Horas y horas de juegos de mesa. Tardes eternas de parque. Peinar muñecas, pasear muñecas, vestir muñecas. Construcciones, pelotas, legos, dibujos. Canciones que se repiten una y otra vez: “La vaca Lola, la vaca Lola”. A la pregunta de si a veces se aburre con sus hijos, Ricardo, un padre de dos niños, responde sin dudarlo: “Sí, bastante. Aunque me cuesta reconocerlo, diría que casi todos los días acabo saturado de repetir las mismas cosas una y otra vez. Parecemos un disco rayado”, bromea.
Como Ricardo, muchos padres y madres pueden sentir tedio o aburrimiento al pasar largas horas con sus hijos pequeños. Es algo sobre lo que ha reflexionado Florencia Sichel, filósofa y educadora de la Universidad de Buenos Aires. “Yo me pregunto por qué si podemos aburrirnos de nuestro trabajo, de pensar qué cenar cada noche, de nuestras parejas, no podemos también aburrirnos de criar a nuestros hijos e hijas. Como cualquier tarea, así como tiene grandes momentos de disfrute, también puede ser aburrida”, asegura.
Sichel invita a aceptar ese estado y no sentirse culpable por aburrirse: “Esto no quiere decir que no los queramos, sino que tiene que ver con el enorme trabajo que implica cuidar a otra persona. Que nos cueste aceptarlo, e incluso reconocerlo a viva voz, es otro tema y tiene que ver con lo idealizada que está la crianza”, argumenta la experta.
Coincide con este diagnóstico la psicóloga Diana Crego, que forma parte de Mi Tribu Perinatal. “Sí, es normal que dentro de todas las horas que pasamos con nuestros peques, formando parte de juegos muy repetitivos, haya momentos en los que nos aburramos”, explica. “A veces eso nos hace sentir culpables porque hay mucha exigencia con la maternidad. Creemos que tenemos que disfrutar cada uno de los momentos que pasamos con nuestros hijos, que nos deben gustar todas los juegos que nos proponen y que debemos estar siempre felices, motivados y dispuestos”. Sin embargo, la realidad no es así: “Ni todo nos motiva ni todos los días tenemos la misma energía”, afirma Crego.
Para Clara, madre de una niña de cinco años, lo peor son las tardes de parque. “La llevo porque, al ser hija única, sé que es su forma de socializar, pero no me gusta nada ir. Son horas y horas en las que me aburro muchísimo”, explica. En su caso no llega a sentirse culpable, pero sí reconoce cierta incomodidad. “Creo que es normal que las madres no nos divirtamos en un parque, no me hace sentir culpable. Lo único que a veces pienso es que quizás, cuando llegue el día en que ella se canse de ir al parque, puede que yo lo recuerde con nostalgia”. Su truco para sobrellevar las horas de toboganes y columpios es ponerse unos cascos y escuchar los podcast que más le gustan.
Blanca es madre de un niño de cinco años y una bebé de año y medio. Por su diferencia de edad, es difícil que se entretengan entre ellos y las actividades que les proponen no siempre funcionan para los dos. Así que Blanca reconoce que muchas veces acaba aburrida. “Mi marido y yo nos dividimos y cada uno juega con uno; hacemos de todo: juegos de mesa, manualidades… Pero llega un momento en que no damos para más, es horroroso, y entonces abusamos de la tele”. En su familia –como en muchas otras– esto ocurre especialmente en los periodos de vacaciones escolares, cuando los niños pasan más tiempo en casa. “Estas últimas Navidades nos ha pasado: estábamos en el pueblo, con muchísimo frío, por lo que no se podía apenas salir. Así que han sido horas y horas de inventarnos cosas y de acabar muy cansados, tirando de dibujos animados”, reconoce.
Que nos cueste aceptarlo, e incluso reconocerlo a viva voz, es otro tema y tiene que ver con lo idealizada que está la crianza
Para Blanca es importante desdramatizar esta situación y entender que no pasa nada por aburrirse: “Con nuestro ritmo de vida actual, transmitimos a los niños la idea de que en la vida hay que hacer muchas cosas diferentes, cuando eso no es así. Hay que dejar lugar al aburrimiento, está bien no hacer nada”, reflexiona.
La importancia de aburrirse
Explica Sichel que la baja tolerancia al aburrimiento empieza en los adultos. “Los primeros que nos llevamos mal con el aburrimiento somos los propios adultos. No hacer nada nos resulta insoportable. Nos da terror que las infancias se aburran porque a nosotros también nos pasa con nuestro propio tiempo libre. Pareciera ser que todo es urgente y que siempre estamos haciendo cosas importantes, aunque la mayoría de las veces nada de eso suceda”, asegura la filósofa.
Al trasladar esto a los niños y niñas, negamos la posibilidad de tener tiempo para no hacer nada. Para la psicóloga perinatal Diana Crego, es importante hacer hueco a la falta de actividades. “Permitirnos sentirnos aburridas es normalizar que quizás hay actividades con las que conectamos mucho y otras, pues no tanto. Y no pasa nada, es humano. Al mismo tiempo, dejar que nuestros peques se aburran es una forma maravillosa de fomentar la creatividad, buscar alternativas y ver qué recursos se tienen disponibles para crear o buscar una nueva actividad estimulante”, asegura la experta.
Para Clara, madre de una niña de cinco años, lo peor son las tardes de parque: 'La llevo porque, al ser hija única, sé que es su forma de socializar, pero no me gusta nada ir. Son horas y horas en las que me aburro muchísimo
Otra opción es buscar cosas que nos gusten más para compartir con nuestros hijos e hijas. Es lo que hace Lucía, madre de dos, que reconoce que le incomodan especialmente las horas de juego y de parque. “Yo intento pasar tiempo con ellos haciendo otras cosas que me aburren menos, como pasear, hacer recados o simplemente estar tumbados charlando. Para jugar procuro que sean lo más autónomos posible, porque es lo que más me aburre de todo”, asegura.
Sichel reivindica ese tedio como algo normal e incluso deseable. “Lejos de buscar la fórmula para vencer el aburrimiento, quizás tengamos que amigarnos y darnos cuenta de que aburrirse forma parte de la vida. Recuperar el aburrimiento como una forma de darle lugar a la invención, al tiempo libre, a la improductividad. Al próximo 'me aburro' de nuestros hijos, quizás podemos responder: 'yo también”, concluye.