Las mascarillas para evitar la transmisión del Sars-Cov-2 no sirven para frenar los altos niveles de radiación que aún afectan al entorno de la zona de exclusión de Chernóbil. Pero con tapabocas han llegado 81 niños ucranianos a Navarra y a Euskadi a pasar la Navidad con sus familias de acogida, con el objetivo de respirar 40 días aire limpio. Este es el mínimo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que crezcan como adultos sanos, reduciendo así las probabilidades de desarrollar enfermedades como el cáncer o problemas de tiroides. En los dos años que llevamos de crisis sanitaria, los menores han perdido la oportunidad de pasar 80 jornadas alejados del aire contaminado. Y es que 35 años después de una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia, para muchos sigue siendo un lujo viajar y alejarse del entorno más afectado por el accidente de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin de 1986.
Olga tiene 9 años y el lunes 20 de diciembre llegó a Arre -municipio navarro de 990 habitantes ubicado a 6 kilómetros de Pamplona-. Viajó en avión hasta Barcelona con el resto desde poblaciones como Pisky o Fenevichy, cercanas a la frontera que separa los 30 kilómetros del sarcófago nuclear. Por primera vez en su vida ha visto un Olentzero. Juncal Díez, su madre de acogida, ha tratado de explicarle como ha podido que esta figura se parece a Papá Noel y a los Reyes Magos porque traen regalos a los niños. La última vez que se vieron, en verano de 2019, Olga tenía 7 años. “Decidimos retomar el programa ahora en Navidad para que los lazos con la niña no terminaran por romperse”, reconoce Díez, que asegura que durante los meses de pandemia han intentado mantener contacto con la menor y su familia, además de mandarle alimentos, ropa y otros enseres difíciles de adquirir para ellos.
La OMS dice que tienen que salir 40 días al año para mejorar su salud y también que hay que vacunarse, por lo que no podemos coger unas cosas sí y otras no
Para estas fiestas han llegado más menores de los esperados normalmente por la Asociación Chernobil Elkatea en sus más de 25 años de andadura. El temor a que la iniciativa vuelva a ser suspendida el próximo verano por la pandemia ha motivado a más familias a apuntarse en estas fechas. Pero dos de los 83 menores que se preveía que iban a llegar se han quedado en tierra al haber dado positivo en COVID-19. Según apunta Marian Izagirre, presidenta de la organización, los mayores de 12 años han llegado todos vacunados de Ucrania, mientras que los menores de 11 lo han hecho con un consentimiento informado ante la posibilidad de recibir aquí la primera dosis pediátrica. Izagirre asegura que han “exigido” a las familias de origen que vengan vacunados en medio de la sexta ola de contagios, también porque estos niños presentan un sistema inmunitario más debilitado por su exposición a la contaminación. “Este es un programa de salud y la pandemia también es un problema de salud”, remarca, para añadir que la iniciativa está basada en las recomendaciones de la OMS y la ONU. “Dicen que tienen que salir 40 días al año para mejorar su salud y también que hay que vacunarse, por lo que no podemos coger unas cosas sí y otras no”, subraya.
Precisamente, el objetivo de la estancia de los niños y niñas es garantizarles no solo que respiran aire sin contaminar, también comida y bebida sana. No tener acceso a ello aumenta las probabilidades de desarrollar problemas de tiroides o cáncer en una zona con altas tasas de incidencia. “Esto a ellos les vale para regenerar las defensas y un sistema inmunitario mermado, y así poder desarrollarse sanos durante un tiempo, porque esto se tiene que repetir durante cinco o seis años”, relata Izagirre. Durante el parón provocado por la pandemia, los menores acogidos en el programa no han tenido alternativa y no han podido alejarse de la frontera con la zona de exclusión. “Siempre hemos trabajado con familias desfavorecidas, lo que hacemos es traer a niños y niñas que no tienen recursos para salir por sus propios medios de la zona contaminada”, apunta.
Además, reconoce en este contexto el golpe que ha supuesto la crisis económica que ha provocado que no pocas familias se hayan quedado sin trabajo. “Están sin trabajar y sin poder acceder a las medicinas adecuadas. No hablo de nada especial, sino de una buena alimentación, un paracetamol o tres mascarillas. Para viajar queríamos que vinieran con mascarillas FPP2 y se las hemos tenido que mandar nosotros desde aquí”, relata. El cierre de colegios para muchos ha supuesto un drama al ser los comedores escolares su única fuente de alimentación. “Creo que no tienen nunca la sensación de hambre, pero muchas veces se van a la cama con una sopa, con un té o con un plato de patatas”, confiesa Izagirre. De hecho, durante estos dos años de pandemia, desde la asociación han tratado de garantizar el envío de comida saludable a las familias.
“Quiero enseñarles a mis hijas que en el mundo no todo es lo que nosotros vivimos. Es la satisfacción de poder ayudar a alguien que lo necesita
A veces, aunque los menores hayan logrado completar seis años de estancias para favorecer su normal desarrollo, no siempre se logra el objetivo buscado. Es el caso de Andrii. Tiene 19 años y ha participado del programa hasta los 18, pero ha desarrollado un cáncer de huesos. Desde la asociación han pedido donaciones a través de su página web para poder garantizarle la alimentación adecuada mientras sigue el tratamiento en una sanidad que no es universal. “Hemos pedido ayuda porque el tratamiento en Ucrania lo tienen que costear ellos, por lo menos para enviar cada semana un pedido de comida y pueda estar bien fuerte para afrontar la enfermedad”, apunta Izagirre.
La familia de Juncal Díez intentó durante los meses de pandemia mantener el contacto con la familia de Olga. Pero no siempre fue posible por problemas de conexión a internet de estos últimos. Asegura que reencuentro con la niña casi tres años después fue especial y que la encontraron muy cambiada. También fue emocionante para sus hijas, con las que ha construido una conexión importante. “Quiero enseñarles a mis hijas que en el mundo no todo es lo que nosotros vivimos”, cuenta, para reconocer que “es la satisfacción de poder ayudar a alguien que lo necesita” el motivo principal por el que decidió involucrarse con el programa. “Creo que nosotros tenemos muchas cosas y tenemos que aprender de las personas que no tienen tanto, al final vivimos en un mundo que no es real”, considera Díez.
Los 81 niños y niñas llegados a Euskadi y Navarra a pasar las fiestas retornarán al norte de Ucrania el 19 de enero. En total 25 menores pasarán su estancia en Bizkaia, 45 lo harán en Gipuzkoa, cinco en Álava y ocho en Navarra. De ellos, 14 son nuevas incorporaciones, mientras que para otros, como Olga, llegan por primera vez en Navidad. Juncal Díez asegura que repetirá la experiencia y tiene clara la razón: “Porque yo a ella le estoy ayudando en su salud a futuro y, a la vez, mis hijas aprenden que tienen todo y que no podemos ser egoístas”.