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“Casi me desmayo al salir de la ducha”: hablamos de mastitis en el postparto, la complicación muda de la lactancia

Madre con bebé

Irene Sierra

27 de febrero de 2021 21:41 h

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Maite tuvo su primera mastitis cuando Lara tenía tan solo un mes de vida y ella estaba sumida en una depresión postparto. Aunque los temblores y el dolor al dar el pecho a su hija no le parecían síntomas normales, no sabía qué era exactamente lo que le estaba pasando ni cuál era la razón de ese malestar repentino.

“Como estaba muy mareada pensé que igual se me pasaría si me daba una ducha. Le dije a mi pareja que me acompañase porque sentía que podía caerme en cualquier momento. Y así fue. Tuve que salir corriendo del agua y tirarme desnuda en el suelo porque sentía que de verdad me iba. Cuando me tomé la temperatura tenía 40,5º de fiebre y fuimos directos a urgencias”.

La mastitis es una inflamación del tejido mamario que puede producirse como consecuencia de una infección. Pero más allá de la descripción clínica, la mastitis es un problema invisibilizado con el que muchas mujeres no se encuentran hasta que son madres. Y es entonces, cuando al compartirlo con amigas o incluso familiares, se dan cuenta de lo común que es y de lo poco que está sobre la mesa.

“Cuando estuve en urgencias pasaron a verme hasta seis médicos distintos, pero al principio, ninguno se atrevía a darme una solución por miedo a recetarme un antibiótico que no fuese compatible con la lactancia. Sólo me decían que mi pecho tenía muy mala pinta, mientras yo no paraba de vomitar. Al final, tras consultar entre ellos varias opciones dieron con el antibiótico adecuado y pude irme a mi casa a descansar. Mi mastitis duró un total de tres meses”, subraya Maite.

Andrea Luiña, médica de familia del Hospital Universitario San Agustín de Avilés, reconoce que a veces se dan este tipo de situaciones porque en muchas comunidades autónomas como es el caso de Asturias, este tema se entrega casi por completo a las matronas, por lo que la experiencia de los médicos de familia o de urgencias depende, en parte, de las mastitis que hayan visto a lo largo de su carrera.

“La medicina de familia es una disciplina muy amplia que aborda muchísimas cosas y es imposible controlar de todo por igual, pero creo que esto no debería ser nunca un impedimento para que tratemos correctamente una mastitis o cualquier otro cuadro clínico. Soy de la opinión de que si no tenemos todo el conocimiento de una patología en nuestra cabeza en ese preciso momento, acudamos a los medios y recursos que tenemos a nuestro alcance y que sí nos pueden ayudar a dar con el mejor tratamiento. En el caso de las puérperas no sólo necesitamos un tratamiento compatible con la lactancia, sino también se trata de buscar uno que cubra específicamente la infección para no crear futuras resistencias antibióticas”, explica.

Cuando la mastitis se vuelve eterna 

La mastitis de Marta comenzó cuando su hijo tenía diez días. Su bebé tenía el cuello rígido como consecuencia del parto y esto dificultaba que se agarrase bien al pecho. Sin embargo, para llegar a esta conclusión, Marta tuvo que hablar con casi una decena de especialistas, pasar por dos ingresos y finalmente someterse a una intervención quirúrgica.

Después de cinco días aplicando frío, vaciando el pecho y siguiendo las pautas recomendadas por sus compañeras matronas (Marta es enfermera), la inflamación del pecho no sólo no remitía, sino que a ella se sumó un bulto en la aureola que en el hospital diagnostican como ‘galactocele’ (acumulación de leche fuera de los conductos) y sin darle demasiada importancia la enviaron para casa.

“Aunque durante todo ese tiempo no tuve fiebre ni malestar general, con distancia, lo asocio a que el umbral del dolor me subió muchísimo después de parir sin analgésicos. Por eso creo que al principio no era capaz de identificar las molestias tan fuertes que me provocaba la lactancia. Me dolía mucho, pero nada que ver con el dolor del parto, por lo que yo afirmaba ”a ver, dolor dolor dolor no es“. Pero, al día siguiente de volver del hospital, el dolor empezó a ser completamente insoportable. No me podía ni tocar la teta. Me dolía incluso con el roce de la ropa o el movimiento del coche, por lo que decidimos volver al médico. Ese día me ingresaron y acabaron interviniéndome el pecho esa misma tarde. Descubrieron que el teórico ‘galactocele’ no era tal cosa, sino un absceso que no paraba de aumentar de tamaño. Para solucionarlo me drenaron 20 ml de pus y leche y estuve ingresada tres días con antibióticos endovenosos”, describe. 

Pero la pesadilla de Marta con la mastitis no terminó con ese ingreso. A los pocos días de recibir el alta tuvo que volver porque continuaba con mucho dolor y el pecho rojo. Y aunque le drenaron la mama de nuevo, tres semanas después, tuvo que regresar a urgencias, donde la derivaron a quirófano: “Aprovechando la anestesia de la operación, me limpiaron bien y me deshicieron todos los nódulos de leche que tenía dentro de la mama. Me dejaron un drenaje puesto para evitar que cerrase mal, pero como mi piel se abrió espontáneamente por otra parte del absceso, al final me quedó un agujero cómo una moneda de dos euros que tardó dos meses en cicatrizar del todo”, lamenta.

A pesar de que Marta sólo tiene buenas palabras para la atención médica que recibió, considera que “en el sistema existe cierto abandono a la mujer embarazada y más aún desde que estamos inmersos en la pandemia”, algo con lo que coincide Maite, quien tiene una vena del pecho inflamada como consecuencia de su larga mastitis: “¿Cómo voy a llamar a mi médico y decirle, con la que está cayendo, que tengo una venita hinchada en la teta? Me dirá: «Vale muy bien. Nosotros estamos lidiando con una pandemia»”, apunta desde el sarcasmo.

A diferencia de Marta y Maite, Ariadna decidió dejar la lactancia a demanda después de una mastitis que se complicó por un absceso y terminó llevándola al quirófano para limpiar la mama tras varias recaídas inflamatorias. Y, como sucede con otras muchas madres que no pueden o no quieren dar el pecho, con la renuncia a la lactancia llegó la culpa: “A las tres semanas de nacer la niña, tuve que dejar la lactancia. Tras varios días en la cama sin poder estar ni siquiera con mi hija porque no soportaba los dolores, me di cuenta de que aquello no nos hacía bien ni a mí ni a ella. Además, con los abcesos me bajó la producción de leche y no tenía suficiente para alimentar a Carla. Aunque busqué toda la ayuda que pude (descartamos problemas de frenillo, corregimos la postura y el agarre), al final no mejoró. Recuerdo perfectamente la culpa que sentí cuando vi que no podía más y dije ‘hasta aquí’”, señala.

“Se habla muy poco de las mastitis e incluso hay quien dice que si estás informada no te pasa y eso no es cierto. Te puede suceder igual y se pasa muy mal. Yo había hecho un curso de preparación a la lactancia durante el embarazo y me vi igualmente en esa situación. Es más, al compartirlo después con otras mujeres me enteré de que muchas amigas o compañeras de trabajo también la habían pasado y lo recordaban como uno de los peores momentos”, opina y añade que para ella lo peor de la maternidad no fue el parto, sino el postparto.

Evitar complicaciones 

“La causa más habitual por la que se origina una mastitis es un estasis de la leche que, en ocasiones, desencadena un sobrecrecimiento bacteriano por una alteración en los microorganismos que están en la leche materna”, explica Beatriz Jiménez, ginecóloga en el Hospital Valle del Nalón.

Respecto a los factores que pueden contribuir a desencadenar una mastitis, Jiménez señala varios: “Las tomas poco frecuentes o programadas de antemano pueden producir la estasis de leche que mencionaba antes y llevar a una obstrucción de los conductos lácteos. Otra de las causas que podemos destacar son los agarres inadecuados del recién nacido al pezón que hacen que la extracción de leche sea ineficaz. Y, por último, a veces también influyen factores como la primiparidad (condición que cumplen las mujeres que han tenido a su primer hijo), alteraciones en la anatomía del pezón o la prematuridad del recién nacido”, enumera.

Y aunque todas las mujeres entrevistadas para este reportaje han sufrido una mastitis durante la lactancia de su primer hijo, Alba Padró, cofundadora de LactaApp, señala que aunque no existen estudios científicos que evidencien que las madres primerizas tienen mayor probabilidad de padecer una mastitis, “sí que es cierto que al tratarse de su primera experiencia dando el pecho les puede costar más identificarla en un primer momento. Pero al margen de eso no tienen porque sufrirlas más. La mastitis es algo que puede ocurrirle a cualquier mujer. Simplemente, aquellas que han tenido más de un hijo, detectan antes los síntomas y, por lo tanto, tienden a resolverla antes”.

En esta línea, una de las críticas más generalizadas que realizan las entrevistadas en torno a sus primeros meses de maternidad está relacionada con la falta de apoyo que tienen a la hora de comenzar a dar el pecho. A excepción de aquellas que durante el parto han tratado de formarse en lactancia, son muchas las madres que se sienten solas y perdidas a la hora de alimentar al recién nacido.

“Yo llegué a casa sin tener ni idea de cómo darle el pecho a Lara. Durante las 24 horas que estuve en el hospital, todo el tiempo les decía a todas las personas que venían a verme (matrona, enfermeras, auxiliares y médicos) que me dolía mucho el pecho cuando la niña mamaba. Unos me decían que era normal, otros que era el agarre, otros que la postura y otros que esa postura que me habían recomendado horas atrás tampoco servía. ¿Conclusión ? Me fui a casa pensando que me dolía porque yo siempre había tenido los pezones muy sensibles y que en realidad todo estaba yendo bien. A raíz de padecer grietas, realicé una consulta online con una matrona (parí en abril, en plena pandemia) y aunque me dio consejos muy buenos, no fue suficiente. Grietas y mastitis aparte, mi experiencia con la lactancia no ha sido buena. Lara sigue agarrando mal a los nueve meses, pero al menos ahora ya no me duele ”, expone Maite.

Como posible solución al problema que describe Maite, tanto la ginecóloga Beatríz Jiménez como la cofundadora de LactApp, Alba Padró recomiendan los grupos de apoyo a la lactancia que organizan las matronas desde los centros de salud. Dado el aumento de mujeres que deciden dar el pecho hasta el sexto mes (en 2012 lo hacían el 28% y en 2018 el 47%), la Asociación Española de Pediatría ofrece en su web un listado de los grupos disponibles en cada comunidad autónoma.

Igualmente, aunque Beatriz Jiménez es consciente de que la formación que reciben los sanitarios desde el punto de vista de la salud de las mujeres es mejorable porque, en ocasiones, ha sido escasa, cree que “cada vez existe un mayor número de profesionales comprometidos con la lactancia materna y formados para dar un correcto apoyo a este tipo de situaciones”.

Algo con lo que Alba Padró también coincide, pero desde un punto de vista más pragmático: “Hay muchas madres que llegan a casa después del parto con una información mínima de cómo amamantar a sus hijos y, claro, como cada vez hay más madres que dan el pecho, se evidencian los problemas. Por un lado, hay profesionales sanitarios que no tienen la formación adecuada, básicamente porque la lactancia materna se ignora en los planes formativos y, por el otro, porque a nivel de organización los médicos no tienen tiempo. La observación de una toma puede requerir una hora y no hay tiempo material para atender a todas las puérperas que salgan del hospital con una lactancia instaurada. Por eso precisamente es importante que los sanitarios se coordinen con grupos de lactancia o elementos externos que faciliten que estas mujeres no se encuentren tan solas cuando vuelven del hospital, que al final es de lo que se trata”, concluye.

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