Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
Las fiestas de los pueblos, entre el cambio y la permanencia
Se han producido muchos cambios en nuestra sociedad en las últimas décadas, pero el fenómeno festivo sigue siendo el magma de la vida social. Eso no quiere decir que las fiestas permanezcan inmutables; cambio y permanencia son dos conceptos que se entrecruzan en las fiestas patronales de nuestros pueblos.
Si analizamos la idiosincrasia de nuestras fiestas podemos observar paradojas y ambigüedades que saltan a la vista:
Las fiestas son la continuación de la tradición, y la tradición consiste en sedimentar la seguridad y la permanencia, en crear una zona de confort grupal. Sin embargo, nuestro tiempo presente plantea precisamente los retos de la incertidumbre, de lo temporal y de un inestable porvenir.
Las fiestas tienen un origen agrario y están relacionadas con los ciclos del campo, además la mayoría de ellas tienen un componente religioso. Sin embargo, vivimos en una economía digital e industrial y en una sociedad secularizada.
El tiempo festivo es el momento de la exaltación de la identidad colectiva. En cambio, en la sociedad actual, las pertenencias comunes están cada vez más fragmentadas, cada vez hablamos menos en plural y el individualismo identitario cobra protagonismo respecto al tejido social comunitario.
Las fiestas también son la ocasión idónea de mostrar el ímpetu propio y endógeno, de acentuar la frontera entre el “nosotros” y el “ellos”. Pero nuestros pueblos son cada vez más heterogéneos, complejos y mestizos. Las fronteras sociales se diluyen. El reguetón se mezcla con la jota, el ajoarriero con el cuscús.
En definitiva, la dicotomía cambio-permanencia siempre en tensión y con contradicciones en disputa. La persistencia de la tradición se conjuga con la adaptación a las nuevas realidades sociales y culturales.
Pero si continuamos analizando la esencia festiva de nuestros pueblos también observamos que dentro de la fiesta hay muchas fiestas. Vamos a adentrarnos brevemente en ellas:
La fiesta catártica. Los cohetes y el repique de campanas son signos que anuncian la alteración del tiempo normal. La fiesta es disruptiva, es la negación de lo cotidiano, es salirse del guión. “Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”, dice Serrat en su canción también titulada Fiesta.
La fiesta iniciática. La fiesta es un rito de paso. Los adolescentes demuestran que están entrando a la vida adulta a través de diferentes pruebas: salir a las vaquillas, beber, ligar, hacer gaupasa... Son instantes embriagadores de libertad y emancipación que rompen con las sujeciones de la niñez.
La fiesta comunitaria. La fiesta tiene una dimensión corpórea y cercana, se da con otros: con la cuadrilla, con los vecinos, con la familia. Asimismo, la fiesta se vive en el espacio público de forma intergeneracional: la calle y la plaza son los lugares compartidos donde el pueblo se encuentra y reconoce a sí mismo. Juntos, mezclados y revueltos.
La fiesta dionisíaca. Dionisio es el dios del placer, del morapio y del exceso. Las comidas, cenas y poteos populares son abundantes: la gastronomía como transmisora de lazos de fraternidad y encuentro. Pero Dionisio también es como el dios-toro: representa la furia, la fuerza y el riesgo. La tradición taurina está muy unida al mundo rural del sur de Navarra.
La fiesta reivindicativa. Dicen que el atuendo blanquirrojo tiene un efecto uniformador, pero si miramos con detenimiento veremos mensajes plurales que reclaman nuestra atención en pañuelos y camisetas: reivindicaciones como la mano roja, símbolo de repulsa a la violencia machista, o la campaña #metachodemacho que apuesta por las masculinidades abiertas, diversas y conscientes.
En conclusión, la fiesta es una “matrioska” con múltiples fiestas en su interior. La fiesta también es un fenómeno social contradictorio y ambivalente. Se haya siempre en un tira y afloja, en un flujo y reflujo: unos se aferran al pasado, otros quieren cambiar cosas. Tal vez la clave de su exito sea el equilibrio entre cambio-permanencia y tradición-modernidad. En cualquier caso, la fiesta construye arraigo y construye futuro. Un pueblo festivo es un pueblo vivo.
Se han producido muchos cambios en nuestra sociedad en las últimas décadas, pero el fenómeno festivo sigue siendo el magma de la vida social. Eso no quiere decir que las fiestas permanezcan inmutables; cambio y permanencia son dos conceptos que se entrecruzan en las fiestas patronales de nuestros pueblos.
Si analizamos la idiosincrasia de nuestras fiestas podemos observar paradojas y ambigüedades que saltan a la vista: