Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
El socialismo posmoderno
El pensamiento posmoderno es un conjunto de filosofías que cuestionan las grandes certezas de la modernidad ilustrada, sobre todo la excelsa confianza en la racionalidad. Auschwitz, metáfora de la sinrazón, designa una de las mayores monstruosidades de la historia de la humanidad y representa, como dice Adorno, el más rotundo fracaso de la razón y la cultura. El holocausto nazi asesta un duro golpe a la teodicea leibniziana y a la dialéctica afirmativa hegeliano-marxista, al poner de relieve su imposibilidad de conectar con la experiencia y asumir el relato histórico como una crónica del pasado, no como un destino venturoso. En el fondo las historias poco nos dicen, pues está ahí como testimonio de la existencia de sus autores.
Horkheimer y Lowenthal detectaron y denunciaron las limitaciones del proyecto humanista ilustrado, cuya perversión original fue poner la razón al servicio de la dominación y no de la liberación humana. Vattimo da consistencia y difusión editorial a esta crítica y concluye que la verdad entendida como la adecuación del predicado al sujeto debe ser abandonada, pues, dadas las dificultades epistemológicas para conocer la verdad objetiva, se corre el peligro de transformar el conocimiento en creencia y ésta, a su vez, en posesión de la verdad absoluta, la cual indefectiblemente conduce a la tentación de querer imponerla por medios autoritarios.
Se devela así un pensamiento débil, insuficientemente fundamentado, que, a diferencia de las teorías de la modernidad, no reclama para sí el patrimonio de la verdad objetiva y universal. En este nuevo contexto, la verdad ética y política es fruto del consenso y no tiene, por tanto, un valor intrínseco, lo cual implica, como dice Lyotard, el final de las utopías, que se muestran inalcanzables y sin poder convocante. Y como consecuencia, la utopía socialista entra inevitablemente en conflicto con las filosofías posmodernas. Aprovechando este repliegue teórico del socialismo, el neoliberalismo pragmático se alía con las tesis posmodernas, convergiendo en un pensamiento técnico y utilitarista que se plasma en el Consenso de Washington. En este sentido, Fukuyama considera que las ideologías son innecesarias y que deben ser sustituidas por la ciencia económica que es la que nos conducirá a la sociedad perfecta. Han pasado ya bastantes años y de la sociedad paradisíaca de Fukuyama poco vestigio puede encontrarse en un mundo en el que millones de seres humanos sufren hambre y desnutrición, se suceden las guerras y el terrorismo internacional es cada vez más cruel.
Parece, por tanto, que el devenir histórico desmiente que las filosofías y hermenéuticas posmodernas sean la simple expresión de la hegemonía capitalista, pues presentan una posibilidad teórica y práctica que nos hace mirar de nuevo a la vieja utopía, ciertamente vapuleada, pero no derrotada. Si el devenir histórico no conduce necesariamente a la sociedad perfecta, ni es posible fijar criterios universales de bien, rectitud, perfección, bienestar o verdadera felicidad, los relatos socialistas, aun manteniendo sus principios y valores, deberán huir de los grandes modelos referenciales, de las creencias imprescindibles, desligarse de los prejuicios y dogmas históricos, vincularse a las diferentes realidades, contextualizar su praxis y concretar sus propuestas.
La solidaridad, esencial valor socialista, es consecuencia del sentimiento de benevolencia, única virtud natural que reconociera Hume. Sin embargo, una vez que Nietzsche y Freud despojaron al ser humano de su semejanza divina, este sentimiento es tan limitado psicobiológicamente que solo se manifiesta con los familiares, los amigos, los vecinos y si acaso con los conciudadanos, pero en la medida en que se aleja de estos, se debilita hasta desaparecer. Por tanto, la solidaridad espontánea con los ajenos no es posible, de ahí que la solidaridad universal, como dice Rorty, parezca impensable. Es cierto, sin embargo, que los seres humanos son conscientes o al menos intuyen el sufrimiento que produce la pobreza, la enfermedad o el hambre y, en consecuencia, se afanan en evitarlo. Precisamente en esta conducta preventiva, la solidaridad encuentra un soporte empírico, que está inscrito, por tanto, en los hábitos y usos sociales, aunque se atisba fácilmente que la solidaridad surge como algo útil y conveniente, aunque no es vivida como un deber moral, sino obviamente como una necesidad.
Asumida la limitación psicobiológica de la benevolencia y la contingencia de la solidaridad, la única forma de crear un sentimiento solidario, aunque sea artificial, es la vía educativa y, aun así, sería insuficiente, puesto que la benevolencia y la solidaridad se enfrenta a sentimientos opuestos, como el odio, la envidia, la ambición o el egoísmo. Por tanto, la solidaridad no puede emanar exclusivamente del sentimiento de benevolencia ni sustentarse en la experiencia de la necesidad, sino que debe basarse en una regla previa a dicho sentimiento. Esto es, en una obligación exterior, coactiva y legal que resulta de un pacto social. Acuerdo que va fijando unas expectativas, unas costumbres, unas reglas de vida y unos compromisos que finalmente llamaremos morales. La libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos simplemente traducen emociones contextuales socialmente generadas por las necesidades humanas. En definitiva, todas las normas que hacen posible el respeto a estos valores no pueden ser atribuidos a la naturaleza humana como referente metafísico universal, sino a escenarios políticos consensuados con vocación de comunidad social razonablemente satisfecha.
El pensamiento posmoderno es un conjunto de filosofías que cuestionan las grandes certezas de la modernidad ilustrada, sobre todo la excelsa confianza en la racionalidad. Auschwitz, metáfora de la sinrazón, designa una de las mayores monstruosidades de la historia de la humanidad y representa, como dice Adorno, el más rotundo fracaso de la razón y la cultura. El holocausto nazi asesta un duro golpe a la teodicea leibniziana y a la dialéctica afirmativa hegeliano-marxista, al poner de relieve su imposibilidad de conectar con la experiencia y asumir el relato histórico como una crónica del pasado, no como un destino venturoso. En el fondo las historias poco nos dicen, pues está ahí como testimonio de la existencia de sus autores.
Horkheimer y Lowenthal detectaron y denunciaron las limitaciones del proyecto humanista ilustrado, cuya perversión original fue poner la razón al servicio de la dominación y no de la liberación humana. Vattimo da consistencia y difusión editorial a esta crítica y concluye que la verdad entendida como la adecuación del predicado al sujeto debe ser abandonada, pues, dadas las dificultades epistemológicas para conocer la verdad objetiva, se corre el peligro de transformar el conocimiento en creencia y ésta, a su vez, en posesión de la verdad absoluta, la cual indefectiblemente conduce a la tentación de querer imponerla por medios autoritarios.