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Por qué aburrirse es bueno para los niños y las niñas (y también para los adultos)

Una ilustración del cuento 'Señor aburrimiento', de Pedro Mañas

Rocío Niebla

16 de noviembre de 2020 21:50 h

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La escritora Belén Gopegui reclama un espacio para aburrirse ya que cuando se apaga el wifi se enciende el cerebro. “Los niños, como los padres, están hiperconectados, demasiado entretenidos y sobrestimulados”, apunta el filósofo Jorge Freire. Y, según la psicóloga Henar Martín, aburrirse es la antesala de pensar, crear e inventar.

En 'Me aburro' (Edebé), Iván de 10 años, Lea de 8 y Nara de 6 se divierten gracias a la tablet y la tele. Leire la canguro tiene mucho que estudiar y les pide por favor que no la molesten. Pero, sorpresa grande, el wifi deja de funcionar. Los hermanos primero se sobrecogen, a esto que Lea habla claro: “Lo que os pasa es que no sabéis aburriros, pero es fácil”. Los hermanos despegados de los aparatos dejan volar sus ocurrencias y pintan (¿no será juegan?) a “Me aburro”. Cada uno lo imagina a su manera, con su forma y esquemas, porque el aburrimiento es lo contrario de asustarse: “ab” se refiere a ausencia y “horrere” es horror u horrible, explica Lea.

A este jardín de posibilidades y pinturas, juego de palabras e imaginación, llegan los padres, y sí, a ellos sí les cunde el pánico sin internet: “Pobrecillos, tienen un problema grave: no saben aburrirse”. Me aburro es un cuento escrito por Belén Gopegui e ilustrado por Natalia Carrero, editado por Edebé. 

Goethe escribió que si los monos consiguieran aburrirse se volverían hombres, y Walter Benjamin decía que el aburrimiento era el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. El poeta Pepe Bergamín lanzó un lúcido aforismo: el aburrimiento de la ostra produce perlas. El filósofo y escritor Jorge Freire ganó este año con Agitación. Sobre el mal de la impaciencia el Premio Málaga de Ensayo, donde defiende que la mejor forma de plantar cara a esta sociedad basada en el movimiento incesante, de diversión obligatoria y de hedonismo a corto plazo es aprender a aburrirse.

A la pregunta de para qué puede servirnos el aburrimiento Freire contesta: “Quizá para nada. Al fin y al cabo, hay cosas esenciales que tienen sentido pero carecen de utilidad. Sea como fuere, sospecho que el aburrimiento es una regalía de personas libres. Cuando Samuel Johnson decidió retirarse, dijo a su biógrafo Boswell: Uno debe conservar una parte de su vida para sí mismo. Tenía razón. El problema es que no es fácil aburrirse. Los niños saben cómo hacerlo, porque cuando la vida es juego no hace falta perder ni matar el tiempo, como hacemos los adultos”.

Belén Gopegui nos cuenta: “El aburrimiento es un desencadenante, a partir de él comienza algo distinto. Si no se produce, la rueda sigue sin interrupciones y no surge lo nuevo. Aburrirse permite pensar, concebir planes, ideas, imaginar a las demás personas y tal vez convocar a alguien que ese mismo momento quizá está preocupada o con ganas de dar un paseo”. Aburrirse no te hace más listo, pero es una condición para pensar con lucidez. Andamos tan acelerados creyendo que la velocidad es virtud que el aburrimiento lo percibimos como algo a combatir.

Jorge Freire señala: “Creo que hay una mentalidad económica que castiga la holganza, de manera que la ociosidad nos produce remordimientos. Nos sentimos culpables al ser improductivos. Por eso hay gente que prefiere hacer cualquier cosa, por estúpida que sea, antes que no hacer nada. El galeote remaba dieciocho horas al día porque estaba obligado; ahora algunos se uncen voluntariamente a ese yugo. Allá ellos. Pero a mí esta huída del aburrimiento me parece un tremendo dislate”.

Sobre la velocidad, Belén Gopegui remarca: “Decía Henri Bergson, para explicar la risa que provoca el tropiezo de un transeúnte, que por un efecto de rigidez o de velocidad adquirida los músculos han seguido ejecutando el mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto. He ahí por qué ha caído el hombre y por qué se ríe”. Los padres andamos acelerados y puede que por eso apuntemos a los niños a tantas actividades extraescolares hasta asfixiarlos: “Esa velocidad adquirida no es exclusiva del entorno infantil, es general y suele fluir desde el mundo adulto hacia el infantil, son los adultos los que tienen problemas para pararse -a menudo sus condiciones de vida se lo impiden- y los traspasan”, asegura la escritora. 

La faja del libro Me abuuurro de Claude K.Dobois, editado por Blackie Little, lanza la pregunta clave: ¿Tus peques se aburren si les quitas la tablet? Me abuuurro es la historia de dos pollitos que juegan con la tablet y su madre que se la secuestra para que vayan fuera a jugar. Ellos se aburren sobremanera hasta que otro amigo pollito viene a la piscina a pasárselo súper. Los pollitos aburridísmos están tan aburridos que no quieren ni meterse al agua a dejar de aburrirse. En eso que su vecino se tira un pedo y... jajajajajaj dejan de aburrirse. 

La psicóloga sanitaria Henar Martín López, especializada en Psicología Infantil, Terapia Familiar y Género, y miembro de la cooperativa Idealoga Psicología, nos cuenta sobre los efectos negativos de la sobrestimulación a los niños: “En esta sociedad tan inmediata, se tiende a ofrecer continuamente estímulos en la infancia con la intención de desarrollar sus habilidades cuanto antes. Sin embargo, esa sobrestimulación afecta de forma negativa al aprendizaje: el cerebro no puede distinguir bien a qué estímulos atender, y cuando estos no están presentes, no se activará debido a esa sobrecarga a la que está acostumbrado. Los riesgos de la sobrestimulación son las dificultades de atención, la inquietud y la frustración”.

Henar Martín afirma que, aunque en el confinamiento las pantallas y la tecnología han sido de utilidad, hay que limitar el uso que se hace de ellas en la infancia. “No olvidemos que los aprendizajes se dan a través de los cinco sentidos, y al final una pantalla solo activa dos. Como solución a ese uso masivo se debería pactar un horario de pantallas fijo cada día que les permita anticipar el principio y el fin en función de su edad, y poder utilizar lo menos posible la pantalla si hay una alternativa”.

Para Martín López, que los padres tengan los horarios demasiado pautados es otro grave error: “El poder tener tiempo para aburrirse es necesario para el desarrollo a través del juego, de explorar tanto su mundo exterior como interior. Tienen la posibilidad de crear mundos imaginarios, de fantasía; y de potenciar el pensamiento mágico preciso para su desarrollo evolutivo”. La mente necesita el aburrimiento para crear, inventar y pensar. Para la psicóloga los mejores proyectos salen de una mente que tiene tiempo para aburrirse, como por ejemplo Newton y su teoría de la gravedad. “Si tenemos tiempo para parar, y dejar la mente descansar, el cerebro comienza a sentir que la situación en la que estás es deficiente y necesita motivarte para avanzar. De este modo, puede comenzar a pensar o a reflexionar sobre una idea, a crear o inventar nuevas actividades”.

Señor aburrimiento es un cuento de Pedro Mañas editado por Libre Albedrío. En él se enseña a los niños y niñas qué es el aburrimiento. Es importante hablarles sobre el asunto porque es un sentimiento que predomina especialmente durante la infancia. “Enseñar a los niños y niñas a afrontarlo de un modo constructivo puede ayudarles a gestionarlo en un futuro, a entenderlo como un reto y no como una frustración. A algunos padres se nos ha educado en que está mal, que es algo desagradable y una molestia para los que nos rodean. De ahí que se intente mantener a los niños permanentemente entretenidos sin apenas descanso entre una actividad”.

Pedro Mañas y Belén Gopegui consideran que si nos resistimos al sentimiento de pereza puede ser profundamente estimulante. El que se aburre reflexiona, explora, percibe lo que antes no había advertido, sale de la rutina y se ve forzado hacia la originalidad para mitigar el tedio, es por eso que el aburrimiento puede ser la antesala de una idea genial.

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