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De las fiestas navideñas salimos todos empachados. Los adultos, de comida, y los niños, de juguetes. Tanto es así que cuando acaban estas fechas la mayoría de nosotros dejamos de comer turrón y polvorones, por agotamiento, hasta que vuelve a ser estrictamente necesario. “No puedo más”, respondemos a las ofertas de roscón de última hora. Sin embargo, nos sorprende que nuestros hijos e hijas dejen de lado sus regalos, también por agotamiento, a los pocos días de haberlos recibido. Han abierto los paquetes de Papá Noel, días más tarde los de los Reyes Magos, se han detenido una media de cinco segundos en cada uno y, después, han dejado de prestarles atención. ¿Por qué?
“El mensaje que están mandando los niños con ese comportamiento es que les da completamente igual tener tantos regalos y que lo único que les gusta es abrir paquetes. Es decir, lo que les hace ilusión no son los juguetes, sino la expectación, el misterio”, explica Ana Belén Bernardo, profesora titular de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Oviedo. Así que, ahora, los padres y madres tienen la casa inundada por una avalancha de juguetes que, ni cumplen su función, ni despiertan ilusión en el niño. ¿Estamos a tiempo de hacer algo con ellos, o vamos a tener que acumularlos en un trastero? “Si hemos vuelto a caer en el error de sobrecargar a nuestro hijo o hija con regalos, tenemos que intentar que vuelvan a ilusionarse con ellos”, apunta Abel Domínguez, psicólogo infantil y de la adolescencia. “Dependiendo de su edad, hay algunos trucos”.
Domínguez aconseja hacer turnos de juguetes. “Si vemos que a unos no les hacen caso, los sacamos de su alcance. Pasado un tiempo, guardamos los que tenían y sacamos de nuevo los que le habíamos escondido. Así el juguete vuelve a cumplir su función”. Pero este método puede no resultar eficaz con niños y niñas mayores de seis años, añade la psicóloga Bernardo. “A partir de esas edad ya llevan la cuenta cuántos juguetes tienen y cuál es cada uno. Además, basta que les quites uno para que quieran jugar con él”. En este caso, en el que los niños se van a dar cuenta de que les faltan juguetes, recomienda negociar los turnos con ellos: “vamos a guardar algunos regalos ahora, los que tú elijas, y cuando quieras recuperarlos, los intercambiaremos por estos otros”. De esta forma, se fomenta la toma de decisiones y se les enseña además a dosificarse. “Otra estrategia para alargar la vida de los juguetes y poner límite al consumismo es establecer como norma que los juguetes que llegan a una casa, se quedan en esa casa. Es decir, explicarle al niño que si un regalo llega a casa de los abuelos, sólo podrá jugar con él cuando esté en casa de los abuelos”.
Cualquier día del año es un buen momento para transmitir a los niños el valor de compartir, y los muchísimos juguetes que reciben en Navidad pueden ser un buen punto de partida. “Es bueno que nos sentemos con ellos, que les expliquemos que hay otros niños, y otras personas, que no tienen tantos regalos, o ninguno, y no solo en Reyes, sino en ningún momento”, explica Bernardo.
Recomienda, además, que “los niños acompañen a los padres a llevar los juguetes, para que vean la cara del otro cuando lo recibe y aprendan así a comprender las emociones de los demás”. Hacerlo cuando han pasado las navidades evita que asocien ese tipo de conductas solidarias con la Navidad, tal y como recomiendan los psicólogos consultados, quienes ponen de relieve la importancia de que los niños comprendan que los problemas no entienden de fiestas y que la solidaridad debe ser algo más que un gesto puntual.
Lourdes Gaitán, doctora en sociología y fundadora del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA), señala que “hay que sacar la solidaridad del estereotipo, de los actos puntuales o grandes campañas que son, más bien, caridad, y llevarla al terreno que le corresponde. Practicarla a nivel más cotidiano, de manera importante en la vida corriente. En los niños y las niñas, la idea del otro surge de una manera espontánea”.
“Lo primero, hablemos con los niños, expliquemos que no pueden tener todo lo que quieren –antes de los seis años podemos inventar cosas que escapen de la lógica, como que los reyes no tienen sitio para tantos regalos en los camellos–.Sentémonos con ellos a ojear el catálogo y ayudémosles a escoger, ya que ellos no tienen criterio, diciéndoles, por ejemplo que hagan una selección de sus tres juguetes favoritos y los recorten para pegar en la carta. Invitémosles también a pedir cosas que necesiten, como un cuaderno para el colegio, y cosas para terceras personas, que pueden ser otros miembros de la familia”. Son recomendaciones en las que coinciden Ana Bernardo y Abel Domínguez. Pero ambos reconocen también que en la sobrecarga de regalos a los niños en Navidad hay un problema de fondo sobre el que hay que reflexionar.
“Tenemos la creencia de que hacer muchos regalos no es algo negativo. Pero sí lo es. Tan malo es no tener nada como tener demasiado. Se suele decir: que no le falte de nada a mi niño. Pero, ¿qué quieres que tenga? ¿Más valores, más solidaridad, más educación, más capacidad para trabajar en equipo, más constancia para conseguir sus objetivos? Entonces no le cargues de regalos. Esos gestos les educan, y están formando a niños egoístas, ansiosos, constantemente expectantes, que creen que pueden tener todo lo que quieren cuando quieren. Si hoy les colmamos de regalos, mañana pueden asociar la felicidad con la cantidad de cosas materiales que de todo pueden obtener”, expone la profesora Bernardo.
Domínguez añade que “el niño hiper-regalado puede tener dificultades para valorar el esfuerzo, para ser consciente de que en la vida hay cosas que se consiguen en el largo plazo y a base de pequeños esfuerzos diarios. Si no formamos a niños resistentes a la frustración, se asustarán ante lo primero que no consigan”.
Gaitán cree que llenar “la casa de juguetes solo sirve para socializar a los niños en la cultura del consumo, incitándoles al deseo y la posesión de objetos. Les damos una hoja en blanco y les decimos: qué quieres. Sabemos que es contraproducente para la sociedad y para los propios niños pero los padres que quieren salir de la corriente han de esforzarse mucho”.
“Hay un tabú social: considerar la infancia como una etapa de inocencia e ignorancia intocables. Esto es muy bueno para la cultura del consumo, los padres y madres entramos de lleno sin planteárnoslo, o, si nos lo planteamos, no nos atrevemos a salirnos del carril. Sin embargo, creo que va a nacer desde la propia juventud una corriente que se rebele contra el crecimiento y el consumo infinito. Ya está surgiendo con el movimiento infantil y juvenil por el medio ambiente. Los que venden seguirán queriendo hacernos comprar, pero tendrán enfrente a gente que quiere hacernos pensar”, concluye Gaitán.
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