Los jóvenes cada vez se van más tarde de casa. Los contratos cada vez son peores. Comprar casa es imposible. Alquilar casi también. La esperanza de vida crece, la juventud se alarga. Viajar es barato. Los hijos son caros. Conciliar, Con este panorama es comprensible que la tasa de natalidad no deje de caer. Aún así miles de personas siguen tomando la decisión de traer un bebé al mundo. ¿Por qué?
“La gente tiene hijos como quien hace salchichas”. Eso pensé un día viendo a unos padres despreocupados que no prestaban atención a las maldades de su hijo. O su hija, no recuerdo. Hacía unos días que, mirando a mi alrededor, me parecía que muchos padres (y madres) no se plantean demasiado la responsabilidad que supone educar a una persona.
Eso me llevó a varias preguntas ¿Cuáles son esos motivos para tener hijos? ¿Nos lo pensamos demasiado? ¿La gente sabe lo que implica tener un hijo? ¿Seguimos teniendo hijos porque toca, por presión social? Busqué respuestas en una filósofa, una escritora y una pediatra. Carolina del Olmo, Eva Millet y Lucía Galán Bertrand. Las tres conocen bien de lo que hablamos. Las tres son madres. Las tres han estudiado el tema.
Empecemos por el principio: ¿por qué sigue teniendo hijos la gente? Según Carolina del Olmo, filósofa y autora de ‘¿Dónde está mi tribu?’, por muchos motivos; el primero (y el más obvio) por instinto: “Cuando pensamos en motivos para tener hijos creo que hay un resto que se nos escapa, y que seguramente tiene que ver con nuestra naturaleza: las explicaciones que nos damos a nosotros mismos y a los demás muchas veces son racionalizaciones más que explicaciones precisas de las causas... Es curioso que nos cueste tantísimo admitir que la naturaleza pueda tener algo que ver ahí. Supongo que tiene que ver con que, cuando hablamos de naturaleza, biología o instinto, inmediatamente nos imaginamos algo parecido a un mandato divino, cuando no es así, lo natural está tan imbricado con lo cultural que reconocer la naturalidad de una pauta no significa admitir que sea necesario, ni obligatorio, ni mejor, ni nada...”.
Lo cultural es, de hecho, una de las claves para explicar por qué tenemos o no tenemos hijos. Eso me dice Eva Millet, periodista y autora de ‘Hiperpaternidad’ y de ‘Hiperniños: ¿hijos perfectos o hipohijos?“. ”Aunque nos creamos muy modernos, el ser humano es un ser tradicional, que vive en sociedad y replica lo que ha visto en su entorno. Además, se suele dar un ‘efecto dominó’ que se da entre amigos, familiares, hermanos... Cuando una pareja del entorno social tiene hijos enseguida le siguen otras“.
Que se te pasa el arroz
Es decir, hay un momento en el que, a la vez, suena el reloj biológico y tus amigos tienen hijos. Un momento, en el que todo te recuerda que “es el momento”. Sara, una compañera de trabajo de 33 años, vive hoy en ese momento exacto. Con pareja estable desde hace años y casa en propiedad, está rodeada de padres y madres que, en muchos casos, van ya a por la segunda criatura. Cada vez que Sara entra en Youtube el algoritmo decide mostrarle un anuncio de Clearblue, no vaya a ser que se le pase el arroz. Presión por todas partes.
Esa presión es una conversación recurrente. Sara tiene clarísimo que quiere ser madre, pero no encuentra el momento. Sabe que cuando ocurra tendrá que renunciar a muchas cosas, es lo que llama el “reloj biológico inverso”. Habrá menos viajes, menos salidas sin planear, menos libertad, menos terraceo, menos Tailandias, menos cañas, menos cigarros, menos capacidad para hacer jornadas extras en el trabajo… Resume esa sensación a la perfección un comentario que me hizo hace poco otra amiga: “¿Cuánto puedo esperar antes de que se me pase el arroz?”
A Carolina del Olmo no le sorprende este relato, para ella es parte de “un medio ambiente ideológico hedonista y consumista en el que la decisión de tener hijos (con lo que implica de compromiso duradero y cierre de otras opciones vitales) aparece como algo poco atractivo”. Desde esa perspectiva, tener hijos “te impide estar en plena forma para todas las experiencias guays que el capitalismo de consumo promete”.
No me quiero perder nada
Por ahí surge el primer motivo para no tener hijos: no me quiero perder nada. El segundo motivo tiene que ver con este primero. Para hacer cosas, que diría Rajoy, hace falta dinero. Y para tener dinero hay que trabajar. Y compatibilizar trabajo y maternidad es difícil.
Le pasó a Lucía Galán Bertrand, (Lucía mi pediatra): “Eres joven, terminas tu formación y quieres seguir aprendiendo, ascendiendo... pero con un bebé, esa velocidad de crucero necesariamente desciende. Y es ahí donde empieza el encaje de bolillos para sentirte realizada como profesional, como madre, como mujer. Quitas de aquí, pones allí, compensas a unos, a otros… Es tremendamente complicado”.
Lo confirma Carolina del Olmo, que sintió como lo que la sociedad le decía era: “Trabaja, trepa, compite, consume, disfruta... No te metas en líos de pañales que son una carga, un lastre, algo que te impide darlo todo en el trabajo”.
Y ese mensaje, cala. Según Eurostat, en 2016 (últimos datos disponibles), las mujeres en España tenían su primer hijo, de media, a los 31 años. Casi dos puntos por encima de la media europea. Si miramos atrás, en 1988 ese primer hijo se tenía a los 26 años, cinco años antes. No existen datos medios para toda la UE en ese año pero en 1988 la edad media en Dinamarca para tener un primer hijo era también de 26 años. Hoy en ese país la media es de 29, igual que la media europea. Es decir, en 1988 estaríamos en sintonía con el resto de Europa.
Nos encontramos con la paradoja de que la sociedad te dice, a la vez, que tengas hijos y que no. Te dice que vivas la experiencia de ser padre mientras te ofrece cientos de experiencias que no podrás vivir si lo eres. Te dices que no te pierdas la experiencia de la maternidad mientras te pide que trabajes y ocupes tu lugar en una sociedad eminentemente patriarcal. Y todo, como dice Del Olmo, en un país en el que “las políticas sociales familiaristas brillan por su ausencia y en donde tenemos cifras récord de pobreza infantil”.
¿Cómo lo mantengo?
Así llegamos a otro de los grandes motivos para tener o no tener hijos: el dinero. Algunos datos. Según UGT, el 91% de los nuevos contratos que se firman en España son temporales. El 48% de los contratados en España de entre 25 y 29 años tienen un contrato temporal. El 17% de los trabajadores en España gana menos de 12.900 euros al año y, de ellos, el 64% son mujeres.
Con ese panorama ya no hablamos de querer o no querer tener hijos, quizás es más correcto hablar de poder tenerlos, de poder garantizarles una vida digna. Ese factor está detrás de la decisión de muchas mujeres de no tener hijos, como bien nos contó en este artículo Noemí López Trujillo.
Menos de la mitad de las personas menores de tres años asiste a la escuela infantil. Una cifra que sube al 62,5% en el caso de las familias con ingresos altos. A la vez, 477.700 mujeres aducen que tienen que cuidar de niños o dependientes para no buscar empleo, una razón que aducen solo 28.200 hombres. Otra vez, las mujeres en casa cuidando a la familia.
Y aquí hablamos sólo de una etapa educativa que no es obligatoria. A una hija o a un hijo hay que darle de comer, hay que vestirle, conviene comprarle juguetes, darle medicamentos, ponerle vacunas, van a la escuela.... Algunos estudios hablan de un mínimo de 100.000 euros por hijo. Eso me dice Eva Millet, que critica que “en tiempos hipercapitalistas, la crianza se ha inundado de ofertas, de expertos, de opciones y de más y más gastos…”.
A la vez, me dice Lucía Galán, nos estamos convirtiendo en una sociedad urgente que lo quiere todo a golpe de click y eso con los hijos no funciona. “En la consulta veo a parejas muy impacientes: quieren que duerma toda la noche con cinco, que coman perfectamente con siete, que caminen a los doce, que lean a los 4 años... Pero la vida no funciona así”.
En paralelo, me cuenta Millet, “el estado del bienestar se desmantela y su papel en la educación de nuestros hijos se debilita. Las familias extensas, en las que todos participaban en la crianza de los pequeños, también son parte del pasado. Los hijos hoy cada vez cuestan más dinero, tiempo y esfuerzos y los padres somos enteramente responsables de todo. Por ello, ya se habla de padres quemados, ansiosos y, especialmente, de madres agotadas que nunca se sienten lo suficientemente buenas como tales”.
Qué es criar un hijo
Esa presión surge, en parte, por la falta de referentes. Del Olmo cree que pese a que hoy en día hay “mucha información disponible, vivimos más de espaldas que nunca a la realidad de la vulnerabilidad y los cuidados. Antes era común haber participado del cuidado de un bebé antes de haber abandonado la infancia. Ahora la gente llegue a adulta sin haber rozado siquiera la experiencia del cuidado: eso produce una gran distorsión en la apreciación de lo que es la vida que es difícil de corregir y que puede llevar a que tener hijos se viva como un verdadero shock. No se trata tanto de tener información o no sobre lo mal que se duerme, sino de asumir una relación de interdependencia tan profunda, aceptar e incluso disfrutar de algo que al mismo tiempo es una atadura bien fuerte”.
Lo mismo piensa Lucía Galán: “Mis padres, hace 30 años, no se hacían las preguntas existenciales que se hacen los padres de mi consulta. Hay una necesidad exagerada de búsqueda de información, Y entre toda esa información hay mucha desinformación. Por lo tanto no es fácil encontrar voces tranquilas, avaladas, que hablen con rigor y al mismo tiempo que sepan empatizar con el momento individual de cada uno de nosotros. Que no existen dos familias iguales, que no existen los manuales del perfecto padre, de la perfecta madre, ni los trajes de talla única, que no”.
A modo de conclusión, Carolina Del Olmo cree que “si tienes lo básico más o menos cubierto, darle muchas vueltas a todo o buscar el momento idóneo no creo que sea muy útil, la verdad, sobre todo porque la experiencia siempre tiene un plus que sorprende, incluso a los más preparados”.
En definitiva, yo pensaba escribir un artículo sobre lo listo que soy, lo bien que hice en pensar bien cuántos hijos iba a tener y de qué forma los iba a educar y si me iba a llegar el dinero para esos planes. Y lo termino pensando que ni recetas mágicas, ni salchichas, ni tu tía, que diría aquel.