En estos tiempos en los que no se sabe qué va a pasar, el arte te da aliento para construir tu propia fuerza, tu propia identidad, tu autoestima, tu reconocimiento y toda la pluralidad de caminos que eso conlleva.
Jóvenes, no os despistéis y escuchad vuestra voz interior, dicen Wajdi y Macià con esta propuesta. Buscad, buscad y no desesperéis.
¿Cree que en España existe un apoyo suficiente para los artistas?
En algún momento Cataluña fue diferente porque sí que apostó por sus artistas y surgieron muchos que luego han girado por el mundo como Els Comediants, Boadella, Cesc Gelabert y tantos otros. Después de la transición era el sitio dónde ir, de hecho, vengo de allí. Cuando llegué a Murcia me di cuenta de que faltaba ese rigor sobre la producción propia, es decir, cómo hacer crecer el tejido desde la propia región.
¿Quizás se debe a que no nos valoramos?
Definitivamente hay cierto complejo provinciano y también un poco el estrellato del programador, que queda muy bien trayendo cosas de fuera. Siempre está bien que se traigan espectáculos de fuera porque aprendemos y los necesitamos, pero también hay que crear un foco de referencia para que la gente mire hacia aquí y eso tiene que ver con la autoestima. Esto nos beneficia a todos: al tejido, a la industria, a la sociedad.
¿La situación ha mejorado?
Parece que hay elementos, pero el apoyo siempre ha sido discontinuo. Tendría que ser decidido. Ahora hemos estado en el Centro Párraga en residencia con una coproducción de la Consejería y éste es el camino, que se haga también con otras compañías y, sobre todo, que no se pare. En el momento en que se para, todo se viene abajo otra vez.
Y también teniendo en cuenta un respeto a los procesos. Cuando llegué a Barcelona Cesc Gelabert era un referente y lo sigue siendo porque la sociedad catalana no necesita una constante novedad. Las compañías con más experiencia son quienes traen ese tejido social intergeneracional. El público tiene una conexión e identificación con sus artistas.
El montaje que presenta, “Sedientos” de Wajdi Mouawad, procede del trabajo que hicieron en unos talleres sobre la memoria. ¿Me puede contar más sobre ello?
Trabajar con la memoria es una obsesión o una necesidad creativa mía. Cuando vine a Murcia hice un par de montajes como “Andrés”, que hablaba sobre mi padre, y otro “Árbol de cenizas”, sobre la identidad masculina. Los grandes dramaturgos, como Eugenio Barba, lo dicen: si no hablas de ti, ¿como puedes hablar de otros?
Esos talleres se plantearon como una investigación de las biografías de esos estudiantes con los elementos que les podían afectar fuertemente y les permitían construir un discurso artístico. Queríamos integrar ese conocimiento con Wajdi, quien investiga las sagas familiares y cómo eso ha dado un tipo de persona anclada en un trauma o en algo que tiene que resolver. “Sedientos” habla de esto, de rescatar energías para ser lo que querías ser. La escribió pensando en chavales jóvenes, para que no se despistaran.
¿Comparte ese interés por la juventud?
Curiosamente tengo un hijo de 17 años, y no es que haya pensado en él, pero también coincide con que en “Equus”, nuestro anterior montaje, hay un chico de 16 años como aquí. Así como cuando era pequeño hacíamos más infantiles porque lo entendía mejor, creo que ahora también está pasando lo mismo.
De todas maneras, he atravesado muchas facetas del estudio de movimiento, como con el taichí o body contact, además de que soy profesor de expresión corporal en la Escuela de Arte Dramático y hubo un momento en que necesité conocerme un poquito más e hice siete años de psicoanálisis bioenergético. Esa referencia al pasado como nutriente o señalador de la herida para rescatarte en el presente está muy conectada conmigo.
¿De qué está sediento Paco Maciá?
Estoy sediento de seguir creando desde la pulsión necesaria y de la transmisión de lo que contengo a mis alumnos para que puedan seguir sus propios caminos. Estoy sediento de crear belleza.
¿Cómo ha sido el trabajo en el Centro Párraga? ¿Se han arriesgado más con “Sedientos”?
El texto no es un grandilocuente, sino muy vivencial y queremos trasladar esa experiencia y que pase algo después. Es más gratificante artísticamente y menos económicamente. Nos hemos definido como compañía puente entre la ilusión y lo posible. El Párraga es un espacio tan magnífico, que se convierte en un actor más porque le hemos hecho hablar o accionar. La experiencia artística se dilata hacia la arquitectura y la luz, con el trabajo de Pedro Yagüe.
Usted se formó como bailarín, pero también ha sentido la necesidad del texto.
Más que decir que hago teatro físico, lo que digo es que comunico. Como creador hay unas necesidades y no sé dónde acaba un discurso y dónde empieza otro. He sentido la necesidad de acercarme a las artes plásticas a través de Ángel Haro por eso lo tenemos de escenógrafo, al texto o a la música. Veo que hay diferentes maneras de comunicación y, si consigues integrarlas todas, es mucho más potente. Y luego, por ser sincero, cuando había un texto reconocible para la gente, lo podía distribuir mejor que una creación pura. Fue una necesidad de producción.
También huimos de las modas. Integramos lenguajes, pero los tenemos que estudiar para ver de qué manera resuena en nosotros. Puedes tener muchos audiovisuales, pero igual no te llega un sentimiento profundo que te conmueve. Tenemos una cierta censura creativa.
¿Qué concepto guarda del público?
En primer lugar creo que el público es inteligente y no se le puede infravalorar. Y además, ahora hay gente más joven, más formada que admite más cosas: la danza, el texto, el caos, la desestructuración dramática. Cuanto más les des, mejor, porque les alienta más caminos. Desde primaria se les está educando de una manera más creativa y se nota en la gente con menos de 30 años. Es nuestro público, se ve que somos un poco tardíos.
¿Qué mensaje le daría a los jóvenes que viven una situación bastante desesperada?
En estos tiempos en los que no se sabe qué va a pasar, el arte te da aliento para construir tu propia fuerza, tu propia identidad, tu autoestima, tu reconocimiento y toda la pluralidad de caminos que eso conlleva. Creo que eso es una semilla muy potente para enfrentarte a cualquier cosa y no decaer. No puedes perder de vista que eres único y tienes que librar la batalla desde tu autenticidad.
Siempre he tenido la idea de arriesgarme. Me acuerdo una vez que hice “Otelo” y quería que se fuera entre los coches y los técnicos me decían que no. Esos pasos de atrevimiento son los que me han facilitado los siguientes. Y eso es importante.
¿Qué le diría a un Ni-Ni?
Que vaya poniendo un Ni-Pero-También. Siempre hay que trabajar con el opuesto. Es muy oriental, pero el opuesto tiene siempre la salida. No te puedes quedar en una línea.
¿De qué montaje se siente más cercano?
Artísticamente y de compromiso ético estoy muy cerca de “Equus” al ser un trabajo multidisplicinar, mientras que guarda esa relación con el teatro profundo griego, con los símbolos. Lo que busca es una gran denuncia del encorsetamiento de la sociedad y cómo romperlo a través de la pasión. Murdoch en “Sedientos” hace un poco lo mismo, aunque le da una salida.
Pero el tema de la represión sexual ya está superado en la actualidad, ¿no?
Es verdad que el mensaje en muchos aspectos está superado, pero lo simbólico trasciende. Era un alegato a favor de la libertad y de integración del pensamiento de la antipsiquiatría a favor del paciente. Me parece muy importante estar cerca y hablar con el paciente porque si hay un código que entendemos todos es la palabra. Mi madre está perdiendo la memoria porque es muy mayor y me doy cuenta de que busca hablar. La palabra es la que le comunica con la realidad.
¿Considera que en España tenemos un cierto pudor a la hora de hablar de los sentimientos más íntimos?
Estoy en un medio artístico y mis alumnos están todo el tiempo trabajando con eso. Me dicen que cuando van a una fiesta y se abrazan y se besan, los de Económicas y Periodismo se quedan extrañados. Y las clases también son de desinhibición y se ven obligados a expresar sus emociones.
¿Qué opinión tiene de la polémica de los titiriteros?
Ha sido muy exagerado que los mantuvieran en la cárcel. Y todo ha estado muy mediatizado políticamente. Desde que dirigí “El sueño de la razón” veo que en España continúa el totalitarismo intelectual al servicio de la política. Me he criado en este momento de cambio de régimen franquista a la democracia y en mi juventud ha sido todo hacia delante. En la segunda época de Aznar me di cuenta de que podíamos ir hacia atrás. Hay que pelear siempre, a pesar del miedo al cambio. La educación ha de servir para eso, para superar el miedo.
“Sedientos” se podrá ver en el Centro Párraga los días 11, 12, 13/ 18, 19 y 20 de febrero