Rajoy, lejos de ser politólogo, conoce la psique y el comportamiento de los españoles mejor que todos los profesores de universidad de Podemos. Como Franco, cuya carrera militar comenzó en Marruecos, Rajoy comprende a la perfección el proverbio árabe en el que se inspiró nuestro dictador, primero con `los rojos´, y luego cuando las familias carlista, falangista o católica le daban dolor de cabeza: `Siéntate en el umbral de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo´. Y ahí se quedaba Franco, con su voz de pito y la de Matías Prats en el NO-DO, a la espera en el umbral del Pardo.
Rajoy, avituallado con pienso para gatos o para perros -da igual, animales somos todos-, se ha quedado no en el umbral de la Moncloa, que ya va haciendo calor, pero sí charlando con Pablito y haciendo deporte por las mañanas. Rajoy, gallego como Franco, sabe que el español es de sangre caliente y genio furibundo, persona de alcanzar pocos acuerdos y, por eso, a quien más valora es a quien se queda inactivo, paciente, calladito, viéndolas venir mientras los otros se lanzan `cal viva´ por aquí y `socialdemocracia´ y `referéndum´ por allá.
Porque no se puede uno unir a los comunistas y definirse como socialdemócrata a la vez y porque tampoco se puede sacar los trapos sucios del GAL a la vejez viruelas y querer hacer después políticas de izquierda cogidito de la mano del PSOE. La elasticidad del votante de izquierdas español se atraganta con tanto sapo por uno y otro flanco. Y, sobre todo, como a Sansón, Pablo Iglesias debería cortarse la coleta para perder fuerza -y soberbia- y así que la gane Podemos donde, a diferencia de Ciudadanos, hay vida más allá del líder en las figuras de Ada Colau, Íñigo Errejón, Mónica Oltra o Alberto Garzón.
Albert Rivera hace bien en quejarse de la ley D´Hont que, incluso aplicándose en una sola circunscripción en lugar de en las 52 actuales -las 50 provincias españolas más Ceuta y Melilla- hubiera permitido a C´s obtener 47 escaños, mientras que el PP habría perdido 18. Desde que Rivera desplazara la campaña a Venezuela, tendría que promover un cambio de la ley electoral en Caracas, ya que en España nos hubiera gustado escuchar soluciones para nuestros 66 meses consecutivos con una tasa de paro por encima del 20%.
Y qué decir de Pedro Sánchez, lidiando con carros y carretas como un jabato. Pero eso, los votantes españoles no lo valoran tanto como la paciencia del corredor de fondo de Rajoy, aunque no sepa hilar sujeto, verbo y predicado seguido en una frase durante su discurso triunfal en Génova. Aunque su campaña haya consistido en merengue, pienso para gatos y `A favor´ -¿de qué?-. Aunque esté anegado de corrupción hasta el cuello. Porque a los españoles nos gusta que nuestros líderes no hagan nada, como nosotros mismos. Y que se entiendan entre ellos cuando así lo votamos.