Tras la última llamada de auxilio del Mar Menor, tocaba buscar culpables. Se confirma el impacto negativo del uso de nitratos en el Campo de Cartagena sobre la laguna salada, una implicación que el presidente del Ejecutivo de la Región de Murcia, Fernando López Miras, aún no ha reconocido.
Mientras se debate la cartera de medidas para recuperar el Mar Menor, hay un sector de la población que lleva décadas en una continua lucha de David contra Goliat, viendo como la industrialización del Campo de Cartagena no solo amenazaba a la laguna, sino también su reputación y su modo de vida.
“Estamos hablando de abonos obsoletos. El problema de los nitratos es una cuestión a nivel mundial. Aunque aquí el Mar Menor nos está avisando” subraya Ramón Navia, ingeniero agrónomo y agricultor de la zona. “Es muy fácil echar nitratos”, explica Navia. “Son muy solubles, el nitrato amónico tiene una solubilidad de dos kilos por litro. Tienen carga negativa, por lo que el suelo no lo retiene, lo que supone que lo que riegas hoy lava los nitratos que echaste ayer. Es imposible no contaminar. Y todo eso acaba en el Mar Menor”.
“Estamos en una situación en la que se debería prohibir los nitratos. Primero, se está gastando demasiado nitrógeno. Yo prácticamente no uso, utilizo 35 ó 40 unidades y están autorizadas 170. En agricultura ecológica, por ejemplo, no gasto ninguna. ¿Por qué eso no se copia? Porque es mucho más barato un nitrato amónico y no complicarse la vida”, afirma tajante.
En una línea similar se manifiesta Antonio Meroño, otro agricultor de la zona: “Los nitratos deberían limitarse, hoy en día hay alternativas en abonados para no tener que recurrir a abonados nitrogenados con alta concentración. Las plantas necesitan nitratos, pero lo que hay que hacer es limitar todo esto”. “Hace unos 10 ó 15 años salió un sulfato amónico de liberación lenta, que sí tiene carga positiva y sí lo retiene el suelo. La diferencia de precio es irrisoria”, abunda Navia.
“Ellos –las grandes empresas agrícolas, los agrobusiness– sustituyen la fertilidad del suelo por un abono químico barato, les viene muy bien. Y ante la duda se usa más y punto. No hay forma de controlar que se echen las cantidades autorizadas o se eche el doble. A lo sumo si hay una inspección no presentas dos o tres facturas de nitrato amónico y ya cuadra todo. Es una cosa infantil: pensar que se puede controlar todo con papel y con facturas es infantil”, explica el ingeniero.
Los pequeños y medianos agricultores manifiestan sentirse “abandonados” por las administraciones, que favorecen a los grandes agricultores afincados en el Campo de Cartagena: “Políticamente no se ha mirado hacia otro modelo agrícola. Estoy bastante descontento con la política y desde ella no creo que se dé ninguna solución”, reflexiona Meroño.
“Los agrobusiness sí que llegan a los políticos, incluso hasta ponen consejeros. Tienen capacidad para influir muy seriamente en la política, mientras que el agricultor normal no puede llegar a eso. Si voy yo u otro agricultor que tiene 10 ó 15 hectáreas no nos dejan ni entrar, pero una empresa con dos o tres mil hectáreas sí la respetan”, lamenta Navia.
Anticonceptivos en el Mar Menor
Pese a su dura crítica al modelo de agricultura actual, Meroño siente que la agricultura se está usando como “cabeza de turco”.
“Hay vertidos directos de pueblos cercanos, hay cantidad de vídeos de Torre Pacheco vertiendo aguas negras directas al Mar Menor. Todos los alcantarillados de toda La Manga, Los Alcázares, Los Urrutias están salados, ¿qué significa eso? que si el agua salada entra, todo lo demás sale: hay permeabilidad”, explica Navia.
“Cuando dicen que aparecen fosfatos en el Mar Menor, esos fosfatos no son de la agricultura. Hace años se echaba muchísimo fosfato de cal y tiene un bloqueo absoluto. Aquí el ph por suerte es muy alcalino y el fósforo no se mueve. Si aparecen fosfatos en el Mar Menor es del sistema de alcantarillado. Hace muchos años que las aguas de Los Alcázares que se depuran no se pueden reutilizar porque son saladas. Si la sal ha entrado dentro del sistema, todo lo demás va a salir fuera. Cuando encuentras restos de anticonceptivos en el Mar Menor eso no es de la agricultura, son del alcantarillado”, abunda el ingeniero agrónomo, que subraya que arreglar el sistema de cloacas de toda la comarca lleva un coste del que la clase política prefiere “ni hablar”.
“También hay que arreglar las depuradoras para que no haya vertidos de aguas negras al Mar Menor. Luego están las ramblas con metales pesados de la sierra de las minas que acaban ahí y el acuífero, que está muy contaminado” enmumera Navia.
“El milagro es que todavía haya peces en el Mar Menor. El problema no es ni la cantidad de agricultura, sino como se hace”, observa Navia. “Lo que no se puede hacer es no arreglar nada. La solución es dejar de contaminar ya. El agricultor tiene capacidad para hacerlo e inteligencia sobrada”, destaca el agricultor. Meroño apuesta por “darle un respiro a la naturaleza”: “Mi zona se ha transformado por completo: han vuelto especies que habían desaparecido por completo”.
“Degradarlo hasta buscar el céntimo”
Navia echa la vista atrás, a cuando el Campo de Cartagena comenzó a convertirse en la gran industria de regadío que conocemos hoy: “Empecé a trabajar en el año 1984. Aquí había una agricultura que era en parte de subsistencia, en parte de venta. Entonces no salía a grandes superficies, sino a mercados: Mercamurcia, Mercabarcelona, Mercamadrid. Se cultivaba algún melón amarillo, se cultivaba algún melón chato, pero cosas muy puntuales. Había algunos pozos importantes. Aunque comparado con lo que fue después no tiene nada que ver”.
Por aquel entonces, en la década de los ochenta, Meroño pertenecía a un grupo naturalista: “Los artículos que escribíamos sobre el Mar Menor podrían ser actuales. Todo llega 40 años tarde. La inercia de lo que se ha hecho durante estos 40 años es difícil corregirla en poco tiempo”.
“Había fincas grandes que se vendían, la tahúlla –medida agraria usada principalmente para las tierras de regadío, equivalente a 1118 m2– empezó a valer más. Recuerdo que en el año 1985 era muy frecuente oír que la tahúlla se vendía a 300.000 pesetas. Y ya en 1987 en muchos sitios llegó al millón de pesetas. En el Pilar llegó a valer hasta cuatro millones, ya que había menos terreno y estaba el grupo El Pilar. Ellos ya tenían una agricultura más avanzada porque tenían agua buena. El origen de los cientos de invernaderos está allí. Luego entró en juego la especulación alimentaria y empezaron a venir más grandes empresas. Todo fue creciendo hasta prácticamente colapsarlo todo, degradarlo hasta buscar el céntimo”, recuerda Navia.
“Estas grandes empresas no compraban tierras casi nunca, o solo para hacer su sede central. Se dedicaban a alquilar. El alquiler nunca ha sido demasiado caro: cuesta sobre unos mil o mil quinientos euros por tahúlla. Ahora muchos agricultores se han tenido que jubilar alquilando las tierras”.
Algo que, en palabras de Navia, no solo ha degradado el ecosistema y contaminado el Mar Menor, sino que ha dinamitado el concepto de tierra: “La mentalidad es de la economía. El propio agricultor sin darse cuenta deja de importarle la tierra porque ha perdido la conciencia. El concepto de una tierra fértil, heredada, que se dejará a los hijos y se tiene que cuidar para que sea mejor son conceptos que han perdido”.