El colegio con un 2% de españoles que desafía la segregación escolar y despunta con sus resultados académicos
Las orlas que cuelgan en los pasillos del colegio San Antonio comenzaron a colorearse a principios de los 2000. Es por esa época cuando este pequeño centro empieza a recibir en sus clases a los hijos de inmigrantes que viven en el madrileño barrio de Tetuán. Este curso, a la zona sobre el campanario del antiguo convento de los capuchinos donde se encajan las aulas, acuden 184 niños, con familias de 18 nacionalidades de origen diferentes. Filipinos, dominicanos, marroquíes, colombianos, rumanos, venezolanos… y cuatro españoles que desafían la tasa de segregación escolar en Madrid, la más alta de España.
En la comunidad, según el informe de Save the Children Mézclate conmigo el índice de segregación escolar socioeconómica es 0,36. Es decir, para que no existiera segregación deberían redistribuirse en otros centros al 36% de los niños y niñas. Una situación que se agrava si se tiene en cuenta que la tasa de pobreza infantil en España es del 31% (uno de cada tres), según datos del Instituto Nacional de Estadística. En el San Antonio, religioso de inspiración franciscana y concertado pero de cuota 0, ya que la congregación cubre con sus propios ingresos la parte que en otros centros de este tipo pagan las familias, casi todos los alumnos tienen un nivel económico bajo o están en riesgo de exclusión social.
En el barrio de Tetuán viven algo más de 156.000 personas, de las que el 18,3% son inmigrantes y en torno al 9% están en paro, según datos del Ayuntamiento a 31 de diciembre de 2016. La calle Bravo Murillo, en la que se encuentra el colegio, divide para muchos el distrito en dos. Por un lado, Cuatro Caminos, más acomodado y con una renta media anual que supera los 43.000 euros. Por otro, Valdeacederas y Berruguete, con unos 28.000 euros, o Bellas Vistas, la zona más conflictiva y donde la presencia de bandas es notable.
Los alumnos de esa zona son los que han hecho que el San Antonio se haya convertido en un referente en integración y multiculturalidad y apoyo a las familias, gracias, en parte, al programa Aquí también de Ayuda en Acción, que desde hace cinco años ha ido mejorando las condiciones del alumnado en este y otros centros con alumnos en riesgo de pobreza. “Nuestro objetivo es llegar donde no llega el Estado”, apunta la responsable del programa en Madrid, Marta Maqueda.
Así, el primer curso que se puso en marcha el programa, se cubrieron las necesidades básicas de comida y libros y “en un año pasamos de tener 40 alumnos en el comedor, a 80”, explica Laura Calles, trabajadora social del centro. Este año, por ejemplo, las ayudas públicas llegan para cubrir este concepto, por lo que el dinero de la organización previsto para este fin se devuelve.
Eso sí, cada año se van cubriendo nuevas necesidades para reducir la pobreza infantil: primero, salud bucodental y revisiones oftalmológicas, al siguiente, salud emocional, con “atenciones muy concretas y que, normalmente, suelen ser caras, porque cada niño tiene una problemática diferente y muy dura”, después, acceso a nuevas tecnologías, con clases de programación especializadas en videojuegos, arte y, este curso, apuestan por la ciencia, educación cooperativa y gamificación.
En las aulas, los pupitres agrupados en varias islas dan una pista sobre el método de enseñanza que se aplica en el centro, que cuenta con una sola clase por curso, de primero de infantil a sexto de primaria. “Utilizamos la educación cooperativa. En primaria, cada grupo consta de cinco miembros y cada alumno tiene un rol distinto –cleaner, secretario, capitán, mediador y supervisor– y, según el curso, se van incrementando las funciones”, explica Almudena Entío, una de las profesoras. “Aquí todos aprendemos de todos y, al evaluar en grupo, si alguien se queda más descolgado no se siente así”, indica.
Además, se ha introducido también la gamificación, que consiste en incorporar estrategias de juego a las clases. En este caso, “cada una tiene una torre -representadas en las puertas de las aulas-, que deben defender del olvido, el malo común. Se van dando recompensas en forma de puntos (por ejemplo, por una buena exposición, al grupo que mejor realice un trabajo o el que gane un concurso de portadas…) y luego pueden cambiarse por privilegios”, puntualiza Entío.
Calles conoce a cada niño por su nombre, dónde se sienta en clase y en el comedor y la situación de cada familia. No en vano, es la encargada de ayudarles con los trámites burocráticos y en las actividades que organiza el colegio. “Nos dimos cuenta que eran familias sin recursos, pero que hace unos años estaban normalizados”, indica la trabajadora social. “Igual no le miran la agenda al niño, pero si tienes que estar luchando por que no te corten la luz o ir a pedir comida, cambian las prioridades. El paro genera desánimo y depresión y no podemos señalar a nadie. Igual necesitan ayuda para la puesta a punto”, explica.
Trabajo en todos los ámbitos
Una ayuda que reciben en el propio centro donde, además de asesoramiento para solicitar las becas de comedor o de libros, por ejemplo, se realizan cursos para madres a través del programa ‘Madres en Acción’. ‘Ayuda en Acción’ centra su trabajo en la infancia y las mujeres, al considerar que se trata de colectivos más vulnerables y que han sufrido las peores consecuencias de la crisis. “El trabajo tiene que ser en todos los ámbitos, porque la educación implica a las familias”, señala Maqueda.
Jenni Vargas y Diego Aguilar son los padres de Yaretzi, de origen ecuatoriano. Él está en paro y ella acaba de encontrar un trabajo con niños. El año pasado Jenni realizó el curso de monitora de comedor y patio que se imparte en el colegio y que, además de ser “una experiencia muy bonita”, le “sirve mucho” en su nuevo empleo. También se dan clases de nuevas tecnologías para aprender a redactar un currículum y enviarlo y, en otros centros, de costura, de cocina o de economía doméstica.
Pero lo que potencian estos cursos es la creación de redes entre mujeres, porque “el trabajo viene del boca a boca”, explica Maqueda. El curso pasado se impartían los jueves, que, para Jenni, acabaron convirtiéndose en “el mejor día de la semana”. “Llegas, desayunas, conversas con las demás, te disipas, conoces sus problemas y salen cosas positivas”, señala. Ellas también apuestan por la multiculturalidad en una estampa, en ocasiones, difícil de imaginar: una madre de origen marroquí explica las virtudes del velo para esconder las canas, otras regañan a una abuela por un comentario poco inclusivo, bromean y se evaden. “No sé como funciona, pero te partes”, sonríe Jenni. “Si hubiera esas reuniones en todos los centros, tanto para padres como para alumnos, sería diferente”, dice convencida.
Diego Aguilar es músico y toca en el Metro. Lamenta haber sufrido insultos racistas que también escuchan los pequeños. “Los niños se enfrentan a muchos prejuicios en la calle y este es un barrio complicado. Lo mismo que les dicen a los padres, se lo dicen a sus hijos”, apunta Calles. Por eso, el objetivo del colegio es “generar unas experiencias positivas que les hagan pensar que no todo el mundo es así”, explica.
Precisamente, porque a edades tan tempranas los niños “sienten la multiculturalidad con una naturalidad tremenda”, apuntan José Antonio Morón y Rocío Pombo, cuyas mellizas Carlota y Paula, pertenecen al 2,2% de alumnas españolas del centro.
“¿Cómo las lleváis ahí?”
Hace dos años, Rocío y José Antonio tuvieron que decidir a qué centro enviaban a sus niñas. “Yo había tenido una mala experiencia en un colegio muy clasista y pensamos en uno donde las niñas pudieran normalizar la diversidad. Miramos resultados académicos, llegué aquí y me enamoré”, explica Rocío. Aquel curso Carlota y Paula fueron las únicas niñas de familia española en el San Antonio. “Cuando vinieron a preguntar, creíamos que eran periodistas”, bromea la trabajadora social.
Desde entonces, sus padres han tenido que sortear en más de una ocasión la pregunta del millón: “¿Cómo las lleváis ahí?”. Pero ellos lo tienen claro: “Era lo que queríamos. Estamos más contentos incluso de lo que pensábamos. Nos gusta cómo lo están viviendo”.
El colegio, inaugurado en 1948, se encuentra situado en una parte del antiguo convento de los capuchinos. Para llegar a las aulas hay que ascender por unas estrechas escaleras que comparten pared con la iglesia de San Antonio y que suben hacia el campanario, bajo el que se encuentra un pequeño gimnasio. Los profesores reconocen que tal vez no sean las mejores instalaciones, pero lo suplen con imaginación y creatividad. “Yo ya me he hecho mis programaciones y es verdad que si les pongo a correr en el gimnasio acaban mareados, pero haces juegos u otras actividades”, explica Luis Sebastián, el profesor de educación física que es también el director del centro.
“Hacemos muchas cosas”, señala Entío. Ella es tutora de quinto de primaria y una de las dos profesoras de compensatoria que, junto a otra de apoyo, se encargan de atender a los chavales que tienen necesidades especiales y que dan alguna asignatura aparte, por ejemplo, porque aún no controlan bien el idioma o porque llegan sin el mismo nivel que el resto de alumnos de su curso. Una situación, la de salir del aula, que “está súper normalizada”, indica Calle, porque “nos adaptamos a cada niño y cada familia”.
Los resultados académicos acompañan. Porque si bien es cierto que el San Antonio alcanzó los primeros puestos en las evaluaciones que realiza la Comunidad de Madrid, desde que se introdujo en la cuenta a los alumnos que acuden a compensatoria las notas han bajado, “porque tenemos más niños que en otros centros, pero permanecemos en la media”, explica la trabajadora social. De hecho, desde el servicio de apoyo a la escolarización suelen remitir a este colegio a niños que requieren de estas atenciones, justifica.
Mejoría económica y de mentalidad
Desde que el programa ‘Aquí también’ llegó al San Antonio hace cinco años las cosas han cambiado mucho. Y “la mejoría no es solo económica”, sino que repercute también de manera positiva en “la mentalidad en el barrio y en las familias”, porque “la pobreza infantil es no poder acceder a lo mismo que el resto de niños por la situación de su familia en un determinado momento”, señala Calles.
Pero también recalcan que no es un “todo gratis”. “Una pequeña parte la pagan las familias, para que se responsabilicen. No vamos a cometer el error de ser paternalistas. Son autónomas y por eso tenemos diferentes tipos de ayudas, adecuadas a las características de cada una”. El programa Aquí también de ‘Ayuda en Acción’ comenzó en el curso 2013-2014 y, desde entonces, ha atendido a más de 32.000 a través de 74.000 ayudas. Este curso apoya a 12.000 personas en 91 centros de 12 comunidades autónomas.