Carlos Javier González Serrano: “Tendemos a ver a los niños como seres humanos incapacitados para pensar”
El álbum El mundo según Lea (Editorial Beascoa) cuenta con ilustraciones de Candela Ferrández y está escrito por Carlos Javier González Serrano (Madrid, 1985). Este profesor y divulgador de Filosofía y Psicología, autor también de Galería de los invisibles (Editorial Xorki) o colaborador en La enfermedad del aburrimiento: 870 (Alianza Ensayo), de Josefa Ros Velasco, ha imaginado cinco cuentos que acaban con unas reflexiones para comentar en familia. El asesor de comunicación y también director del podcast A la luz del pensar cree que su libro es perfecto para aquellos que se interesen por la filosofía.
¿Por qué ha decidido escribir un libro con un contenido con tanta profundidad y que no suele ser habitual en formato cuento?
El formato de la narración y del cuento nos ha acompañado desde tiempos inmemoriales; somos las historias que nos contamos. Sócrates, Platón, Aristóteles y las grandes figuras de la filosofía griega se criaron y educaron al calor de las historias homéricas, que proporcionaban un universo de sentido al pueblo griego y lo introducían en una cultura común. En mis clases intento contar la historia de la filosofía como un cuento, como un hilo del que se puede tirar para ir descubriendo los distintos argumentos de autores. La filosofía no solo nos enseña a pensar, sino también –sobre todo– nos enseña a vivir más y mejor.
En el libro Lea, la protagonista, es una niña muy curiosa y quiere dar respuesta a muchas cuestiones universales, cuestiones acerca de la muerte, de nuestra procedencia como seres humanos... ¿Es un libro para niños o para leer los padres con sus hijos?
El mundo según Lea es un libro pensado, escrito y diseñado para ser leído por niños a partir de los cinco o seis años de manera autónoma. Ahora bien, si se lee en compañía de un adulto, se contará con una herramienta que en filosofía es primordial: el diálogo. Muchos padres me han confesado que después de leer el cuento con sus hijos, son ellos quienes discuten sobre la belleza, el bien, la justicia o la verdad. En muchas ocasiones, tendemos a ver a los niños como seres humanos incapacitados para pensar. Pero para tomar decisiones apropiadas debemos contar con el punto de vista de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Además, la niñez avanzada (entre los seis y los diez años) es un periodo muy proclive para fomentar la curiosidad y asombro innatos de niños que preguntan instintivamente por el porqué de todo cuanto ocurre.
La filosofía tiene una gran importancia en toda la obra. Al final de cada capítulo se presentan las claves de un filósofo como Aristóteles o Sócrates. ¿Hay una edad a partir de la cual los niños pueden entender mejor estas ideas?
El pensamiento discursivo o conceptual, llamado tradicionalmente “racional”, aparece de manera rudimentaria en edades tempranas, a partir de los cuatro o cinco años, aunque aún mantiene una vertiente más o menos pasiva o acrítica. En el esquema clásico de Piaget, el denominado pensamiento conceptual o de operaciones concretas se materializa a partir de los seis o siete años, pero podemos comenzar a hablar de nociones conceptualmente complejas (como el bien o la verdad) en edades más tempranas. Por ejemplo, si se les habla de la belleza, se pueden presentar varias imágenes para que puedan ser juzgadas por ellos, que algo les parece bonito o no, etc.
En la niñez se necesitan límites y por supuesto también en la adolescencia, pero crear un apego seguro depende de valorar en su justa medida cuánto de autoridad (no de autoritarismo) y cuánto de confianza (no de amistad) debemos mostrar con nuestros hijos
Entre los diez y once años (en la etapa que Piaget denominó de “operaciones formales”) ya se puede hablar con ellos de estas nociones complejas en términos objetivos preguntándoles, por ejemplo, qué es la verdad o si creen que la justicia es un valor absoluto. Todo depende del proceso madurativo de cada chaval (en el contexto familiar) y del nivel del grupo (en el caso del contexto educativo o pedagógico). La clave aquí es el acompañamiento de la familia o del docente. En muchas ocasiones no puede decirse tan a la ligera que haya retraso madurativo o intelectual, sino escasa o nula estimulación.
¿De qué modo habría que leer este libro para comprenderlo, disfrutarlo, interiorizarlo y encontrar las respuestas acertadas?
De este libro se espera una lectura apasionada, asombrada y curiosa, abierta a la sorpresa. Ortega y Gasset escribió que la mirada filosófica se caracteriza por ser una mirada “en pasmo”, es decir, con ojos ávidos de información, con un ánimo dispuesto a conocer más y mejor lo que nos rodea. El libro está pensando de forma que todo ese conjunto dé material para pensar, tanto al niño que lo lee como al adulto que lo acompaña. He querido plantear un horizonte de (posible) sentido en el que la pregunta sea el hilo conductor, en el que no haya un modo seguro y unívoco de presentar contestaciones. Este libro es un homenaje a las capacidades y potencias que los niños pueden enseñarnos: asombrarnos a cada paso y no dejar nunca de preguntar y reflexionar.
Los niños necesitan hacer muchas preguntas y saber de todo. ¿Considera que los padres deben dar respuesta a todos esos interrogantes? ¿Cuál es el mejor modo de satisfacer su intriga?
No se trata tanto de satisfacer con efectividad su curiosidad como de no desatender sus inquietudes y preguntas. Debemos evitar respuestas típicamente adultas que intentan zanjar asuntos complejos o desprestigiar sus comentarios como “esto es así porque yo lo digo”, “esa pregunta no tiene sentido”, “deja de decir tonterías” o “no seas tan pesado”. Las respuestas que demos como adultos a un niño sembrarán el caldo de cultivo en el que ese niño aprenderá a contestar a sus semejantes. En la niñez se necesitan límites y por supuesto también en la adolescencia, pero crear un apego seguro depende de valorar en su justa medida cuánto de autoridad (no de autoritarismo) y cuánto de confianza (no de amistad) debemos mostrar con nuestros hijos. Debemos permitir que nuestros niños y jóvenes se expresen con libertad en un ambiente de seguridad, respeto y cariño.
¿Considera que hay algún tema que los padres o familiares no deberían tratar con niños pequeños?
En absoluto. Pongamos el ejemplo de la sexualidad, tema siempre controvertido y difícil de afrontar aún hoy para muchas familias. No se trata de sentar un día a nuestros hijos adolescentes frente a nosotros y darles una charla sobre sexualidad, sino de fomentar un espacio donde no teman preguntar. No acudirían a nosotros si no fuera justamente porque saben que pueden encontrar apoyo, seguridad y perspectiva.
Necesitamos resignificar y revalorizar la figura de los docentes en nuestro país y mostrarles respeto desde casa
A partir de los cuatro o cinco años, comienzan a oír hablar de la muerte. Lo fundamental es evitar que esas respuestas sean definitivas, ya que esto puede desarrollar adultos poco preparados para la frustración porque cuando encuentren personas que defiendan ideas distintas, querrán imponer las suyas propias y les resultará más difícil practicar una empatía saludable. Para explicar asuntos complejos a nuestros niños, son muy útiles las historias, las narraciones y el empleo de metáforas sencillas, como se dan en el libro.
¿Conoce usted algún centro educativo donde se trabaje con su libro o su impartan talleres acerca de las temáticas que en él se tratan?
Son muchos los maestros de colegios e institutos, tanto en nuestro país como en Latinoamérica, que están leyendo en sus clases algunos capítulos del libro y me transmiten que las reacciones de los niños son sorprendentes.
En el colegio donde trabajo actualmente como profesor de Filosofía y Psicología y como orientador de la etapa de Bachillerato, el Colegio San Gabriel de Madrid, me hicieron incluso una entrevista a cargo de alumnos entre cinco y seis años y fue una experiencia deslumbrante. La perspectiva vital de un niño se caracteriza, sobre todo, por un bello descaro carente de prejuicios que les permite plantear preguntas que a los adultos no se nos ocurren porque damos las respuestas por sentado, porque nos da vergüenza o porque hemos olvidado la costumbre de cuestionarnos cosas. El preguntar da éxito al libro y es éxito de mis compañeros maestros que cuidan y enseñan a los más pequeños. Necesitamos resignificar y revalorizar la figura de los docentes en nuestro país y mostrarles respeto desde casa.
Vivimos un momento complicado con los niños y jóvenes donde sufren, se sienten incomprendidos, en ocasiones solos y perdidos. ¿Qué es necesario en la relación padres e hijos y en la relación de los niños y jóvenes con su entorno?
Debemos evitar juzgar y criticar a nuestros niños y jóvenes desde nuestro prisma adulto porque nosotros también hemos pasado por esa etapa de desorientación y desajuste. Incluso puede sentir miedo y culpa por defraudar a sus progenitores.
Cuando alguno de mis estudiantes, también adultos, vienen a preguntarme qué pueden hacer para favorecer su autoestima, les invito a aprender a habitar su soledad. La soledad nos atemoriza. Por eso, una pedagogía de la soledad es muy necesaria
No se trata de que nuestros hijos nos cuenten todo, ni de ser sus amigos. Pero puede lograrse una relación amistosa fundada en la confianza, la amabilidad y la sinceridad y también en el reconocimiento mutuo de los límites que a cada parte de la relación le corresponden. Necesitan sentir el peso de la autoridad paterna o materna o la de los maestros, no como un lastre o amenaza, sino como un punto de firmeza. En cualquier periodo madurativo, la comprensión, escucha activa y acompañamiento (sin sobreproteger, porque el fracaso llegará) son la clave para crear vínculos significativos.
¿Qué pueden hacer los padres y profesores para ayudar a favorecer su autoestima y autoconcepto?
Vivimos en una cultura expuesta a lo que en psicología se denomina locus de control externo y a la validación externa: nuestra opinión de nosotros mismos se forja hoy, fundamentalmente, por lo que los otros opinan, por la cantidad de interacciones que conseguimos en redes sociales o por el éxito mediático que alcanzamos. No toleramos las esperas o dilaciones; todo tiene que ser inmediato y estar expuesto y lo más peligroso, eso que se expone es lo que se tiene por verdad. Cuando alguno de mis estudiantes, también adultos, vienen a preguntarme qué pueden hacer para favorecer su autoestima, les invito a aprender a habitar su soledad. La soledad nos atemoriza.
El ejemplo más valioso que hoy podemos dar a niños, adolescentes y jóvenes es que existen actividades que, por su propia constitución, no pueden estar sujetas a esas dinámicas netamente neoliberales: el amor, la lectura, el paseo o la conversación
Por eso, una pedagogía de la soledad es muy necesaria. Les recomiendo que se pongan delante de un papel y escriban quiénes creen que son, qué aspectos de ellos les gustan y cuáles no y por qué. Es en ese momento empieza el auténtico trabajo, que exige en paralelo, una reeducación de nuestro deseo.
Los padres son los referentes principales de los hijos. A grandes rasgos, ¿piensa que son necesarios mejores ejemplos?
El problema actualmente diría, es justo el contrario: padres y madres quieren convertirse, en ocasiones, en sus hijos. Ser eternamente jóvenes. Nuestros jóvenes y niños no cuentan con referentes y apegos seguros, con lo que llega la desorientación. Esto tiene que ver con los ritmos acelerados que hemos dejado que se nos impongan desde fuera. El ejemplo más valioso que hoy podemos dar a niños, adolescentes y jóvenes es que existen actividades que, por su propia constitución, no pueden estar sujetas a esas dinámicas netamente neoliberales: el amor, la lectura, el paseo o la conversación. Una correcta pedagogía en el uso de las nuevas tecnologías es también imprescindible para no ser esclavos de los estímulos constantes y vacíos.
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