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Criar después de la separación: compartir vecindario, discutir por los gastos extra o negociar las clases particulares

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Celia Zafra Cebrián

Las familia tradicional ya no es tendencia en España. La foto formada por padre, madre e hijos (en plural) se desdibuja por momentos. Hemos pasado de aquella España con premios a la natalidad a ser un país en el que el hogar más habitual está formado por una pareja sin hijos. Y los hogares que más crecen son aquellos en los que hay hijos, pero no hay pareja. Más de la mitad de las parejas –el 57%– que se separan cada año en España tienen descendencia. Ya no son una excepción en la escuela, como en los años 80 y 90. Pero, ¿cómo se adaptan las familias a la crianza una vez que se produce la ruptura?

Pepi Santiago tiene 48 años y vive en Antequera (Málaga). Separada de la que fue su pareja durante dos décadas, han decidido ser vecinos. Literalmente: viven en casas contiguas. “Hemos abierto una puerta entre las dos casas y mi hijo entra y sale”, cuenta. “Sé que somos un modelo de familia atípica”, dice. Pero funciona. “Lo más difícil es dejar de verse como pareja, porque la mente guarda registros y actuaciones que debes aprender a gestionar, pero pudo más el bienestar de nuestro hijo”. La nueva pareja de Pepi ha entendido perfectamente la situación. El niño padece un trastorno del espectro autista y ella cree que esta solución le proporciona el orden y la tranquilidad que necesita.

“Lo positivo es que al haberse normalizado el divorcio en la sociedad, las familias se enfrentan a esta situación con más naturalidad, y eso siempre ayuda a una mejor adaptación psicológica. La parte negativa es que esa misma normalización hace que a veces no se le dé la relevancia que tiene”, relata Paula Sánchez Alarcón, psicoterapeuta especializada en infancia. “Todo proceso de cambio, como una separación del núcleo familiar, provoca sufrimiento y necesita un tiempo y un espacio para procesarse, por muy natural que sea”, detalla.

Negociación permanente

Si el fin del bipartidismo político conlleva negociación, el fin de la familia tradicional exige habilidades cum laude para el acuerdo. Tras las separaciones los consensos no son siempre fáciles de alcanzar.

Pablo García (47 años) está divorciado y tiene una hija adolescente. Su exmujer y él viven en Madrid, en el mismo vecindario que antes y comparten la custodia por semanas alternas. “Nos llevamos razonablemente bien y somos flexibles en temas como las vacaciones o el día de visita intersemanal, pero siempre hay tensiones, sobre todo por gastos extras y por la información sobre la vida de la niña que se comparte o no con el otro. La clave es mantener la calma y la comunicación y tirar de sentido común”, cree.

Pero cuando esa receta falla, el pastel termina cociéndose en el horno de la justicia. “Hay una judicialización enorme; hay familias judicializadas”, afirma Begoña González, mediadora de la Unión Nacional de Asociaciones Familiares (UNAF), entidad pionera en mediación familiar en España. Litigan porque no están de acuerdo con el dentista al que van los niños o por con quién pasan el puente de mayo. “Yo he visto padres discutir y recurrir al juzgado porque no estaban de acuerdo sobre el tratamiento que debía seguir su hijo, que padecía sordera”, corrobora José Gabriel Ortolá, portavoz de la Asociación Española de Abogados de Familia (AEAFA).

Según este letrado, los temas conflictivos más habituales son los relacionados con la religión –enseñanza laica o religiosa, asistir a catequesis, hacer o no la comunión–, la lengua vehicular que se elige en la enseñanza, viajes de fin de curso, horarios, uso del teléfono móvil, campamentos, actividades extraescolares y asuntos sanitarios. En el caso de las extraescolares, que suelen costearse a medias, es habitual que uno de los progenitores las proponga y el otro, simplemente, no responda. Así evita asumir el pago del 50% que suele figurar en los convenios cuando esas actividades son acordadas entre las partes.

“Como nunca contesta a mis mensajes, pues opté por elegir yo las actividades, que también pago yo. De hecho, mi hija necesita clases particulares, se lo comuniqué y ni contestó, así que no me queda otra que asumir los gastos, incluidos los no previstos”, cuenta Elvira (nombre ficticio), de Granada, 41 años, que da por imposible el diálogo. Lo mismo hace Sheila (nombre ficticio), que vive en Valencia y tiene 39 años: “Es imposible llegar a un acuerdo, todo le parece mal. Pero como solo viene una tarde al mes a ver a los niños, al final hago y deshago a mi antojo. Obviamente, si lo mandara de campamento una o dos semanas se lo diría, pero apuntarlo a extraescolares o gestionar el uso del móvil –tiene 10 años–, lo hago bajo mi criterio. Sin que sea perjudicial para el niño, claro”.

Las distintas maneras de educar a la prole tras la separación de la pareja son otra de las grandes fuentes de conflicto, afirma Paula Sánchez, a la luz de su experiencia profesional. Aunque ella entiende que no tiene por qué ser negativo: “A menudo los padres y madres me preguntan qué hacer cuando las exparejas tienen estilos muy diferentes de crianza. Yo siempre les digo que los niños van a tener una maleta con dos trajes, y que eso es muy rico para ellos. Lo importante es no criticar ninguno, porque cada traje será bueno para una situación. No son incompatibles; cada uno aporta y los hijos e hijas serán los que escojan uno u otro para cada momento”, ejemplifica la psicóloga.

Hay exparejas que prefieren armonizar todo lo posible esos estilos de crianza. Felipe López, de 45 años, vive en Albacete y tiene un hijo y una hija de 13 años. Cada semana habla con su ex para organizar la siguiente, a través de una charla telefónica. Los niños tienen llaves de las dos casas, y han acordado que pueden ir libremente a cualquiera, siempre que avisen antes, para respetar la intimidad de sus padres. “Cuando ha habido problemas en el cole, como malas notas o mala actitud, nos sentamos los cuatro y lo resolvemos. Abordamos igual la enfermedad de mi hijo, que es diabético. Compartimos siempre la información y evitamos tomar decisiones unilaterales”, relata.

Acudir a los tribunales para resolver estos temas rompe los cauces de diálogo entre los progenitores y, además, las resoluciones tardan en llegar incluso años. Tanto, que en vez de resolver la comunión, quizá toca plantearse la boda. Y es que, como resume Ortolá, “un juez no puede dar soluciones reales a esto”. “El poder judicial se ha dado cuenta y trata de promover cauces alternativos; el asunto está claramente sobre la mesa”. Pero por ahora, esos mecanismos alternativos, como la coordinación parental o la justicia terapéutica, y hasta las empresas privadas de intermediación, están en mantillas.

Incluso el recurso a la mediación familiar, que lleva más de 30 años activa en España, es todavía residual. ¿Por qué? Por la falta de promoción pública del servicio, según Begoña González y porque en derecho de familia, el tremendo peso del componente emocional hace que la mediación no sea vista como una opción práctica y efectiva, según Ortolá. “Es muy meritorio hacer el esfuerzo de acudir a mediación en mitad de un proceso tan doloroso como un divorcio, que remueve tantos sentimientos”, valora la mediadora. Pero al final, si se logra reducir la conflictividad, manteniendo vías de comunicación abiertas, eso siempre redunda en beneficio de los hijos.

Las soluciones a la judicialización de la crianza

Los letrados lo tienen claro. Reivindican una jurisdicción específica en familia que englobe todas estas herramientas –de la mediación a los puntos de encuentro–, bien dotada presupuestariamente. “Evitaría violencia social, porque en los procedimientos de ruptura de parejas hay mucha rabia e impotencia mal canalizada”, afirma el representante de AEAFA, que propone otra medida: introducir la educación emocional en el sistema de enseñanza. Todo lo que contribuya a aprender a resolver conflictos, ayuda.

“Los políticos deberían reflexionar sobre todo lo que supone en la práctica no tener una justicia de familia de calidad. Se trata de cuestiones esenciales para la vida de las personas”, avisa Ortolá. “Hace falta más difusión de la mediación desde la judicatura, desde los colegios, desde todas las profesiones relacionadas con la infancia”, aportan desde UNAF.

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