“Rojas, prostitutas, inductoras”... las republicanas murcianas represaliadas durante el franquismo
Pilar Zapata Cánovas fue secretaria general de la Sección Femenina de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en el municipio murciano de San Javier durante la Guerra Civil. El 7 de noviembre de 1939, con la dictadura de Francisco Franco implantada, fue condenada a muerte “por estar afiliada a la CNT, por defender la causa roja, por agresiones y saqueos”. Meses más tarde se le concedió el indulto. El suceso de Pilar jamás apareció en ningún documento como víctima del régimen franquista. Tampoco hubo constancia del trato recibido a sus familiares, también represaliados por el bando nacional: unos ejecutados, otros fallecidos en prisión. La de Pilar es una de las muchas historias de mujeres víctimas de la represión franquista que recoge el escritor cartagenero Vicente Juan Medrano Salamanca en su libro 'Consejos de guerra a mujeres. Condenadas en la Región de Murcia 1939–1944', cuya primera edición se publicó el pasado mayo.
“Las personas con ideales de izquierdas podían ser detenidos por un vecino afiliado a la derecha, ellos llegaban a desempeñar el papel de la policía. Tenían la capacidad de ir por la calle y decir 'ese es rojo', no les hacía falta una orden judicial”, narra el autor en su obra. El escritor afirma que el motivo principal que le llevó a contar esta historia fue “dar voz a aquellas personas que fueron olvidadas y silenciadas por el régimen franquista”. La labor de investigación, motivada por el descubrimiento de un familiar suyo represaliado durante la dictadura, le llevó a buscar documentos en el Archivo Naval de Cartagena sobre los sumarios y procedimientos que llevaron a cabo la Marina y el Ejército de Tierra.
Medrano Salamanca quiso informarse más acerca de esta historia, incluyendo información guardada en el Archivo de la Región de Murcia y del Archivo Histórico del Ejercito del Aire. Un trabajo de más de tres años de investigación que le ha llevado a encontrar nombres perdidos, historias que nunca se contaron, todo ello reforzado con documentos que lo acreditan.
El autor asegura que el motivo por el que se centró en el colectivo femenino fue porque “la mujer sufrió dos tipos de represiones, una directa en donde se le juzgaba en el consejo de guerra y otra indirecta por pertenecer a un núcleo familiar del bando republicano”. “Se les consideraba –asegura Medrano Salamanca– mujeres señaladas que tenían que hacerse cargo de aquellos familiares que entraban en prisión y de los que se quedaban en casa amenazados por los nacionales”.
Medrano Salamanca consiguió contactar con las hijas de Pilar y éstas accedieron a contar la historia de su madre y de su familia. El libro recoge cartas escritas en la noche en la que los hermanos de Pilar iban a ser fusilados y un diario personal donde ella fue anotando todos los sucesos importantes que vivió durante su estancia en prisión.
Araceli, una de las hijas de Pilar, ha comentado a este medio “el horror que vivió su madre, los abusos que tuvo que soportar y los delitos injustos y falsos que la culpaban”. Asegura que “su madre quiso apartar los sucesos del pasado en el entorno familiar y dejar atrás una guerra que vivió con mucho pesar”.
El escritor recuerda que “las personas que sufrieron abusos durante aquella época debían mantener un voto de silencio sobre todo lo que les habían hecho para proteger a sus descendientes y que esa guerra se acabase de algún modo”. Todos ellos fueron marcados con “supuestos delitos que habían cometido y debían convivir con unos antecedentes injustos”. “Todo el historial de esas más de 45.000 personas se quedó en el olvido, sin saber dónde habían acabado, cómo y porqué”.
El autor comenta que “el miedo que vivió la gente represaliada se puede ver plasmado en el silencio que mantuvieron años y años. El marido de Pilar, Ramón Giménez Samper, también fue condenado a muerte y conmutado, pero sus hijas no lo sabían, desconocían la historia que vivió su padre durante el régimen franquista”.
“Muchos represaliados republicanos –afirma Vicente– quedaron en el olvido hace más de 85 años, este libro cuenta su historia”.
Blasa Herrero Guardiola, fallecida en prisión a causa de un cáncer en la matriz
Blasa Herrero Guardiola era una jumillana idealista y de izquierdas perteneciente al Partido Comunista. Una represaliada por la dictadura, acusada de múltiples delitos durante la Guerra Civil: “Asesinatos, intentos de asalto, quema de iglesias e imágenes religiosas, robos, saqueos”, así lo cuenta Medrano Salamanca en su libro. Todos los rumores recogidos en los escritos judiciales culpaban a Blasa de ser “una mujer peligrosísima para el glorioso movimiento nacional”. El rumor público parecía ser motivo suficiente para “imponer la pena de muerte a todos aquellos que pertenecieran a las brutales acometidas contra la ideología derechista”.
Blasa fue condenada a pena de muerte el 11 de mazo de 1942 y llevada a la Prisión Provincial. La ejecución estaba dispuesta para el 21 de julio de ese mismo año, pero Blasa no acudió. Un día antes, uno de los médicos llevó a cabo un informe donde alegaba que “la reclusa padecía un cáncer en la matriz y se encontraba en cama sin poder moverse”. El diagnóstico afirmaba que “su enfermedad era mortal quedándole poco tiempo de vida”. La decisión del gobernador militar fue “suspender la ejecución y retrasarla hasta que la reclusa se encontrara en las condiciones oportunas para reestablecer el cumplimiento de la ley”.
El 27 de julio el médico redactó un nuevo informe sobre el estado crítico de su paciente, pero no llego a emitirse ya que Blasa falleció a las 12:30h de la madrugada el 5 de agosto de 1942. El cuerpo fue llevado al cementerio de Nuestro Padre Jesús de Espinardo.
El libro también recoge información sobre su familia: “Su madre fue fusilada en diciembre del mismo año. Pedro Ros Sánchez, marido de Blasa, fue juzgado a pena de muerte en Murcia el 6 de junio de 1942 por los mismos delitos que su mujer. Su ejecución se produjo el 20 de julio. Su hijo Andrés Herrero Guardiola fue recluido a la Prisión de las Angustias de Murcia y puesto en libertad condicional el 22 de diciembre de 1943. Su mujer María Molina Terol fue condenada a pena de muerte”.
Dolores Hernández Ruiz, calificada como “una asesina de niños”
“En el paseo de septiembre de 1936 una vecina apareció en la carretera de Caudete en condiciones irreconocibles”, fue una de las acusaciones que se encuentran en el libro sobre Dolores. Una mujer de clase media, cuya profesión se basaba en las labores domésticas. Cuidaba de sus cuatro hijos a sus 57 años y residía en la localidad de Yecla.
Todas las acusaciones provenían de rumores públicos, hasta el extremo de señalar a Dolores como “una asesina de niños”. El hijo de la mujer asesinada en la noche de “el paseo”, declaró que era “una incitadora, que había tomado represalias contra su madre”. La calificaba de “ladrona, saqueadora y excitadora del movimiento republicano”. Dolores afirmó que “tenía una cuenta pendiente con la víctima, pero que jamás había cometido tal delito”. Aseguró que su participación en la quema de iglesias, en saqueos y en manifestaciones era “falsa”. Pertenecía a la Unión General de Trabajadores para que su hija pudiese trabajar cosiendo ropas para los milicianos.
El fiscal optó por usar los informes de Falange Española y de la Alcaldía calificando los hechos como “un delito de adhesión a la rebelión con agravante de peligrosidad” exigiendo la pena de muerte. Dolores fue trasladada a la Prisión Provincial de Murcia el 28 de abril para acudir al consejo de guerra.
Se dictó sentencia acusándola de haber participado en la muerte de la asesinada en la carretera de Caudete, de quemar iglesias, calificándola de “violenta e incitadora” entre otros muchos calificativos. El consejo declaró que eran hechos probados cuando la mayoría pertenecían al rumor público. Aun así, Dolores fue condenada a muerte. El 13 de mayo de 1939, el jefe del Estado, dio por válida la sentencia y con ella la ejecución. Al día siguiente, Dolores fue arrastrada hasta el cementerio de Nuestro Padre Jesús de Espinardo por un piquete de la guardia civil.
El libro muestra una foto cedida por su biznieto Antonio Palao en la que se puede ver una corona de flores que la hija de Dolores, Ángeles, le envió desde Australia, alejada del horror que estaba viviendo su familia. Su marido Pepe Soriano Sánchez murió durante la guerra y sus dos hijos, Pascual y Antonio, fallecieron luchando en nombre de la República en la batalla del Ebro y en Madrid.
Los familiares afectados “tuvieron que soportar la desinformación sobre lo ocurrido en aquellos años, lo único con lo que contaban era con documentos franquistas que alegaban la culpabilidad usando adjetivos como rojas, prostitutas, inductoras”. Medrano Salamanca asegura que “eran unas declaraciones falsas que se basaban en un odio ideológico”, ya que su labor de investigación en la lectura de sumarios, el conocimiento sobre cómo se creaban estos consejos de guerra y en qué contexto histórico se llevaba a cabo, negaba lo que ponía en aquellos documentos.
Las milicianas
El autor cartagenero asegura que las milicianas fueron la figura representativa de que “la mujer quería conservar los derechos que se le habían concedido durante la Republica y no perderlos”, realizando la misma labor que los hombres, defendiendo la igualdad. Durante los bombardeos, “ellas se encargaban de buscar a las víctimas debajo de los escombros, si venía un barco con material de guerra o con alimentos realizaban la tarea de estibadoras”.
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