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Rosa, sin la custodia de su hija: “Un día vi cómo mi ex tenía los pantalones abiertos y mi hija, ahí, cerca de sus calzoncillos”

Elisa Reche

Murcia —

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En junio de 2013 Rosa (nombre cambiado) estaba estudiando oposiciones para profesora de primaria en Murcia. En Bolivia había ejercido de maestra y quería retomar su profesión en la Región al haberse casado con un español. Su hija tenía un año y medio. Rosa empezó a notar “cosas que no eran normales” en su familia. “Un día mi hija se subió encima de mí, me besó en la boca y me metió la lengua. Otro día me señaló los genitales de mi ex y luego se señalaba la boca. Yo me decía no puede ser, te equivocas, es otra cosa. En otra ocasión iba con ella de la mano cuando vio a su padre sin calzoncillos y se apresuró a tocarle el pene. El padre la apartó y se fue. Esta niña que siempre está jugando, me dijo”, dice Rosa.

A partir de ese momento Rosa decidió no ir más a la academia para opositar por no dejar a la niña con el padre, pero Juan le insistía en que se encerrara a estudiar. “Un día subía los escalones de la casa y estaba la puerta entreabierta y veo que mi ex tenía los pantalones abiertos y mi hija ahí, cerca de sus calzoncillos”, cuenta a punto de llorar.

Rosa se preguntaba cómo escapar y adónde ir. No tenía recursos. Tenía miedo a Juan porque había llegado a amenazarla con cortarla en pedazos y tirarlos dentro de una maleta al mar si le abandonaba. Cuando veían en la televisión casos de violencia de género su exmarido le decía “a esa la mataron por puta. Si tú haces eso alguna vez, ya sabes, y me señalaba en la sien con las manos en forma de pistola”. “Y cuando le hace eso a mi hija y me quiero escapar, me acuerdo y pienso que me va a matar. ¿Quién protegerá a mi hija si me pasa algo a mí? Yo no tengo a nadie aquí”, apunta Rosa entre lágrimas.

Finalmente se dirigió a servicios sociales para denunciarlo, pero Juan la siguió hasta allí y enseguida entró a hablar con la trabajadora y la educadora social. “Cuando salió, la trabajadora social me dijo que las mujeres como yo habíamos venido a este país para robarles el dinero y la casa a los españoles”. Se archivó el caso de juicio por violencia de género y el caso de agresión a menores “principalmente por el testimonio de la trabajadora social”, sostiene Rosa. Una psicóloga a la que había acudido la pareja a buscar ayuda por la violencia verbal en la pareja señaló que Rosa sufre un trastorno mental por ser migrante y echar mucho de menos sus orígenes.

Rosa y Juan se habían conocido por internet. Ella se vino a vivir a Murcia con él en 2008 después de que la hubiera visitado varias veces en Bolivia. Juan manifestaba a menudo celos y le gritaba con frecuencia a raíz de vivir juntos. “Antes de ese momento ya venía la violencia dentro del hogar. Y callas porque piensas que va a cambiar esa situación de humillarte, de agredirte verbalmente, de ningunearte, de avasallarte. Estaba muy enamorada de él. Para mí, en ese momento, él lo era todo porque había dejado mi tierra, mi familia”.

Cuando Rosa se oponía a algo venían los gritos y las humillaciones. Decidió que no le importaba porque tenía a su hija. “A mi niña la tuve con 38 años. Vengo de una familia machista y asumía como normal que gritaran a las mujeres. Ya poco a poco en la relación fui nada. Eres una inútil, no vales para nada, me decía. Te cercan y te cercan. Temía por mi vida. He vivido cinco años con miedo”, añade Rosa.

En 2014 tuvo lugar el divorcio de la pareja y ella aceptó la custodia compartida a instancias de su abogado de oficio. “Me miraron dónde dormía, me preguntaron por mi trabajo, mi red de apoyo, y cómo estaba sobreviviendo”, señala. ¿Cómo está vestida la niña? ¿Cuál es el armario? ¿Qué ropa tiene? ¿Qué come la niña? ¿Quién te da dinero para sobrevivir?, le preguntaban. “Yo era un manojo de nervios y de llanto. Mis padres me apoyaron un año económicamente. Informaron finalmente al juzgado de que yo no tenía red de apoyo ni solvencia económica y que la niña estaba mejor con el padre. Yo era tan poca cosa y me preguntaba ¿por qué? Si se supone que este país es parte de Europa”.

Diagnósticos de eritema y vaginitis

En un par de ocasiones la niña llegó de casa de su padre con los genitales inflamados y la madre la llevó al hospital. Le diagnosticaron eritema en los genitales externos. En 2016 le dieron otro diagnóstico de vaginitis/vulvitis, como muestran los informes que muestra Rosa. Mientras, en los juzgados de Murcia siguieron sobreseyendo la causa. Desde esa última ocasión la custodia la tiene el padre. Entonces ambos pidieron medidas cautelares el uno del otro y finalmente se las concedieron a él.

En el auto se habla del “sometimiento de la menor a una situación de estrés continuado que puede afectar negativamente a su integridad psicológica”. Se suspendió el régimen de visitas a favor de la madre “a fin de que se someta a un tratamiento específico con profesional cualificado en el ámbito clínico y forense, de forma que aquella pueda trabajar sus creencias a cerca de la relación paterno-filial, y de la figura del padre”. Esgrimen que Rosa sufre el Síndrome de Alineación Parental (SAP), que el Consejo General del Poder Judicial ha reiterado en varias ocasiones que deje de ser utilizado para privar a las mujeres de la custodia de sus hijos.

Rosa saca una carpeta de plástico naranja y muestra hasta 17 informes de Salud Mental de la Seguridad Social, a donde ha acudido regularmente desde 2013 en los que aparece un diagnóstico de “estrés reactivo” por la situación de su hija.

Por otra parte, en el colegio de su hija, una profesora abrió el protocolo de posible abuso sexual a la menor cuando la niña le habló de un juego el que se introducía en la cama con el padre y le tocaba los genitales, pero finalmente se archivó.

“Aprendí a callar, a tener miedo a todo y a todos. Si se cierne una duda sobre este sujeto no entiendo cómo está esa criatura sin madre”, apunta mientras toca su trenza negra. “En mi caso se han juntado varias fobias: la falta de recursos junto con el racismo y el machismo”, señala la antigua maestra. Rosa sigue en los tribunales intentando recuperar a su hija.