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Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.

La insostenible banca privada

Attac Navarra

Javier Jimeno (Attac Navarra) y Carlos Sánchez Mato (Attac Madrid) —

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“Una banca pública transparente, democrática, ética, con control social y orientada a la ciudadanía es un instrumento imprescindible para intervenir contra la desigualdad, la exclusión social y la irracionalidad del mercado” (Plataforma por una Banca Pública).

Hace pocos días, en el curso desarrollado por la UIMP, bajo el titulo El nuevo modelo económico. Lecciones de la crisis, José Ignacio Goirigolzarri, presidente de Bankia, explicaba que la banca pública es insostenible. “A veces pienso que tenemos una memoria frágil. Pensemos qué era Bankia y cuál era su gobierno corporativo hace tres años”, dijo sin ruborizarse.

No era otra su intención que abundar en la tesis oficial que, de forma interesada, ha culpabilizado a las cajas de ahorro de lo ocurrido al tiempo que eximía a los bancos privados. Es evidente que las cajas han mostrado en la actual crisis una enorme debilidad y prácticas deplorables cuando no delictivas de sus directivos. Pero es falso que su situación patrimonial fuera peor que la de las entidades bancarias privadas. Ni su morosidad (en 2010 la morosidad de las cajas de ahorro era del 5,82% frente al 5,83% de las entidades bancarias. Las cooperativas de crédito tenían indicadores mejores, del 4,48%, según Banca Pública, rescatemos nuestro futuro) era más elevada ni su gestión peor que la de los bancos pero se enfrentaban al abismo sin posibilidades de captar capital para asumir los quebrantos y con enorme ansia por parte del resto del sector de acceder a la cuota que estas entidades tenían en créditos y depósitos (las cajas de ahorro tenían el 47,6% de créditos y depósitos en 2010). El resultado de esta crisis ha sido su eliminación que, ni ha resuelto el problema de fondo, ni ha evitado otros efectos negativos de enorme magnitud como la destrucción de la obra social, que había aportado un considerable dividendo al conjunto de la sociedad (en el período 2000-2010, las cajas de ahorro aportaron a sus obras sociales un total de 13.954 millones de euros, el 24,98% de su beneficio).

Profundizando en el tema, no podemos menos que asombrarnos de que el presidente de un banco que solo puede existir gracias a las ayudas públicas diga que la banca pública es insostenible. Memoria frágil la de Goirigolzarri, que olvida que las ayudas públicas directas a Bankia para su recapitalización han sido 22.424 millones de euros y las ayudas indirectas mediante avales, créditos fiscales, adquisición de activos y préstamos del Banco Central Europeo han ascendido a 125.386 millones de euros. En total 147.810 millones.

Si tuviera la tentación de argumentar que las ayudas se destinaron solo a las cajas de ahorro, habría que recordarle al presidente de Bankia que el sector bancario al completo es absolutamente dependiente de las ayudas públicas. Si al lucrativo negocio obtenido de la operativa con deuda pública y los préstamos a las Administraciones Públicas, unimos el beneficio que obtienen las entidades bancarias por el aval implícito a los depósitos de los ahorradores protegidos por el Fondo de Garantía de Depósitos, el beneficio de la banca privada se esfuma.

Sin embargo Goirigolzarri dijo algo muy cierto en su conferencia, “el sector financiero es clave para el futuro de la sociedad”. Pero lo que parece olvidar es que también ha sido clave para el presente, pues la crisis del sistema financiero internacional que comenzó en 2008 con la quiebra del banco Lehman Brothers y las tristemente famosas hipotecas subprime, fue el detonante de la peor crisis económica del capitalismo mundial desde la gran depresión de 1929. El que fuera el detonante no lo convierte en el origen del problema y cometeríamos un grave error si consideramos que fue éste momento el inicio de la crisis. Ésta venía gestándose desde hacía tiempo y, aunque no podemos desligarla de la hipertrofia del sector financiero (el volumen de los activos de los bancos privados europeos en relación al Producto Interior Bruto se disparó, sobre todo en la última década del siglo XX; en 2011 alcanzó 3,5 veces el PIB de la UE-27), es inevitable relacionar la sobredimensión del mismo con la incapacidad de la llamada economía real para ofrecer una tasa de ganancia atractiva a los poseedores de capital.

La pretendida auto-regulación de los mercados financieros ha brillado por su ausencia y ha generado burbujas especulativas que, como en el caso español, han concentrado las inversiones de capital en sectores como el inmobiliario, las grandes infraestructuras y la internacionalización de las grandes compañías, con una deficiente asignación de recursos en otros ámbitos. La deriva de ese funcionamiento del sistema ha tenido como consecuencia el excesivo e insostenible endeudamiento de los agentes económicos.

Hay dos lecciones importantes que sacar de esta crisis, estas son: que lo único que ha impedido que sistema financiero privado internacional haya quebrado han sido las astronómicas ayudas públicas recibidas. Y que con esas ayudas públicas se ha salvado a los grandes accionistas mientras se ha condenado a una gran parte de la población al paro y la pobreza.

En octubre de 2008, el primer plan de rescate de Wall Street presentado por el secretario del Tesoro, Hank Paulson, implicó: 250.000 millones dólares para recapitalizar bancos, 500.000 millones de avales a empresas en crisis, 500.000 millones para la compra de hipotecas basura, 500.000 millones para salvar planes de pensiones privados… ¿alguien cree que sin esta masiva intervención del estado el sector financiero de Estados Unidos habría sobrevivido?

Pero Europa no se queda atrás. Entre diciembre de 2011 y febrero de 2012, el Banco Central Europeo (BCE) prestó más de 1 billón de euros (1.000.000.000.000€) a unos 800 bancos europeos, a un plazo de 3 años y al 1% de interés, no teniendo que pagar los intereses hasta el final de la vida del prestamos. Este programa lleva el nombre de LTRO (Long Terme Refinancing Operations).

A esto se puede añadir unos 2 billones de euros (2.000.000.000.000€) de ayudas de los gobiernos para la recapitalización de los bancos europeos mediante inyecciones de capital y garantías publicas de los gobiernos de la Unión Europea para asumir las deudas bancarias en caso de necesidad. Y en esta línea se enmarca la nueva política del Banco Central Europeo de adquisición de activos que está cebando una nueva bomba que terminará estallando. Cuando lo haga, los mismos que contribuyeron a su explosión mostrarán asombrados gestos de incredulidad ante los efectos de esta nueva burbuja y dirán, una vez más, que nadie lo supo ver.

La contrapartida a estas ayudas masivas a la banca privada ha sido el crecimiento exponencial de las desigualdades sociales. El caso griego es paradigmático. A cambio de unos paquetes de rescate de unos 226.500 millones de euros (comparen esta cantidad con las anteriormente mencionadas), a Grecia se le han exigido unos planes de austeridad que han provocado que un tercio de su población caiga en la pobreza y la exclusión social. Recientemente Christine Lagarde, presidenta del FMI, comenzaba un discurso diciendo que “el mes pasado casi me atraganto con mi yogur del desayuno cuando vi la primera página de un periódico económico”. El motivo fue leer que el gestor de fondos de alto riesgo mejor pagado del mundo había ganado el año pasado (2014) 1.300 millones de dólares. Y que los 25 gestores mejor pagados habían ganado 25.000 millones. Es comprensible que casi se atragantase pues la pobre Christine tiene un sueldo anual libre de impuestos de solo 467.940 dólares. Tanto el FMI como la OCDE reconocen abiertamente que durante esta crisis la desigualdad entre ricos y pobre ha crecido a favor de los primeros, hasta el punto de considerar que el crecimiento de la brecha de la desigualdad está poniendo en riesgo la incipiente recuperación económica. Según los estudios de la OCDE, actualmente el 10% de la población más rica de los países de la OCDE gana 9,6 veces más que el 10% menos favorecida. En la década de los 80 la diferencias era de 7 a 1, en los 90 la diferencia era de 8 a 1 y en la pasada década de 9 a 1.

El resultado final de esta edición de la lucha de clases está todavía por definir, pero es evidente, a la luz de los datos anteriores, que la clase dominante está obteniendo un éxito total hasta ahora. Para que las tornas cambien es preciso que las clases populares, la mayoría social, reivindique otro sistema y se convenza de que hay alternativas a la deriva que solo ocasiona exclusión y sufrimiento. Y como elemento central de esa alternativa está la imprescindible necesidad de domeñar al sistema financiero. Como dice Eric Toussaint (Bancocracia, editado por Icaria), “el oficio de bancario es demasiado serio para ser dejado en manos del sector privado. Es necesario socializar el sector y ponerlo bajo control ciudadano, pues debe estar sometido a normas de un servicio público y las rentas que su actividad genere utilizadas para el bien común. La deuda pública contraída para rescatar los bancos es claramente ilegítima y debe ser repudiada”.

Tenemos un reto clave para abordar la crisis y es abordar la conformación de una banca pública y el fortalecimiento de un sector público que busque el desarrollo integral y planificado de los recursos económicos y su control democrático, dando prioridad la satisfacción de las necesidades sociales y no la explotación de los trabajadores, una utilización racional de los recursos naturales y no su expolio. En definitiva, se trata de establecer bases de cooperación entre países que permita un desarrollo integral de todos, en lugar de la competencia en beneficio de los más poderosos. Son las respectivas clases dominantes de cada país las que nos están imponiendo medidas de ajuste, a sus trabajadores y a los de los demás países, en su propio beneficio y son ellas las que están alimentando la posibilidad de nuevos enfrentamientos entre las naciones.

Una Unión Europea realmente democrática, con unos pueblos dueños de sus propios recursos y de su moneda común, sería una fuerza imparable, que podría abrir la puerta a unas relaciones de cooperación real entre los pueblos en beneficio mutuo, en lugar de la competencia por el máximo beneficio privado.

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