Cuando era niña no contemplaba la opción de poder elegir ser o no ser madre, sencillamente creía que era lo que se esperaba de nosotras, lo que debíamos hacer como mujeres, en definitiva, estaba escrito en piedra. Sin embargo, no tengo ni el más mínimo recuerdo de haber soñado nunca con ello. Tampoco con una gran boda, ni con formar una familia o comprar una casa, nada que tuviera que ver con esa vida familiar idílica, como veía que hacía la mayoría de mis amigas.
Con los años, me fui replanteando estas creencias: ¿y si mi camino no es la maternidad? Reconozco que una parte de mí tenía miedo de acabar mis días como una triste 'machucha' (en mi casa, el término 'machucha' se utilizaba para designar a esas mujeres ya mayores que no se habían casado nunca ni habían tenido hijos y, por ello, se las veía como unas pobres desgraciadas). ¡Ni por asomo quería pertenecer a ese grupo de mujeres a las que nadie quiere y por las que todos sienten pena! Poco a poco (por suerte), me di cuenta de lo equivocada que estaba la sociedad (y yo misma), y de que todas esas connotaciones negativas no eran más que auténticas falacias. Efectivamente, mi vida progresaba por el camino de la 'machuchez', y bien feliz que estaba.
Tampoco negaré que me he planteado en innumerables ocasiones si habré hecho lo correcto. Si mi balanza inclinada en el “no ser madre” me traicionaría y, con los años, me invadiría el sentimiento de arrepentimiento. Y no solo eso, también me venían preguntas como '¿habrá algo extraño en mi forma de pensar?', '¿por qué no me hace ilusión tener hijos cuando se supone que es la experiencia más bonita del mundo?'. Me confundía muchísimo porque además adoro a los niños y me encanta jugar con ellos, pero hay algo en mí que prefiere no traer a nadie a este mundo.
No es fácil tomar la decisión.
Con 41 años vividos ahora sé que no hay nada de malo ni en mi pensamiento ni en mis decisiones. No ser madre es una opción más, tan válida como decidir serlo. La gente piensa que ya naces sabiendo si querrás o no ser madre, pero no es verdad, no se trata de una decisión fácil. Hay mujeres que lo tienen claro desde siempre, pero la mayoría no amanecemos, de repente, con la decisión tomada a modo de epifanía. Más bien, la decisión final la tomas casi sin darte cuenta.
Cuando ya por fin lo tuve claro empecé a ser consciente de que el juego no había hecho más que empezar. Ahora me tocaba pasar a la siguiente pantalla: enfrentarme a la sociedad y a sus múltiples opiniones sobre mi decisión. Algunas clásicas que recuerdo: “¿Por qué no quieres ser madre?” “¿Y si luego te arrepientes?” “¿Vas a perderte la experiencia más bonita del mundo?” “¿Has pensado en quién te va a cuidar cuando seas mayor?”. También me han dicho frases como “ser madre es lo mejor que me ha pasado, me da pena que no vayas a poder experimentarlo”, “vas a estar sola en la vida si no tienes hijos”, “eres una egoísta por no querer tener hijos”, “eres una comodona, vuestra generación siempre pensando en trabajar menos y no sacrificarse por algo”, “ser madre te completa como mujer, si no experimentas la maternidad es como que te falta algo”.
Qué agotamiento. Y es que no son preguntas o frases que te dicen de vez en cuando, sino que te enfrentas a ellas día sí, día no.
¿Por qué no quieres ser madre?
Al principio daba muchas explicaciones, me justificaba constantemente, dejaba que me dieran consejos, hasta que dije ¡se acabó! Ahora cuando me preguntan el motivo sencillamente contesto un “porque no quiero”. ¿A quien le importa? Obviamente, me refiero a esas personas que preguntan por cotilleo y a las que no les importa nada tu vida ni tus sentimientos. Si me lo pregunta una persona que sé que me aprecia le contesto la realidad: no me veo en el rol de madre y no me apetece educar a otro ser humano.
No sé si tendrá que ver pero siempre he sido una persona muy independiente, me fui de casa joven a trabajar a otra ciudad, y desde que tengo memoria me ha acompañado la necesidad de explorar el mundo a mi manera. Sentía que la maternidad, aunque sea una opción maravillosa para muchas mujeres, no terminaba de encajar ni de alinearse con la visión y planes que tenía para mí misma.
Lo que es indiscutible es que vivimos en una sociedad en la que la maternidad se presenta como el máximo logro, el sumun de la experiencia de ser mujer.
Madres arrepentidas
¿Qué hay del arrepentimiento? Un tema del que poco se habla. Y es que la maternidad está romantizada y reconocer abiertamente que te arrepientes de ser madre es poco menos que un sacrilegio. Haberlas, haylas. Conozco a mujeres que han reconocido abiertamente que se arrepienten de ser madres. De hecho, recomiendo a todas esas personas que romantizan la maternidad la lectura del libro Madres arrepentidas de Orna Donath. Aunque sea un tabú, el arrepentimiento en este tema existe y debe ocupar su espacio.
Todavía recuerdo un momento que viví cuando trabajaba de enfermera. En una pausa comenté que una mujer me había contado que se arrepentía de ser madre. Quería saber qué opinaban mis compañeras y les pregunté. Una respondió: “Pues que hubiera cerrado las piernas”. Me quedé helada. Este comentario cargado de incomprensión refuerza el estigma social y demuestra que existe una carencia enorme de empatía hacia las mujeres que han experimentado en un momento dado sentimientos de arrepentimiento.
¿No podemos reconocer y ser conscientes de que la maternidad no siempre es una experiencia positiva para todas las madres? La maternidad, como cualquier otro aspecto de la vida, viene acompañada de altibajos y es importante que la sociedad, y sobre todo nosotras, las mujeres, nos abstengamos de comentar de forma tan dañina sobre los sentimientos de otras, aunque esos sentimientos parezcan inaceptables. Otro motivo por el que, ante la duda, prefiero no ser madre es este. ¿Y si me arrepiento? Si no estoy segura de ser madre cabe la posibilidad, y eso si sería injusto para mi hijo. Prefiero ser prudente.
Eres una egoísta
La acusación de ser egoísta es una de mis favoritas. Supongo que esta idea procede de la arraigada creencia de que una mujer que decide no ser madre antepone sus propios intereses y deseos al “deber” de procrear. Correcto, ¿qué problema hay? Es una visión que ignora por completo la complejidad de los motivos por los que una mujer decide no ser madre. Todos son válidos, ya sean aspiraciones profesionales, la inestabilidad económica, las preocupaciones ambientales o el simple deseo de no querer asumir la responsabilidad de criar a un hijo.
Catalogar la elección de no ser madre como egoísta es caer en un estereotipo simplista. Las mujeres sin hijos nos enfrentamos al pensamiento colectivo de que no estamos completas, de que nos falta algo en la vida, o a los comentarios que nos auguran que nos arrepentiremos de nuestra elección. También, como ya he dicho, a preguntas intrusivas sobre nuestras vidas y a la presión constante de familiares, amigos e incluso de personas desconocidas que se suman a opinar y asumen que ser madre es el único camino hacia la realización personal.
Tengo claro que la felicidad y la realización personal son subjetivas y diferentes de una persona a otra. Es tiempo de reconocer que ser madre es una decisión personal y que no todas las mujeres aspiramos a cumplir con este objetivo. Se trata de respetar las decisiones de cada mujer y de apoyarnos mutuamente. No creo que sea tan difícil.