Las semanas que pasé en Cuba el pasado mes de abril, me han dado para expresar muchas reflexiones, más de lo que cabría en su sólo artículo. De hecho, después de las dos publicaciones anteriores, “Pilar, bloqueo y otras cuestiones” y “Su sanidad, su educación y su modelo social”, aún necesitaba de esta última para compartir otras tantas experiencias que no podían quedarse en el tintero. Me refiero a hablar de los cambios habidos en la economía a comienzos de esta década, de la preponderante industria turística en la actualidad, los derechos civiles y el funcionamiento de la política entre otras cuestiones.
Es llamativo que en los últimos años hayan surgido diferencias de renta significativas entre algunos grupos de población. Desde que, en 2010, arrancara la extensión de la figura del “cuentapropista” (equivalente a un trabajador autónomo en España), han proliferado actividades por cuenta propia de alojamientos turísticos, taxis, peluquerías, restaurantes (allí denominados “paladares”), etc. Algunos de estos negocios particulares están funcionando realmente bien, como es el caso de paladares de La Habana que ofrecen menús de bastante calidad a un precio muy asequible para el turista y, consecuentemente, suelen estar llenos de comensales. Pude observar esta realidad en locales como El Cañonazo o El Guajirito, quienes también cuentan con un buen número de empleados, generalmente personas jóvenes. Pues bien, a pesar de la relativa desigualdad económica que estos negocios están empezando a generar en Cuba, la decisión tomada en su momento por el gobierno de abrir determinadas actividades a la iniciativa privada autóctona, cuenta con bastante aceptación hoy en día. Oswaldo, un cuentapropista que se dedica a pasear turistas por La Habana en un Cadillac descapotable (vehículo cedido por el Estado previa obtención de licencia) es un buen ejemplo de ello. Me contaba que su trabajo le permite obtener una renta de alrededor de 15 o 20 dólares diarios, lo cual es más de lo que ganaría un médico, cuyo sueldo puede moverse en torno a 70 dólares mensuales. Oswaldo está contento con los ingresos que obtiene por su cuenta, me comenta que permiten que su familia viva con cierta tranquilidad e, incluso, salir a comer de vez en cuando a algunos paladares de renombre en La Habana.
Además de lo anterior, la industria turística está creciendo y adquiriendo una importancia cada vez mayor en la isla, es una actividad que le está permitiendo a la economía cubana obtener una cantidad ingente de divisas extranjeras. Son muchos los hoteles que ya hay en El Malecón y, sin embargo, unos cuantos más están en proceso de construcción. Estar en el centro de toda esa inercia económica durante un par de semanas me permitió observar los contrastes que se dan en el país. La Cuba de la filosofía anticapitalista coexiste con la Cuba más turística que apuesta por fomentar el consumismo más desmesurado de quienes van a visitarla (“gástenselo todo, han venido a olvidarse de sus problemas”, decía un guía en una ocasión camino a Varadero). La elegancia y vistosidad de los hoteles de Centro Habana o Habana Vieja coexisten con las viviendas más humildes de otros barrios colindantes.
En cuanto al ejercicio de derechos civiles y políticos en Cuba, fueron muchas las conversaciones que mantuve con distintas personas a lo largo de mi estancia allí. No obstante, destaco todo lo que pude escuchar de Georgina, una guía de unos 40 años de edad a la que debo agradecer la objetividad y franqueza con la que habló de política con nosotros. Para ella, en Cuba hay problemas de libertad de expresión, poniendo como ejemplo que las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia no podrían haberse producido en la actualidad en la isla porque habrían sido sofocadas inmediatamente por la policía. Ella, incluso, vería con buenos ojos que hubiera protestas así en Cuba porque considera que servirían para que el gobierno no caiga en el inmovilismo y se hagan reformas cuando sea necesario. Por otra parte, se tiene presente que, desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959, se han alcanzado conquistas sociales muy importantes. Por ello, a pesar de sus críticas, Georgina responde a un turista diciendo que ella no cree estar viviendo en una dictadura porque siente que el Estado cubano se preocupa por la gente.
Me llamó la atención el sistema de elección de cargos públicos a nivel local. Georgina nos explicó que los representantes se eligen a nivel de barrio o municipio pequeño, llevándose a cabo la elección por y entre los vecinos. El Partido Comunista Cubano no interviene ni presenta candidatos. De hecho, pese a no militar en el partido y mostrarse crítica con el gobierno en algunos aspectos, Georgina ha sido requerida en muchas ocasiones por sus vecinos para que fuera su representante por considerarla formada, joven y capacitada para ejercer esa labor.
En general, el nivel de aceptación de su régimen político varía entre los cubanos dependiendo del grupo generacional en que se encuentren. Aquellas personas que nacieron antes de 1959, suelen mostrar un alto compromiso con la Revolución y con la figura de Fidel Castro, argumentando para ello los enormes progresos sociales que llegaron tras la caída de Batista. La generación de aquellas personas de mediana edad, entre los 30 y 50 años, pueden mostrarse partidarios del régimen pero desde un enfoque más crítico, como es el caso de Georgina. Son los más jóvenes quienes se muestran más abiertamente críticos, quizás por tener más fresco en su recuerdo los años duros del “periodo especial”.
En cualquier caso, sí percibí un amplio consenso en la población en la necesidad de defender un régimen que defienda la soberanía nacional de Cuba ante el riesgo, no solo de injerencia extranjera, sino de volver a ser una colonia estadounidense. “Los americanos lo quieren todo para ellos”, me decía Oswaldo mientras dábamos un paseo en su descapotable. “¿Veis esta estrella blanca que hay en la bandera de Cuba?, pues se ha derramado mucha sangre en este país para que esa estrella no acabe en la bandera de los EE.UU.”, decía Georgina.
Para concluir, diré que la visión que me traje de mi viaje a Cuba es la de un pueblo que se enfrenta diariamente a sus contradicciones políticas y sociales, que le gustaría mejorar muchos aspectos de su vida diaria. Decía Galeano que “la Revolución cubana es lo que pudo ser y no lo que quiso ser”. Pero a la vez, también me traigo la visión de un pueblo que vive en verdadera comunidad, donde las calles están ocupadas por vecinos que se reúnen diariamente para conversar en tono desenfadado mientras los niños y niñas juegan a su alrededor, o donde se suelen juntar varios vecinos y amigos para arreglar un coche en la puerta de casa. Un lugar donde, por ejemplo, es habitual que los compañeros de trabajo se ocupen de cuidar a los familiares hospitalizados de otro compañero para que éste pueda descansar. En definitiva, un país donde, a pesar de muchas adversidades, uno de sus logros fundamentales es que en cada barrio el colectivismo es algo que se da por supuesto para la mayoría de los que allí habitan.