“Aquella socialdemocracia que desde 1932 hizo de Suecia el mayor reto para el adversario capitalista. Imaginar que se podía hacer una revolución rigurosamente libre. Ahora es un país como los demás. A la espera de la próxima derrota”.
Así cerraba el otro día Gregorio Morán una de sus sabatinas en La Vanguardia. Morán es un escritor comprometido, aunque no creo que le guste el apelativo. Su amplia experiencia desde posiciones de izquierda, de militancia en la clandestinidad, avala su compromiso. Un intelectual con obras tan significativas como “Grandeza y miseria del Partido Comunista de España” o “Adolfo Suárez: Ambición y destino ”, que las recomiendo en estos momentos estivales.
Pudiera parecer que mantenerse a la espera de una próxima derrota destilara un pesimismo fatalista pero quizás también pueda alumbrar un optimismo informado. Que pueda haber derrota significa que antes hemos fijado metas a conseguir. Los que nunca pierden son los que nunca apuestan. A mi modo de ver, esperar a la próxima derrota supone una actitud indómita ante la realidad hegemónica. El miedo y el control son factores que rodean el pensamiento conservador. La esperanza y la libertad alimentan el pensamiento progresista. Esperar la derrota viene a asemejarse al concepto de resiliencia, a la capacidad de superar momentos difíciles. Algo tan de moda en estos momentos de coach.
En política, las victorias son efímeras y las derrotas provisionales. Máxime si aspiras al progreso y bienestar de la sociedad. En este marco de mutabilidad, la vida política tiene momentos de triunfo más allá de la frustración constante. Podemos encontrarnos momentos políticos de éxito como la primera legislatura de Zapatero que hasta Pablo Iglesias aplaudió. Pueden surgir mareas ciudadanas que salgan a la calle demandando regeneración y trastoquen viejos sistemas políticos que se entendían como perpetuos. Podemos encontrarnos con alternativas democráticas que derrotan gobiernos con más de 25 años de ejercicio. Tal es la fuerza de la voluntad colectiva ciudadana.
Junto con esas fases éxito existen períodos notables de retroceso. No consideremos que lo logrado está para quedarse, puede darse la vuelta. Actualmente nos encontramos en una etapa de retroceso; donde la desigualdad, la fractura, la anomía, la xenofobia avanzan al mismo ritmo que crece la desprotección social. Pero estos negros períodos tampoco son permanentes ni fatales. Por muy negra que veamos la salida al túnel y aunque a veces la única luz que veamos sea la del tren que nos viene a arrollar, siempre hay salida. Hay que escapar de la coyuntura, del momento, tener una mirada más larga, una proyección que supere el día a día.
En definitiva, la sociedad, la comunidad ciudadana, la comunidad política, camina día a día. A veces, avanza; otras retrocede. El sentido de la dirección, en última instancia, lo marca la voluntad colectiva. Es la ciudadanía la que moldea la sociedad y sus instituciones. Así pues, quedamos a la espera de la próxima derrota porque siempre habrá una próxima vez. En el mismo momento que llega la derrota se acerca la victoria.