Un fotógrafo, un ambiente íntimo y una persona sin más inquietud, que no es poca, que sentirse bien consigo misma. Cualquier sesión fotográfica se puede describir así, pero lo que diferencia a esta sesión es Marta, la modelo. No lo es, no mide 1,80, ni cumple la máxima de 90-60-90. Pero posa como una maniquí y se siente como una top model, su belleza le pertenece y es natural.
El fotógrafo dirige cuidadosamente cada movimiento de Marta, busca el rincón perfecto, la luz adecuada, y cada instantánea es una pequeña obra de arte que transmite elegancia y sensualidad. Estas fotografías no van a acompañar ninguna campaña de publicidad de éxito, ni van a aparecer en ninguna revista. Son un regalo que Marta quiere hacerse a sí misma.
Se trata de ‘Boudoir’ o ‘sesiones íntimas de retrato’, como le gusta llamarlo al fotógrafo Jon Rodríguez. Boudoir proviene del francés y significa tocador, ese lugar donde las mujeres se acicalaban lenta y cuidadosamente, sintiéndose bellas. Esta técnica tiene muchas seguidoras en Estados Unidos y comienza a extenderse ahora por nuestra cultura, pero lo hace de otra manera. “Allí el Boudoir está más enfocado hacia lo sexy, aquí se entiende como una sesión sensual, se trata de sugerir más que de enseñar”. Así lo entiende el fotógrafo Jon Rodríguez que hace un par de meses empezó a realizar este tipo de sesiones en las que todos podemos ser modelos por un día. Más allá de unas características físicas, lo que se persigue es apreciarse, valorar tu cuerpo olvidando los estereotipos que nos invaden.
Por eso las personas que deciden enfrentarse al objetivo de una cámara, normalmente mujeres que pasan de la treintena, deben tener sobre todo ganas. “Lo más importante es que sientan que quieren hacerlo” explica Jon, “se trata de darse el placer de hacer una sesión de fotos, de sentirse guapa”. Para ello es imprescindible el papel del fotógrafo, “el secreto es saber sacar la sencillez que tenga esa persona”, y en ese camino la luz es fundamental “no hay gente ni guapa ni fea, hay buena luz”. Así de claro se muestra Jon, que además confiesa que las primeras fotos “normalmente no valen”. Pero poco a poco la modelo novel se va relajando gracias a la cuidada dirección del fotógrafo hasta conseguir unas estampas que nada tienen que envidiar a las profesionales. En ese momento estalla la magia entre la cámara y el cuerpo, y la belleza no es un canon si no un sentimiento, una sensación que atrapa el fotógrafo y queda para siempre impresa en la película.
Las ‘modelos’ deciden traspasar la cámara de Jon “normalmente se encuentran en buen momento”, después de la explosión de la juventud ven que en la madurez “están en su mejor momento, conocen su cuerpo, les gusta y ya no les importa no ser perfectas”, percibe Jon.
Y así lo ha sentido Marta. Una vez pasados los nervios iniciales, comienza a sentirse cómoda y procura seguir todos los pasos que le va marcando el fotógrafo. “Lo más difícil es mantener la postura e intentar permanecer natural”,
pero por otro lado “es muy divertido” asegura Marta tras la sesión. El resultado: unas fotografías que resaltan la figura de la improvisada modelo y sobre todo una experiencia inolvidable.
Marta quería vivir la experiencia de una ‘sesión íntima de retrato’, otras participantes lo hacen como regalo para su pareja, “es muy común como regalo antes de la boda, pero yo prefiero que se lo quieran regalar a sí mismas, ese es el objetivo real de estas sesiones”, admite Jon que está viendo como poco a poco el ‘boca-oído’ está haciendo su trabajo y cada vez cuenta con más interesadas en ponerse delante de su objetivo.
Un reto que obtiene una recompensa en estima personal y un recuerdo de una belleza que es única e irrepetible: la propia.