Fabiola Rodríguez (nombre cambiado) tiene un marido y una hija de tres años que va a empezar el colegio en septiembre. Hasta ahí, nada singular. Pero Fabiola, de 36 años, vino con lo puesto a España en octubre de 2015 después de que la policía venezolana les secuestrara y robara una noche en su hogar de Caracas.
Rodríguez no tiene claro si la policía sabía que ella había participado con frecuencia en manifestaciones en contra de Chávez y Maduro -que era una escuálida, como se les llama a los opositores en Venezuela-, pero sí en cambio que conocían sus vidas al dedillo y que les advirtieron de que no fueran a denunciar el robo porque les tenían identificados. “Pasé mucho miedo. Sea como sea en Venezuela hay mucha inseguridad, así que dejamos todo y nos vinimos”.
La antigua `vestuarista´ de cine y televisión llegó a Murcia hace un año y medio con la ayuda de Cruz Roja y su solicitud de asilo político está en proceso de admisión. Su marido ha encontrado trabajo de camarero, pero ella sólo ha trabajado “a destajo, no sé cómo lo dicen acá, solo dos o tres días”
“No hemos sentido ningún tipo de rechazo, te mentiría si te dijera lo contrario. Las ONG nos han ayudado mucho, sobre todo una que se llama PAREM (Plataforma de Ayuda al Refugiado en Murcia)”, explica Fabiola por teléfono.
Lo que más echa de menos la venezolana son sus padres. “Mi madre no utiliza whatsapp, así que la llamo a su casa; mi papá sí maneja la videollamada, pero no verla es como ufff”, dice Rodríguez.
“Además como uno sabe que en Venezuela no hay medicamentos hace que yo me angustie. Los medicamentos es un tema muy delicado allí y mi madre es diabética y una vez estuvo como tres meses sin insulina”. El coste de la vida en Venezuela es muy alto y la reventa de medicamentos es una práctica habitual, “así que llega un momento en que se acaban”.
“Hace unos meses quisé mandar unos medicamentos para allá y nos los decomisaron porque allá asumen que todos los que nos fuimos somos opositores y no necesitamos medicamentos porque somos millonarios”, añade Rodríguez. “Aquí nosotros tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas, pero no es lo mismo allá. Finalmente pude enviar medicamentos a través de una amiga que se los llevó en la maleta y no se la abrieron”, cuenta Fabiola.