Los algoritmos de las redes sociales y la utilización que hacen de ellos las empresas tecnológicas con fines comerciales han ahondado en el sufrimiento de Gillian Brockell. Esta mujer estadounidense, editora de vídeo en The Washington Post, pasó casi todo su embarazo recibiendo publicidad o recomendaciones en sus cuentas de Facebook, Twitter o Instagram después de que ella misma compartiese imágenes o posts en el proceso de gestación de su hijo. Pero su bebé murió antes de nacer. Y a pesar de que ella también lo comunicó por redes, los algoritmos no cambiaron. Ella siguió recibiendo anuncios relacionados con la maternidad.
Brockell anunció el 30 de noviembre que el niño que esperaba dejó de crecer de repente y que iba a nacer, pero ya fallecido. Pero tras salir del hospital lo que veía en sus redes no había variado: todo era publicidad de ropa premamá o de bebé. Cuando ella rechazaba esos anuncios, el algoritmo cambió de estrategia. Las empresas asumieron que su bebé había nacido, y que lo que Brockell tenía que ver eran sujetadores adaptados para dar el pecho o trucos para conseguir que el niño se durmiera. Como colofón, la mujer recibió un correo spam de una empresa de créditos para que registrase a su hijo en una cuenta.
Su respuesta ante este bombardeo fue publicar una carta abierta en su cuenta de Twitter, en la que se dirigía específicamente a Facebook, Instagram y la propia red de microblogging, además de a la compañía crediticia Experian. En su texto explicaba que estaba segura de que sabían todos los pasos que había dado durante su embarazo. Después relataba lo que había pasado e imploraba a las redes que tomasen nota de lo que le había ocurrido: “Si sois tan inteligentes como para daros cuenta de que estoy embarazada, de que di a luz, entonces seguro que sois tan listos para saber que mi bebé murió”.
La misiva fue publicada la tarde del martes. Tardó poco en hacerse viral, con miles de personas solidarizándose con Brockell y criticando a las empresas por el uso de estos algoritmos. Algunas de las respuestas eran de mujeres que pasaron por experiencias similares. Otras eran de profesionales del Big Data, que le reconocieron los costes humanos que puede provocar su trabajo.
Menos de un día después, el propio Washington Post publicó un texto ampliado de su trabajadora. En éste se incluía una respuesta de Rob Goldman, vicepresidente y responsable de publicidad de Facebook, que se disculpó con ella a través de Twitter. En su tuit, Goldman le recordaba que tenían mecanismos para evitar que sus usuarios vean contenidos que les resulten dolorosos. Y admitía que necesitaban mejorarlo.
Gillian Brockell le ha respondido desde este mismo texto, señalando que ella sabía que existía esa función pero que no la encontró. Y recordándole al directivo de Facebook que ella no pidió ver publicidad sobre embarazos o maternidad, pero que su empresa se la mostró basándose en la información que ella compartió. “Lo que pido es que haya herramientas similares para que no aparezcan esas cosas, basándose en la información que compartimos”, señala.
Toda esta solidaridad y las disculpas que ha recibido no ha evitado que los algoritmos hayan vuelto a ofrecerle publicidad con contenido inoportuno. Como ha mostrado por Twitter, uno de los anuncios que han aparecido en sus redes es sobre adopciones, aunque ella asegura que no haber hecho ninguna búsqueda relacionada con ese proceso.