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“¿Cómo te llamas?”, “¿Me das un beso?”: por qué deberíamos pararnos a pensar antes de dirigirnos a niños desconocidos

Se destinan cerca de 250.000 euros a la mejora de los parques infantiles de La Magdalena y Las Llamas

Miguel Muñoz

“¿Cómo te llamas?”. “Ay, qué guapa eres”. “Mira cómo se ríe”. “Qué manos tan pequeñas”. “¿Me das un beso?”. Todas estas frases, acompañadas de gestos y en algunos casos de contacto físico, son algunas de las más recurrentes que se utilizan en la calle para dirigirse a un bebé o a un niño pequeño. Las realizan personas desconocidas, las que te cruzas por la calle o en la cola del supermercado. A los padres y madres les sonarán este tipo de interacciones entre adultos completamente desconocidos y nuestros hijos e hijas. Pero cada vez son más los que se cuestionan la pertinencia de este tipo de gestos.

Un hombre, pongamos que se llama Andrés, está en un parque con una niña pequeña, Lucía. De repente viene otro señor, desconocido. Sin venir a cuento, ese señor se acerca y le dice a Lucía “uh”, tocándole el pelo. Como quien da un susto. De broma. Lucía, claro, se pone a llorar. El hombre se disculpa, pero tampoco muy convencido. Como pensando: “vaya niña más antipática”. Un rato después, Andrés ve de lejos al hombre desconocido y “bromista”. La operación se repite y es Andrés el que ejecuta ahora el susto hacia el hombre desconocido. La cara de éste es un poema. “¿Ves? Eso ha sentido la niña cuando se lo has hecho tú”, le responde Andrés.

Una anécdota parecida le ocurrió realmente a Diego Ávila, profesional del sector de la pedagogía infantil. Ha sido “padre de día” durante un tiempo, una figura que se encarga de los cuidados a uno o varios niños durante la jornada laboral de sus padres. No duda, en todo caso, que las intenciones de aquel hombre fueran las mejores. “Hay una falta de respeto totalmente naturalizada, una desnaturalización de lo que es la figura del niño en la sociedad, de la relación de los adultos hacia los niños ajenos, y una falta de empatía”, apunta.

La situación narrada indica lo absurdo que sería trasladar una interacción habitual entre adultos y niños a hacerla sólo entre adultos. Beatriz Cazurro, psicóloga especializada en psicoterapia con niños y adolescentes, desarrolló algunas de estas escenas en un proyecto llamado En tus Zapatos. “Hay que trabajar la relación y mucha gente confunde respeto con sobreprotección. Respetar a una persona no tiene nada que ver con sobreprotegerla, se equivocan los conceptos”, señala.

La especialista añade que es muy común decir “me gustan los niños” y que esa frase parece justificar el derecho a hacer lo que sea con ellos. “Son como objetos de gratificación para algunos adultos”, afirma. Cazurro coincide con la falta de empatía existente: “Creo que tiene que ver con un desconocimiento de cómo funcionan los niños y cuál es su desarrollo o cuándo pueden entender las cosas”.

“El niño se convierte en mobiliario urbano”

Para Ávila, “toda la gente que tiende al manoseo, ya sea físico o verbal, piensa que el niño es un ser incompleto”. “La gente suele pensar que los niños son seres incompletos y que no pasa nada, porque además lo hacemos con la mejor intención, desde un punto altruista. 'No, es que era una broma', pensamos”. Según su opinión, “todos damos por hecho que sabemos tratar y criar a un hijo aunque no sea nuestro”. Y añade que “al final el niño se convierte en un mobiliario urbano, es algo que está en el parque, al que le puedo tocar la cabeza, le puedo hablar, etc”.

“En España concretamente hay una cultura de hablar con los niños que en principio no tendría que estar mal si se transmitiera la idea de que este mundo es amable y te puedes relacionar con todas las personas. Pero lo confundimos con que los adultos creen que tienen una serie de derechos sobre los niños. Yo te puedo tocar y, si te molesta, encima tengo la caradura de decirte que eres un antipático”, apunta por su parte Cazurro.

Nerea Collado, matrona en un centro de salud del madrileño barrio de Lavapiés, comparte esta visión de una falta de respeto latente. “Parece que los niños son propiedad de la humanidad, porque son tiernos y bonitos. Es muy desagradable que toquen a un bebé porque tenemos que respetarles como personas que son”. Collado también lo ha vivido en primera persona con su bebé recién nacido: “Un señor quería darle un beso y para mí fue horrible. Terminé con mucha angustia. Le dije que no y al hombre hasta le molestó. Creo que es algo que hay que trabajar. Se tiende mucho a hacerlo, está muy asumido”. Al respecto, recuerda algo que no se suele tener en cuenta: el postparto de la mujer. “Estamos en una fase de protección y en un proceso de adaptación muy importante como para que encima venga alguien de fuera de esa manera”.

Otro motivo: la higiene

Otro factor, desconocido para mucha gente a razón de las actitudes conocidas, es el sanitario. “Hay miles de motivos para no tocar a un bebé como el tema de la higiene de las manos. Nadie tiene que tocarlo sin lavarse bien las manos. Ni conocidos, ni desconocidos. Un bebé no tiene desarrollado su sistema inmunitario. Para nosotros puede ser inocuo pero para los bebés se puede complicar”, recuerda Collado. Algo que debería ser una obviedad pese a que las calles estén llenas de gente que tocan los pies o las manos a nuestros bebés.

Además, tanto Collado como Ávila relacionan este asunto con un aprendizaje para lo que se van a encontrar sus hijos el día de mañana: aprender a decir 'no'. Un asunto, el del consentimiento, que se ejemplifica con pedirles besos a los niños pequeños pero que va más allá. “Si les queremos enseñar a nuestros hijos que se tienen que hacer respetar y que no les puede tocar cualquier persona, tenemos que empezar por ahí. El día de mañana les tenemos que enseñar que solamente les tocará quien quieran ellos”, apunta Collado. “A mi hijo, aunque tenga dos años y medio, si algo no le gusta, no le gusta. Y bastante que tiene la gallardía de decir que no le gusta. Porque ahí empezamos con temas que en el día de mañana pueden ser más peliagudos como el no saber decir que no o dar su consentimiento”, afirma Ávila.

Los profesionales consultados para este artículo coinciden en que en cierto modo es entendible la “atracción” que tienen los niños pequeños. Pero insisten en que las relaciones deben ser menos agresivas de las que se dan en muchas ocasiones. Y tener en cuenta también al padre o la madre. “A él se le puede preguntar cuando tenga la capacidad. Pero mientras el niño no tenga esa capacidad creo que hay que pedir permiso a los padres, es la manera de respetar al bebé como persona y a los padres”, apunta Collado. “Como adultos, nuestra responsabilidad es ajustarnos a los ritmos y a los límites de los niños cuando nos dirigimos a ellos”, comenta Cazurro. “Básicamente hay que tratarlos con la dignidad que se merecen”, resume Ávila.

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