¿Qué falla en la lucha contra la violencia de género? Los continuos asesinatos machistas, las agresiones sexistas en las fiestas y la detección de este problema en nuevas generaciones suscitan esta pregunta. Y más si se analizan los avances en concienciación y en recursos para luchar contra esta lacra. Patricia Amigot Leache (Pamplona, 1970), doctora en Psicología Social, acumula veinte años de experiencia en la investigación de género y, en la actualidad, es profesora experta en violencia de género dentro del master universitario en intervención social con individuos, familias y grupos de la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Al ser preguntada sobre ello, prefiere no centrarse únicamente en los asesinatos y mirar en la desigualdad asociada a ellos. Y ahí, insiste, es donde queda mucho trabajo por hacer.
Tras veinte años de investigación en violencia de género, ¿en qué diría que hemos avanzado?
Un avance evidente ha sido visibilizar la violencia contra las mujeres como un problema social. Eso es un logro muy vinculado con la actividad, la denuncia y la lucha de los grupos de mujeres y feministas en la década de los 90 y cerca del año 2000, cuando entonces se hablaba de violencia doméstica y después se concibió como violencia de género y se vinculó a un trasfondo de organización social de desigualdad, de relaciones desiguales entre hombres y mujeres. Hablamos de un problema de estructura que afecta a toda la sociedad, y eso ha implicado también avances en las estrategias de asistencia a las mujeres en situaciones de violencia e intentos de prevención.
La gran pregunta es ¿por qué se siguen produciendo?
Hay cosas que se han conseguido y otras… en el ámbito de la prevención más profunda han faltado recursos. Creo que a veces se percibe la violencia de género en los casos más extremos, los más graves, y eso se desconecta de las prácticas cotidianas. Y por eso se habla de la locura, de la monstruosidad de los agresores, pero eso dificulta relacionarlo con las condiciones estructurales de desigualdad.
Es decir, que conocemos la punta del iceberg.
Que desde el año 2000 hasta la actualidad haya habido más de 1.000 mujeres asesinadas en el Estado quiere decir que por detrás hay infinidad de situaciones de maltrato y de violencia de diferentes clases, porque la violencia de género tiene expresiones muy diversas. Las que más impactan mediáticamente son las físicas y, por supuesto, los asesinatos, pero aparecen desconectadas de esas expresiones de violencia mucho más abundantes que sustentan esos casos extremos. La violencia contra las mujeres es una expresión de una desigualdad social que tiene muchas caras.
Hablamos, por ejemplo, de la brecha salarial.
Por ejemplo, hablamos de la brecha salarial, del distinto acceso a los recursos, de la desigual carga de los cuidados en mujeres y hombres, que también tiene que ver, a su vez, con esas definiciones estereotipadas de lo femenino y lo masculino... Vivimos en una sociedad donde lo masculino tiene más centralidad, importancia y protagonismo. Y un ejemplo de ello son todas las producciones audiovisuales, como las películas o las series de televisión, que son elementos culturales en los que se está socializando la gente más joven y que tienen una importancia decisiva en cómo nos pensamos y cómo nos construimos como hombres y mujeres. Y transmiten imágenes muy estereotipadas y de subordinación de lo femenino. La publicidad es una fuente inagotable de estereotipos, por ejemplo.
El machismo también ha evolucionado, y se puede volver más sutil.
Vivimos una época complicada en la que los procesos de subordinación de las mujeres y de lo femenino se han vuelto más sofisticado, aunque siguen operando. Hay menos manifestaciones explícitas de sexismo, pero hay muchas implícitas. Y se reproducen relaciones asimétricas sin ser consciente de ello.
Usted participó en la evaluación de la primera ley foral contra la violencia de género. Ahora se ha aprobado la segunda, que aún debe desarrollarse, pero que especifica los tipos de violencia y habla de la psicológica, la sexual, la económica… ¿Cómo la valora?
Sí, es un avance. Que esa definición de violencia incluya situaciones que antes no lo estaban es un avance. Este es un problema que, por ejemplo, se da en la ley estatal, porque en su preámbulo define la ley como un fenómeno amplio, pero luego se centra en la violencia que hay en relaciones afectivas y eso deja fuera situaciones habituales como las violencias sexuales o la violencia entre personas que no tienen una relación estable.
Colectivos sociales han insistido en la necesidad de impulsar la coeducación, de lograr una educación en igualdad.
Hay que desarrollar procesos de prevención y concienciación en muchos ámbitos, como en las escuelas. Porque la educación mixta no es igual a coeducación, sino que debe haber una reflexión previa y una detección de los mecanismos de discriminación, que a veces son muy sutiles. Y tener la voluntad de transformar todo esto.
Pero hablamos de algo más que una asignatura dentro de un curso educativo.
Sí, porque de esa forma se convierte en un ingrediente más, cuando tiene que ser un principio transversal que lo atraviese todo.
Pero hacer algo transversal es algo muy fácil de decir…
… y muy difícil de hacer. Es evidente. Porque requiere formación e implicación de mucha gente, recursos económicos, de tiempo… Pero para eso debe percibirse como un problema importante en el que es necesario intervenir, y todavía no estamos en ese punto.