanterías de uno de sus almacenes, donde se acumulan decenas y decenas de botes de semillas que les han dado o intercambiado agricultores o la Red de Semillas “y todavía no hemos probado; cada año experimentamos con algunas y reproducimos las que ya tenemos”.

Las que ya saben que funcionan las guardan en una nevera “normal”. “Antes secamos artesanalmente las semillas y les bajamos la humedad a un 5 por ciento para meterlas en tarros herméticos, así reducimos la degeneración de la semilla”.

Los planteles también los siembran a mano, cuenta mientras nos enseña uno que tiene encima de la mesa de coliflor morada y otro de pak choi, “una col china que tiene mucho hierro y nos reclaman mucho últimamente”.

Como fertilizante, utilizan turba ecológica, que no está fertilizada con productos químicos, con hummus de lombriz y fibra de coco. “Este es el reto más grande para el viverismo ecológico porque pensamos que el utilizar turba no es un recurso tan sostenible, aunque se regenera naturalmente se utiliza mucho más rápido de lo que se regeneran las turberas”.

Su radio de acción va desde Almería a Alicante, pasando por Murcia, “y a veces llega gente también de Albacete o Jaén”. En Alicante es donde más éxito tienen. “Hay mucha población extranjera y quizás existe una mayor sensibilidad hacia estos temas”. En Murcia hay muchas hectáreas de agricultura ecológica, confirma, “de arbolado y hortaliza, pero la mayoría es para exportar”.

Rafael insiste. “Nos dirigimos más a los pequeños agricultores que quieren consumir variedades de la zona, o saber que la planta la hace una empresa de la zona y formar parte de alguna manera de esa cadena de valor”.

Lo compara con la gastronomía. “Nuestros productos están hechos poco a poco, a fuego lento; es como hacer un puchero en una olla rápida, la comida puede que sea igual de nutritiva pero pierde sabor”. Por eso, dice, muchos de los clientes que vienen por aquí son gente mayor, “los que al final más valoran lo auténtico del sabor”.