“El año pasado me mudé a La Manga a un apartamento de cuarenta metros cuadrados con una habitación (...) y pago quinientos euros por él”. Gonzalo ronda los treinta y ha tenido que volver de forma provisional a casa de sus padres, en Jumilla: “No tengo contrato de alquiler y en junio me dijo la casera que tenía que irme a mitad de mes hasta septiembre; me dijo que no me preocupase, que para el 15 de septiembre volvería a dejarme la casa. Es lo que hay; me ha pedido que le pague un mes de reserva para volver a entrar en septiembre”.
Excepto veinte dias en agosto que tiene de vacaciones, conducirá de lunes a viernes más de 200 kilómetros para ir y volver del trabajo. Como él, miles de jóvenes en la Región que comparten piso o viven con sus padres porque su poder adquisitivo no está a la altura de las expectativas del mercado de vivienda.
La Región empieza a ponerse al nivel de otras Comunidades Autónomas en esta materia. En el mal sentido. Entre el 2015 y el 2022, los precios del alquiler se incrementaron un 55% en Murcia mientras el 40% de los jóvenes gana menos del SMI.
“Estoy buscando piso en Cartagena para quedarme allí, porque no puedo estar todos los veranos así, pero en la ciudad es mucho más complicado encontrar algo decente. Además, como no tengo contrato no puedo meter el alquiler en la declaración de la renta. Mi anterior casero, que sí me hizo contrato, me pidió que no lo metiera porque él no lo estaba declarando”, denuncia. Antonio (30) coincide con él en que “se habla mucho de la seguridad jurídica de los propietarios, ¿pero qué pasa con nosotros? Si el casero dice de fastidiarte, te va a fastidiar y no puedes hacer nada”.
Luisa (31) y Samuel (33) recuerdan, con algo de humor, su último trance visitando pisos: “A mí me extrañaba que el tío nos esperaba en la entrada con la puerta abierta los dos días. El primer vistazo al piso estuvo bien (...) y la semana siguiente, que fuimos a firmar el contrato, me siento en una silla y casi la parto (...) se agachó a mirar la silla y me dijo, súper serio: ”Esto hay que encolarlo, pero no te preocupes“.
Al salir, me apoyé en el timbre y descubrí que no funcionaba, por eso nos recibía con la puerta abierta. ¿Que si lo arregló? Vino con un destornillador un día a intentar hacerlo él y no pudo, tuvo que llamar a alguien. La silla no la arregló, y aparecía inventariada en el contrato“, cuentan; ”pues nos quiso quitar trescientos euros de la fianza por una manchita en la encimera“.
El exceso de demanda embotella la capacidad de negociación de los arrendatarios, a los que cada vez exigen más requisitos para acceder a un contrato de alquiler. El modelo de vivienda en propiedad no arroja mejores expectativas: la Región de Murcia es una de las cuatro Comunidades Autónomas en las que ha caído la compraventa de vivienda, con un 1,6% en mayo en negativo con respecto al año anterior. Los pocos jóvenes que acceden a una vivienda en propiedad lo hacen como Ana (29), con ayuda de sus padres, o como José (28), que pudo ahorrar todo su sueldo durante años porque no tenía que aportar en casa.
No me da la gana compartir piso, necesito mi intimidad
Todos los perfiles seleccionados para este reportaje comparten patrones similares: todos tienen alrededor de treinta años, todos tienen un trabajo estable y, además, cobran bastante por encima del salario mínimo. Este dato es importante, ya que arroja cierta luz sobre la altura de la pirámide socioeconómica a la que se encuentra el listón del problema de la vivienda. El caso de Gonzalo y de Antonio es particularmente complicado. Ambos viven solos y destinan casi la mitad de su sueldo al alquiler; en dos ocasiones desde que se independizaron, han tenido que volver con sus padres en un momento dado. A pesar de ello, los dos, ingenieros eléctricos, no se plantean otra alternativa. “Mi madre me dice, cada vez que me quejo, que comparta piso, pero es que no me da la gana, tengo treinta años y necesito intimidad para hacer mi vida”.
Una habitación es un refugio, no un hogar. Uno puede estudiar, entretenerse, dormir o leer en una habitación; sin embargo es muy complicado celebrar una cena familiar, un cumpleaños o reunir a tus amigos a ver un partido cuando solo eres soberano de una parte de la casa. “Unos amigos de mi hija han dado la entrada para un piso, y ya cuentan con una de las habitaciones para alquilarla y poder pagar la hipoteca. Yo siempre le pregunto: ‘Cariño, ¿Merece la pena?’, porque la vida privativa también es importante, esa pareja querrá tener un bebé en algún momento”.
Victoria, de 56 años y, afortunadamente, ajena a este drama, tiene la mirada puesta un poco más allá. Ella, al igual que Pepa, Ana y Carmen, forman parte de la asociación Murcia Cohousing. Carmen Rico, presidenta de la asociación, cuenta a elDiario.es que “hay mucha gente joven que, por un lado tienen difícil el acceso a la vivienda, pero siguen pensando en una vivienda tradicional, cuando hay otras opciones. El modelo de familia ha cambiado muchísimo en nuestra sociedad, pero se sigue pensando en el mismo modelo de vivienda de hace 100 años,
La vivienda colaborativa es una de las cuestiones que más interés están suscitando en España a raíz de la situación con el mercado del alquiler y el de las hipotecas. El modelo, basado en un cooperativismo con régimen de cesión de uso, pretende garantizar el derecho a la vivienda a través de precios sostenibles, ya que no existe un interés lucrativo.
El cohousing, que está muy instaurado en el parque público de vivienda en países como Uruguay o Dinamarca, consiste en la agrupación de personas para formar cooperativas con las que llevar a cabo una suerte de promoción inmobiliaria de autoconsumo. El funcionamiento es sencillo: se aporta un capital social -de cuantía similar a la compra de un piso- y se instaura una cooperativa; se busca un terreno y los espacios se diseñan de manera consensuada; por ejemplo, reducir el espacio de una vivienda en el que habría una galería, y sustituirlo por una lavandería común, salas de reuniones o de fiestas, talleres con herramientas, salas de estudio, etcétera. Después, se paga una cuota mensual con la que se sufragan los gastos de la cooperativa.
“Lo bueno que tiene esto es que, si en algún momento te tienes que ir, recuperas el capital social que aportaste”, explica Carmen Rico. En España hace años que existen iniciativas como La Borda, la mayor parte de ellas situadas en Cataluña, y han demostrado ser muy eficientes dando respuesta a la crisis de la vivienda. Ana (41) es arquitecta y madre de dos hijas y entiende el modelo como una forma de escapar de la especulación inmobiliaria: “La vivienda es necesidad básica que no está asegurada. La opción de comprar es excluyente para la mayoría de personas, y la del alquiler depende de un mercado que no hace más que encarecerse, lo que provoca mucha inseguridad; un cohousing permite abaratar costes al compartir el precio de la construcción y no haber un ánimo de lucro que encarezca la vivienda”.
El apoyo institucional es imprescindible para el cooperativismo
Dentro de la asociación Murcia Cohousing se están materializando varios proyectos de vivienda colaborativa, aunque todavía no hay ninguno en fase de convivencia. En la Región de Murcia no están desarrolladas estas alternativa por la falta o la inconclusión de políticas públicas y medidas legislativas que faciliten y agilicen los procesos: “A modo de ejemplo”, afirma Rico, “en Madrid las viviendas colaborativas están reconocidas como un tipo específico de cooperativa, Asturias fue la primera que las reconoció como centros de servicios sociales, Valencia ha generado una ley específica de viviendas colaborativas. Esa estela nos gustaría seguir en Murcia, con medidas como la reserva del suelo, situando este modelo dentro de los planes de ordenación urbana, facilitar la realización de experiencias piloto, dar apoyo a las necesidades financieras de estas iniciativas... hay mucho por hacer. También está el reconocimiento del interés social de este modelo de vida”.
Uno de los proyectos más avanzados que se encuentra bajo el paraguas de la asociación murciana es La Rosaleda, cuyo terreno está pasando por la última fase burocrática para arrancar la construcción. Pepa Alcaraz, una de sus cooperativistas, afirma que están “muy contentos”, pero insiste en la necesidad de la colaboración público-privada para poder lanzar estas iniciativas.