Concluye el curso escolar para los niños y llegan tres meses complicados a nivel familiar. Estos días son muchos los padres que deben decidir si buscar una escuela de verano para sus hijos o pedir ayuda a familiares que puedan atenderles mientras ellos siguen con sus obligaciones laborales.
Como en todo, existe disparidad de opiniones: tanto padres como educadores se debaten entre el convencimiento de que los niños siguen necesitando hábitos y no estar todo el día usando los dispositivos electrónicos y, por otra parte, se merecen un descanso, no madrugar y liberarles de tanto quehacer estando fuera de casa.
Vanesa Fernández Rodríguez, diplomada en Educación Infantil, tiene sentimientos contradictorios. Considera que se presenta como un claro modo de conciliar para muchos padres a los que les resulta imposible estar con sus hijos por sus horarios laborales, además de la ventaja de que el niño puede socializar, crecer personalmente y aprender de un modo menos formal que en los colegios. “También entiendo que los niños terminan cansados la etapa escolar y es mejor que los padres con posibilidades de estar con ellos les ofrezcan actividades motivadoras –evitando el uso abusivo del móvil o la tableta– desde el ámbito familiar”.
Esta educadora añade que habría que pensar en las particularidades de cada niño, porque para aquellos que tienen más dificultades en el colegio puede suponerles un sobreesfuerzo asistir a una actividad reglada y no lo harán con ilusión, sino más bien desmotivados.
Rutinas vs descanso
Para Luciana Maccio Pennisi, psicóloga y psicopedagoga, las escuelas de verano son un recurso útil, aunque no el mejor. Esta profesional sostiene que suponen una buena alternativa para las familias, pero no son sustitutivas de los vínculos afectivos “que pueden fortalecerse en las épocas de descanso, cuando las rutinas y los horarios no son tan exigentes y permiten cierta flexibilidad en las actividades familiares”.
“Para los niños que tienen dificultades en los aprendizajes y su rendimiento académico, puede convertirse en un espacio social libre de las presiones que significa estar 'a la altura' sin sentirse juzgados. En otros casos, los niños tienen a lo largo de todo el curso diversas oportunidades para socializar con otros niños, múltiples extraescolares que fomentan la creatividad, el aprendizaje de idiomas y la actividad física, por lo que estas actividades se convierten en más de lo mismo”, señala la psicóloga.
Maccio comenta que en verano debería darse permiso a aparcar la agenda y dejar lugar al aburrimiento y al no tener planes cada día. Para ella es positivo comer en familia sin prisas, conversar y escucharse tranquilamente.
Saray Montoya, peluquera de baja por maternidad y con una niña de seis años, prefiere quedarse en casa durante los meses de verano, y que la familia pueda levantarse y acostarse tarde y quedar con amigos cuando mejor les vaya. Está agotada tras todo el curso académico y considera bien merecido el descanso para todos en vacaciones escolares. “Pudiendo estar yo en casa, prefiero que nos levantemos y desayunar juntos y sin prisas y por la tarde ir a la piscina o al parque cuando no hace mucho calor, pero no estar sujeta a seguir preparando meriendas cada mañana”.
Conciliación y servicios públicos
Marian Fernández, madre soltera de un niño de seis años, es administrativa y trabaja mañanas y tardes. Ella no tiene a familiares que puedan atender a su hijo pequeño y siente que desde al ayuntamiento de su ciudad, Ourense, deberían tener más en consideración a personas en situaciones familiares como la suya o con pocos recursos económicos. “Solía llevar en época de verano al niño al centro cívico de mi barrio, que ofertaba actividades de mañana y de forma gratuita. Pero este año, dicen que por falta de presupuestos no va a hacerse y he tenido que buscar otros sitios”, lamenta.
Fernández dice que no es fácil encontrar una escuela de verano asequible o donde las plazas no se agoten rápidamente por un plazo de solicitud demasiado corto. “Hay algunas demasiado caras, y otras en las que si sumas lo que hay que pagar aparte, como el comedor, el servicio de madrugadores o las actividades complementarias como la piscina, el coste se multiplica”. Otra limitación es que buena parte de la oferta es solo en el horario de mañana: “No todas las familias pueden dejar a los niños a las 10 de la mañana y retirarles a la hora de comer”.
Lucía Vila, psicopedagoga, tiene una niña de siete años y mellizos de cuatro. No ha podido encontrar una escuela de verano para los tres, pero ha conseguido inscribir sin coste alguno a la mayor en un programa municipal. Los pequeños irán a un centro privado. Los tres, en horario de mañana dos semanas de julio.
La decisión parte de la necesidad de conciliar, porque su marido y ella trabajan fuera de casa: “Prefiero que mis hijos hagan actividades a que estén con sus abuelos todo el día, que además son mayores y también merecen descansar, porque durante el curso escolar suelen quedarse los mediodías con ellos. Esa es otra de las cuestiones que se plantean cuando la escuela acaba. Si tirar aún más de la familia o darles un merecido respiro. ”Pese a que cada vez hay más vías para facilitar la conciliación, debería haber muchos más recursos gratuitos o de bajo coste“, opina Lucía. Y reconoce que hay otra gran razón que les impulsó a buscar escuela de verano para sus hijos: a la mayor le encanta estar con otros niños.
Un aprendizaje de autonomía
“Ir de campamento ayuda a los niños en su crecimiento, ya que establecen fuertes lazos al conocer a gente nueva. Son momentos únicos e irrepetibles que se albergan en su memoria. Un campamento ayuda a los niños a alcanzar más habilidades sociales y les ayuda a aumentar en autonomía, en autoconfianza y en autoestima”, destaca Xesús Igrexas, responsable de Talentia, un campamento con pernocta en la Costa da Morte (A Coruña).
Sin embargo, recomienda que los padres revisen los programas educativos de los campamentos antes de enviar a los niños, porque no todos los programas tienen objetivos educativos, sino que algunos son simplemente lúdicos. “Creo que lo más conveniente es que se aúnen ambas ideas”, la diversión y los valores educativos, explica este educador social, director y monitor de tiempo libre desde hace más de 35 años.
Igrexas defiende que ir a escuelas de verano consigue que los niños aprendan a adaptarse al entorno en el que están y a unas nuevas normas por parte de monitores y educadores. Y explica que, según su experiencia, se produce un aprendizaje convivencial a través del juego o el deporte: “Los campamentos pueden convertirse en la mejor o la peor experiencia del mundo para el niño y eso depende del programa educativo y la propuesta lúdica que oferten”.