Tienen fama de egoístas, caprichosos, consentidos y solitarios. De entre todas las criaturas inventadas por la mitología familiar, sin duda, los hijos únicos son los grandes perjudicados. Tanto es así que muchas madres y padres se ven obligados a justificarse ante familiares o amigos cuando no quieren “darle un hermanito” a su único retoño, incluso en un contexto en el que el número de familias que tienen un solo hijo es cada vez mayor. Se sigue dando por hecho que la falta de hermanos va a condicionar su desarrollo, que será una persona egoísta, caprichosa o solitaria. Sin embargo, aunque como bulo para fomentar la natalidad podría resultar impecable, la extendida creencia que estigmatiza a los hijos únicos no tiene ninguna base sobre la que sostenerse, empezando por la propia experiencia de los protagonistas.
“Cuando me dicen eso de ‘no pareces hija única’ no dejo de pensar que igual se creen que nuestros padres nos escondían en un cajón de casa o que no nos hablaban”, ironiza Raquel Díaz de la Campa, hija única y madre de una sola niña, que reconoce sentirse sorprendida cuando recibe comentarios de ese tipo, que muestran los mitos que pesan sobre los hijos únicos. También Alejandra Fernández asegura haber tenido que discutir en varias ocasiones a lo largo de su vida que “ser hija única no es mejor o peor que tener hermanos, que simplemente son formas diferentes de crecer” y que no tiene por qué influir directamente en la personalidad.
Lo que dice Blima García, psicóloga experta en terapia familiar y traumaterapia infantil, es que “lo que realmente condiciona el desarrollo de los hijos tiene que ver con lo que sus progenitores hacen con ellos a lo largo de la crianza, especialmente en la etapa temprana”. Con ello se refiere a los cuidados emocionales: “Cuando tenemos cuidadores que están disponibles emocionalmente y que son capaces de satisfacer nuestras necesidades en un alto grado y de una manera acertada, hay un impacto muy positivo en términos de autoestima, confianza y habilidades interpersonales. Así que, para algunas familias, el hecho de tener un solo hijo puede incluso favorecer dinámicas que ayudan a los padres a vincular mejor con sus hijos”.
Egoístas, consentidos o sobreprotegidos
Si no has tenido hermanos, ¿no has aprendido a compartir? ¿Quieres tenerlo todo para ti? ¿Te han malcriado? Son cuestiones a las que responden muchos de los mitos más comunes que venimos arrastrando y que, según Patricia Castaño, socióloga y coach familiar, pueden tener su origen en una visión antigua y simplista de la psicología infantil que asumía que la presencia de hermanos es necesaria para el desarrollo de habilidades sociales: “Pero la realidad es que numerosos estudios actuales demuestran que los hijos únicos pueden ser tan colaborativos y generosos como los que tienen hermanos, ya que aprenden estas habilidades en otros contextos sociales que no necesariamente tienen que ser los familiares, como la escuela o los grupos de amigos”. Aquí la clave está en las estrategias que utilizan los cuidadores al educar en la negociación y trabajar en los acuerdos.
Si a un niño le han permitido todo o lo han sobreprotegido tiene más que ver con los patrones que ese padre o madre adulto ha adquirido, a su vez, en su infancia, que con su condición de hijo único: “Por ejemplo, si cuando eras niño tuviste un padre autoritario y sobreprotector y lo percibiste como algo malo, es probable que cuando tú eduques te vayas al otro extremo y te vuelvas súper permisivo, independientemente de cuántos hijos tengas”.
Alejandra afirma que la etiqueta de hija única “caprichosa” y “consentida” no se ajustaría a su educación y realidad. “Nunca me han dado todo hecho y he sido muy consciente de lo que le costaba a mi padre, que era minero, ganar el dinero. Yo era muy conformista, no necesitaba ‘lujos’ ni caprichos. Sabía que gracias a ellos tenía las cosas más importantes: comida todos los días, muchísimo cariño, la oportunidad de hacer un deporte a 100 km de mi casa y estudiar para tener un futuro mejor”, cuenta.
Introvertidos y poco sociables
La familia de Saray es muy pequeña, no ha tenido una de esas infancias rodeada de primos los fines de semana o en fechas señaladas. Reconoce que quizá ese vínculo sí lo ha echado en falta en algún momento de su vida. No obstante, recuerda muchas ocasiones en las que ser hija única y carecer de esos vínculos entre iguales dentro de la familia le ha ayudado a salir de su zona de confort y encontrar “compañeros de batallas con quien jugar en el parque y ser una niña muy sociable”. Ya de adulta, explica que disfruta muchísimo de sus amigos en cualquier circunstancia: “Aunque estamos repartidos por el mundo, somos capaces de tener una relación estrecha y siempre me he sentido apoyada. Ellos son los hermanos que elegí”.
El mito de que los hijos únicos tienen más dificultades para establecer relaciones interpersonales, detalla la socióloga Patricia Castaño, se ha perpetuado a lo largo del tiempo debido a la idea de que la falta de hermanos significaría una falta de compañeros de juego y socialización: “Ya sabemos que no define su capacidad para establecer relaciones. De hecho, los hijos únicos pueden desarrollar relaciones cercanas con amigos y familiares que pueden ser igual de válidas para su socialización que el tener hermanos”.
Raquel y Alejandra destacan la oportunidad que les ha brindado el ser hijas únicas para comunicarse desde pequeñas con personas de diferentes edades, de relacionarse con un entorno maduro y tener una relación muy cercana con los padres. “Creo que eso me ha aportado mucha destreza en la comunicación”, afirma Alejandra. También se identifican, como Saray, en ese sentimiento hacia sus amigos que bastante puede parecerse a la familia.
Para Alberto Martínez Cano, sociólogo y ex vicepresidente de UNICEF Comité Madrid, este mito de introversión y carencias en la sociabilidad de los hijos únicos entronca con una idea de que “crecen solos”, algo que valora como muy relativo. “Yo mismo soy hijo único y, además de haberme integrado siempre muy bien en distintos contextos, incluso teniendo que cambiar de ciudad por el trabajo de mi padre, tengo muy buena relación y mucha confianza con mis padres, lo que no me ha dejado sentirme solo”, dice.
“No quiero que crezca solo”
En ciertos momentos, Alejandra sí confiesa haber echado en falta la figura de un hermano para tener “un apoyo más cercano en situaciones difíciles o conversaciones incómodas que no quieres hablar con tus padres”, aunque reconoce que no es garantía de nada. Mirian Calvo también asegura haber echado de menos “saber lo que es tener un hermano”. Aunque Saray no lo ha percibido como carencia: “Nunca eché en falta tener hermanos, creo que, en parte, gracias a los libros y a mi imaginación. Me entretenía muy bien sola. Soy una persona muy autosuficiente y resolutiva, valoro el apoyo de los demás pero en primera instancia mi reacción siempre es solucionar las situaciones con mis propios recursos. De hecho, aunque pedir consejo no me ha costado tanto, pedir ayuda es algo que he aprendido con los años”.
Raquel, hasta el momento, nunca se ha sentido sola. Solo identifica un pequeño miedo que pueden llegar a compartir los hijos únicos en sus conversaciones. “Hace poco una amiga me dijo: 'Solo eché de menos la compañía de un hermano cuando falleció mi padre'. Y quizás esa sea la parte mas dura de un hijo único, la sensación de soledad cuando faltan tus padres… pero, en realidad, casi todos nos veremos en esa situación de tristeza”.
Blima García recalca que no se puede dar por hecho que el tener hermanos sea un factor protector: “Muchas veces las personas tienen hijos para que se cuiden entre ellos, pero luego la relación no es cercana o, directamente, no se llevan bien”. A lo largo de su experiencia como coach familiar, Patricia Castaño también relata haber encontrado a muchos adultos que pese a tener hermanos se sentían muy solos, o hijos mayores que se sienten solos porque perciben que el hermano le quita su lugar. “Sentirse solo estando acompañado es peor que sentirse solo estando solo”, asegura.
“He escuchado muchas veces lo de ‘yo eso a mi hermano no se lo contaría nunca’, y he visto a personas que no pueden contar con el apoyo o la ayuda de su hermano. Creo que eso te afecta a ti personalmente y también a los padres y el resto de la familia. A veces alguien de tu misma sangre te aporta menos que un amigo”, afirma Alejandra. Así que la soledad se puede sufrir igual estando solo que rodeado de hermanos.
Para cuándo el hermanito
Una de las razones que argumentan las expertas para acabar cuanto antes con estos mitos en torno a los hijos únicos es que dejen de influir en la toma de decisiones de los padres al considerar la cantidad de hijos que quieren tener. “Parece que dos o tres es la cantidad de hijos ‘aceptable’ en nuestra cultura. Tener más o menos implica tener que justificarnos ante el otro”, explica Vanina Schoijett, hija única, madre, puericultora y autora de La revolución de la crianza (2018).
Considera que tener más de un hijo para que el primero no se quede solo responde a una visión limitada de la crianza y que los progenitores han de tener en cuenta que “criar es un trabajo enorme y hay que estar realmente dispuesto y comprometido a ello, de manera única con cada uno de los hijos que trae al mundo”. No es verdad que los segundos y terceros ya se críen solos: “Cada hijo nos trae nuevos y diferentes desafíos, son personas con características y necesidades únicas, con las que estableceremos un vínculo único y distinto del que tenemos con nuestro primer hijo”.
Cuando no atendemos las necesidades emocionales en la infancia, “descubrimos heridas que vienen de aquella época y que nos marcan hasta nuestros días aun cuando no tenemos ninguna consciencia de ello”. Y esas necesidades no las cubren los hermanos, sino unos padres que han trabajado un modelo de crianza sano y que tienen el deseo de acompañarlos con dedicación.
“Ante la presión del entorno de dar hermanitos, me planto”, reivindica Raquel desde su situación como madre primeriza, “en este momento mi hija es hija única y se trata de una decisión personal y familiar”. Su experiencia vital como hija única, dice, es muy buena, y está contenta con ello. No tendría por qué no estarlo ni sentir culpa por “privar” a su hija de un hermano. Lo importante, concluye Vanina Schoijett, es haber construido un vínculo sano con ese hijo que dure toda la vida. “Que nos sepan incondicionales, que seamos un lugar seguro y que les demos las herramientas para desarrollarse y funcionar socialmente. Entonces podrán crear vínculos sólidos y elegidos por ellos mismos”, concluye.