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Cosas que no hacer cuando visitas a una madre que acaba de tener un bebé

Bebé medicamento.

Lucía M. Quiroga

Mi hijo tenía unas horas de vida, era la primera noche que pasábamos en el hospital. Estábamos los dos agotados tras un parto largo y complicado. Por más que lo intentábamos, no conseguíamos que se enganchara a la teta. Alrededor, una docena de personas charlaban animadamente. Que si la moción de censura de Sánchez, que si hay que ver cómo están las listas de espera. Que si mi hijo nació con cuatro kilos y mamaba muy bien. Que si prueba así o asá. Al borde del colapso y con un par de lagrimones asomando, me envalentoné y me atreví por fin a decir: “Por favor, fuera de aquí todo el mundo”. Las visitas se marcharon y nos quedamos en silencio. Al cabo de un rato de calma, el bebé se enganchó al pecho como por arte de magia.

“Eso que cuentas es tu caso y el de muchas mujeres, lo vemos a diario”, explica Yulema Corchete, matrona en un hospital público de Madrid. “Son momentos muy importantes y la gente no es consciente de ello. Los primeros agarres son determinantes para una buena lactancia. Si hay mucha gente alrededor, el bebé se distrae, la mamá se pone nerviosa y todo va cada vez peor, en bucle. Pero es que además el bebé tiene que comer, porque si no puede tener una hipoglucemia o deshidratarse”. Por eso las matronas son partidarias de minimizar las visitas al hospital. “Nosotras siempre aconsejamos que sean pocas y cortas. O incluso que la gente evite ir, no pasa nada por esperar un poco para conocer al niño. El descanso de la madre y el bebé son prioritarios, así que echamos a la gente de la habitación en cuanto vemos a la madre agobiada”.

Lucía Galán, pediatra y autora del conocido blog Lucía mi pediatra, es contundente al hablar de este tema: “Tenemos que desterrar el hábito de ir a hacer la primera visita al recién nacido y a la recién mamá al hospital, hay que eliminar esta costumbre de nuestra cultura popular. Los primeros días tras el nacimiento son muy íntimos y especiales, no van a repetirse. La pareja tiene derecho a vivirlos tranquilamente”, explica. Galán aborda este asunto en dos entradas en su blog, en las que aporta una serie de consejos sobre las visitas a recién nacidos, tanto en el hospital como en casa. Lo hace desde su propia experiencia como madre y basándose en lo que ve a diario en su consulta.

Sus recomendaciones son muy básicas y de sentido común: avisar siempre con antelación, hacer una visita corta, no coger al bebé sin permiso o evitar ponerse perfume. Pero, sobre todo, no ir nunca estando enfermo. “Esa es una línea roja. Lo que para un adulto es un simple catarro, al bebé le puede costar una bronquiolitis, que es un cuadro grave que requiere de hospitalización. Entiendo que es difícil, que la gente tiene muchas ganas de estar con el bebé, de cogerlo y de besarlo, pero es peligroso”, afirma. Para evitar situaciones incómodas, Galán tiene una receta: la asertividad. “Se puede decir de manera amable y explicar a la gente que queremos estar tranquilos, que ya avisaremos cuando estemos recuperados”.

Salvo que la relación con los progenitores recientes sea muy estrecha, es mejor ahorrarse la visita en los primeros días. Abuelos, abuelas, tíos o amigas íntimas suelen ser bienvenidas, siempre que cumplan una serie de normas básicas. Para empezar, avisar siempre antes de aparecer. Y evitar hacerlo a horas intempestivas: las ocho de la mañana o las diez de la noche no son nunca un buen momento. Es fundamental respetar los tiempos de las recién paridas, que son quienes deberían marcar cuándo les apetece ver a gente y cuándo no. Puede que estén doloridas, agotadas, tristes o angustiadas. O que simplemente les apetezca estar a su aire, que merecido lo tienen.

Una de las cosas más importantes es evitar perfumarse antes de la visita. Los recién nacidos se guían por el olor, sobre todo el de su madre, y cuando alguien ajeno y perfumado les coge en brazos terminan aturdidos. Otra cosa que suele molestarles es el ruido: es fundamental silenciar el móvil y hablar en voz baja. Cogerles en brazos puede ser muy apetecible para el que visita, pero estresante para el bebé y para sus padres. Por eso hay que pedir permiso antes de achucharle y nunca hacerlo si está dormido.

Noelia decidió atajar el problema antes de que se diera: prohibió las visitas cuando tuvo a su hijo hace un par de años en un hospital coruñés. “Me apetecía hacerlo así, quería intimidad y tranquilidad. Había leído bastante sobre el tema y conocía casos en los que había sido un horror. Así que pedí a todo el mundo que no viniese al hospital. Incluso las primeras dos horas les dije a tíos y abuelos que queríamos estar solos. Por suerte lo entendieron y me respetaron”. Noelia aporta un ejemplo gráfico: “Es que de la otra manera, si hay mucha gente, hasta te apetece tirarte un pedo y no puedes”, cuenta entre risas.

La llegada a casa

Pasados los primeros días de hospitalización, que varían en función del tipo de parto y del estado de la madre y el bebé, llega la vuelta a casa. Lo que para algunas personas supone una alegría, la vuelta a su espacio de confort, para otras puede suponer una pesadilla. “Mientras estuve en la maternidad, las enfermeras y las matronas me ayudaban a todo: a bañar al bebé, a cambiarle, a engancharle al pecho. Tenía una pediatra que acudía a golpe de timbrazo con cualquier duda que tuviese. Pero al llegar a casa vino lo realmente duro: estaba sola con mi pareja y no sabíamos qué hacer con aquel ser diminuto que lloraba y lloraba sin parar”, cuenta Ana, que recuerda con agobio los primeros días en el hogar. A ello contribuyeron las visitas: “A todas horas sonaba el timbre y yo ya no sabía si desconectarlo o tirarme por la ventana”.

“La segunda parte de este tema son las visitas en casa”, continúa Lucía Galán. “Es un espacio muy íntimo, muy personal. Tú estás agotada y la casa no es tu prioridad. Lo que menos te apetece es una ida y venida de amigos, vecinos o familiares a los que además hay que estar sacándole pastas, cafés o cervezas”. Su propuesta en este caso es esperar a que la madre y el bebé estén más recuperados para invitarles a tomar una cerveza. “Mejor si es en un bar”, aconseja.

Si la familia vive cerca, malo: querrán ver al bebé a diario. Pero si vive lejos, peor: se instalarán en casa como si estuvieran de campamento. Este último es el caso de Carmen, que tuvo que pedir “amablemente” a su madre que se marchase tras varios días apalancada en el hospital y en casa. A ella tuvieron que hacerle cesárea y la niña se quedó ingresada, por lo que no era la mejor situación. A lo que la abuela materna contribuía poniendo problemas por todo. Hasta que su marido se plantó: “O le dices a tu madre que se vaya o se lo digo yo”, le dijo. Y así fue.

Marian es la excepción que confirma la regla. Sus visitas fueron bastante discretas y no le supusieron una presión añadida. “La gente me llamó antes de venir y no se me apalancaron mucho rato. Fueron bastante conscientes de que con una recién parida no se puede estar ahí echando la tarde. Incluso hubo familiares que estaban enfermos y esperaron para ver al bebé hasta ponerse bien”, cuenta. Eso sí, reconoce que hay truco: “En mi caso influye la edad: tengo 42 años, por lo que todas mis amigas y familiares han sido madres, algunas dos veces. Ya saben lo que es y lo mal que se pasa, así que son mucho más respetuosas”.

Matronas, pediatras y demás personal sanitario coinciden al priorizar el descanso de la madre y el bebé en los primeros días tras el parto. Así lo hizo la enfermera que me atendía a mí en la habitación del hospital, que desalojaba a todo el mundo cada vez que venía y después me guiñaba un ojo. Así lo hacen las matronas que, como Yulema Corchete, preparan a las madres desde antes de parir explicándoles la importancia de la tranquilidad de las primeras horas. Y así lo explica la pediatra Lucía Galán: “Veo cientos de casos en la consulta de parejas que recuerdan los primeros días como una pesadilla, sobre todo las mamás, y eso no puede ser. Tenemos que hablar de estos temas, normalizarlos. Compartir no solo la belleza de la maternidad sino también las sombras. El posparto ya es duro de por sí, y si le añades la presión social es peor de lo que debería ser”.

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