Beatriz tiene 64 años y desde hace dos acude a diario al comedor solidario París 365 a comer y cenar. Tras 40 años trabajando de funcionaria en Venezuela y recién jubilada, decidió venir a vivir a España hace un lustro. “Venía con mi pensión, que me daba de sobra para vivir cómodamente en Pamplona”, explica. Por aquel entonces no podía imaginarse la situación política, económica y social en la que acabaría su país. Ahora por la devaluación de la moneda venezolana, el bolívar, con su pensión no le llega “para nada”. “Hoy mi pensión equivale a dos euros”, cuenta desolada.
Ante semejante panorama Beatriz se vio viviendo en casa de amigos que la acogieron y comiendo en el París 365 “para molestar lo menos posible”. Ahora tiene como único ingreso la Renta Garantizada del Gobierno de Navarra, unos 600 euros, que utiliza para pagar el alquiler de una habitación en la que viven ella, su madre y su hermana, que huyeron de Venezuela el año pasado, y para pagar sus medicamentos y los de su madre, enferma de Alzheimer. Por ello tiene que seguir acudiendo a diario al comedor donde come ella y se lleva comida a casa para su madre.
Como Beatriz, entre 60 y 70 personas acuden al comedor solidario a diario. Personas de Pamplona “a las que la crisis les cambió la vida para mal” o migrantes que llegaron a España en busca de un futuro mejor y que ahora “se encuentran sin nada”. “Somos un parche de la sociedad, llegamos allí donde no llega la ayuda del Estado”, explica Patxi Lasa, presidente de la fundación Gizakia Herritar, que además de dar cobertura al comedor también ofrece servicios de despensa solidaria, de vivienda, de repartir sopa caliente a las personas que viven en la calle y de aprendizaje para niños, entre otros.
Una fundación que nació hace diez años, recién entrada la crisis para “asegurar el alimento a quien no lo tiene” y con la única voluntad “de desaparecer”. Una década después, ese presagio hecho desde el deseo de que no hiciera falta una fundación así, lo que significaría que no habría gente en Pamplona que pasase hambre, puede hacerse realidad, pero no precisamente por ese motivo. París 365 necesita 100.000 euros antes de que llegue febrero si no quiere cerrar la persiana. Esa cantidad es la que necesitan para, al menos, mantener el programa de alimentación, que incluye el comedor, la despensa solidaria y el servicio de reparto de sopa caliente a gente sin hogar.
“En septiembre hicimos balance y vimos que teníamos 60.000 euros de pérdidas en el comedor y la despensa solidaria”, lamenta Patxi. El descenso de las donaciones de particulares y “la congelación o reducción” de las ayudas de fundaciones, obras sociales e instituciones públicas en los últimos meses han llevado al París 365 a un panorama desolador que hace temer los peores presagios. Una situación que dejaría a 600 personas “en una situación muy complicada”, cuenta Patxi, que añade que lo más grave es que 240 de ellas son menores.
Personas como Beatriz o Hadj, argelino que llegó a Pamplona hace casi un año después de haber estado otros dos en Alicante trabajando en el campo, y que de no ser por el París 365 “no tendría nada para comer”. También son muchas las personas que acuden a este comedor teniendo empleo, explica Patxi Lasa, “un empleo precario que hace que no tengan para comer”. Y es que en los últimos años han notado un cambio de perfil de las personas que acuden a pedir ayuda. “Con la crisis los empleos se han precarizado y muchos son temporales, por eso hay muchos que solo pueden alquilarse una habitación sin derecho a cocina, o directamente con lo que pagan de alquiler se gastan casi todo su sueldo y no les queda para comida”.
Lo que aporta el comedor a toda la gente que acude a él “es mucho más que un simple plato de comida”, coinciden todos los comensales, que valoran casi más que la cucharada de sopa de verduras que se llevan a la boca el compartir ese rato en compañía de otros en una situación similar a la suya y de las voluntarias y voluntarios que los escuchan y les dan apoyo. “Aquí hay mucha calidez humana”, resalta Beatriz, que sigue: “No es que vengas, te den el plato de comida y ya. No, es mucho más, hablas con la gente y te olvidas por un momento de tus problemas”. Por eso hay una frase que se repite mucho en París 365 estos días: “No puede cerrar”.
Tanto trabajadores como voluntarios y usuarios insisten en esta idea y por ello han lanzado la campaña 'S.O.S París 365', con la que esperan conseguir esos 100.000 euros que sirvan para mantener en pie el proyecto. Patxi Lasa es optimista y está seguro de que lo lograrán y podrán seguir ayudando a esta gente “con la urgencia e inmediatez que lo hace el París”. Y es que, critica Patxi Lasa, este comedor “actúa de parche dando a los más necesitados recursos básicos que no son cubiertos por las instituciones”.
“Recibo más de lo que doy”
Después de abonar 50 céntimos por cubierto o 1 euro por las tres comidas –desayuno, comida y cena–, los comensales comparten mesa y vivencias con otros usuarios y también con voluntarios. Tras pagar ese “precio simbólico”, que no es más que un gesto para “que sepan que esto cuesta”, comenta Patxi, los usuarios combaten la soledad a la que están acostumbrados charlando de todo tipo de temas: desde el fútbol hasta de sus problemas. Muchos coinciden en que en este segundo aspecto los voluntarios juegan un papel fundamental: son un hombro en el que apoyarse, que más allá de servir los platos de comida escuchan y ayudan en lo que pueden.
Es el caso de María José, una mujer de 78 años volcada desde siempre con la solidaridad. Tras haber ayudado en fundaciones como Cáritas o Proyecto Hombre, hace diez años decidió embarcarse como voluntaria en el recién nacido París 365. Lo hizo porque le gusta ayudar a los demás, pero también “porque recibo más de lo que doy”. Una idea muy repetida entre las más de 100 personas que echan una mano en las distintas áreas del proyecto París 365. María José incide en la idea de que “muchas veces lo que más necesitan, más allá de comer, es tener a alguien que les escuche, que comprenda sus problemas”. Un trabajo muy gratificante, dicen, por todo el agradecimiento que reciben por parte de los usuarios. “Te los encuentras por la calle y se acercan a darte un abrazo, eso te da la vida”, relata María José, una de las voluntarias más veteranas.
Despensa solidaria
Antes de estar en el comedor, María José pasó varios años en la despensa solidaria, otro de los servicios del París 365 que ayuda a familias, en su gran mayoría con varios miembros menores de edad, a tener alimentos suficientes en casa para subsistir. Kawtar acude todos los lunes a este local situado en la calle Anelier 11 a llenar la cesta de la compra para ella y su hijo de dos años. Con un carro recorre las estanterías donde se distribuyen los productos que donan al París asociaciones como el Banco de Alimentos o supermercados de la zona.
A Kawtar la acompaña Juana, voluntaria, que con una lista en la mano va repasando los alimentos que necesita y se los mete en el carro. Llevan un control exhaustivo de lo que se lleva cada familia en su reparto semanal para asegurarse de que todas ellas puedan disponer de los alimentos básicos. Posteriormente pasan “por caja”, una caja simbólica en la que Luis Miguel Castro, uno de los trabajadores de París 365 y encargado de logística, anota en un documento de Excel cada uno de los productos que se ha llevado Kawtar para confeccionar la lista de la semana siguiente con aquellos alimentos que se hayan acabado.
Además de Juana, Maialen y Carmen también están en la despensa de voluntarias. Coinciden en la afirmación de sus compañeras del comedor de que “los usuarios te dan mucho”. Hablan con ellos mientras recorren los pasillos del local, tiempo suficiente para que muchos se abran a contarles sus problemas. Problemas que muchas veces “te llevas a casa”, cuenta Carmen, quien asegura que le “afecta mucho ver a gente como yo que está pasando tanta necesidad”. Es la parte más especial que tiene el París 365, las relaciones que se establecen entre usuarios, voluntarios y trabajadores, que como cuentan ayudan a todos por igual.