ENTREVISTA Especialista en salud mental perinatal

Ibone Olza, psiquiatra: “Medicalizar el embarazo tiene consecuencias nefastas que solo vemos psicólogas y psiquiatras”

Adrián Cordellat

4 de septiembre de 2024 21:42 h

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La psiquiatra Ibone Olza (Lovaina, Bélgica, 1970), fundadora y directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal (IESMP) y una de las mayores expertas internacionales en la materia, dedicó en 2017 un precioso ensayo al parto (Parir, editorial Vergara, 2021) que fue —y sigue siendo— todo un éxito de ventas. En este 2024 ha dado un paso atrás en el tiempo en el proceso reproductivo para centrar su atención en la gestación. “El embarazo es el único momento de la vida adulta en el que es posible vivir una trasformación corporal tan potente y magna como en la infancia y tan rápida o más que en la pubertad”, escribe Olza en las páginas de Gestar (Vergara, 2024), donde recuerda que esa transformación física también se da a nivel mental: “Con el embarazo se transforman nuestro psiquismo, nuestra identidad y nuestra manera de estar en el mundo”.

Esa transformación psicológica, alentada por unos cambios cerebrales que ya han sido demostrados por la ciencia, convierten este periodo, según la psiquiatra, en un momento ideal para que las mujeres revisiten su origen y su infancia. “Creo que indagar en ese principio nos permite vernos desde otro lugar y entendernos mejor. Conocer qué vivió nuestra madre cuando nosotras estábamos en su útero y cómo nos pudieron afectar esas vivencias nos permite descubrir cosas nuestras o entender mejor nuestros gustos, nuestras filias y fobias”, sostiene Olza, que lamenta que ni la psicología ni la psiquiatría hayan prestado históricamente demasiada atención a esos orígenes.

¿Por qué esta desconexión con esa etapa inicial de la vida?

No sé realmente por qué. Sé que compañeros psiquiatras y psicólogos se han sorprendido, después de haber atendido a pacientes durante años, por lo poco que han pensado en lo que vivieron estos estando en el útero materno. Yo creo que la negación es colectiva. Al final los profesionales de la salud mental no han indagado en esto porque ni siquiera lo han hecho en su propia historia personal. Mi hipótesis es que hay cierto trauma ahí, que preferimos no indagar por si acaso no nos gusta lo que encontramos. Pero yo creo que todos los que hemos realizado ese trabajo de revisitar nuestro origen nos hemos encontrado con datos súper interesantes.

Usted señala que cuando una mujer se queda embarazada, probablemente el principal trabajo psicológico que debería hacer es mirar al bebé que fue y entender cuánto de lo que vivió —o no— desea para su futuro hijo o hija.

Desde la psicoterapia sabemos que esa conciencia de querer saber cómo nos afectó lo que vivimos cuando estábamos en el útero o en los primeros años de nuestra vida es una manera de romper la transmisión intergeneracional del maltrato. Además, ahora sabemos que el cerebro, durante el embarazo, está especialmente permeable a este tipo de trabajo de indagación, de profundización. Es el momento ideal para entrar ahí. Si las embarazadas pudieran permitirse ese trabajo psíquico, con esa lentitud que requiere, probablemente eso ayudaría a poder disfrutar mucho más del embarazo y la crianza; y también, como decía, a romper esos patrones relacionales dañinos y tóxicos que la mayoría hemos heredado.

“Si las mujeres embarazadas pudieran…”, acaba de decir. No sé si la sociedad tal y como está configurada, los ritmos de vida, las largas jornadas de trabajo y la atención que se ofrece al embarazo, ayuda a esa conexión.

En absoluto. De hecho es una de las cosas que más me gustaría poder cambiar. Es cierto que el embarazo no es una enfermedad, pero también es cierto que tratamos a las embarazadas como si no lo estuvieran: pretendemos que trabajen como si no estuvieran embarazadas, que rindan igual hasta el último día… Insisto en que el embarazo no es una enfermedad, pero es un momento muy delicado, muy precioso, muy importante. Como sociedad deberíamos cuidar mucho más a las mujeres embarazadas. También para que puedan hacer ese trabajo de prepararse para criar a un ser humano.

El embarazo no es una enfermedad, pero es un momento muy delicado, muy precioso, muy importante. Como sociedad deberíamos cuidar mucho más a las mujeres embarazadas

El embarazo, como dice, no es una enfermedad, pero escribe que se trata “como si fuera una bomba de relojería a punto de estallar”. ¿Qué consecuencias tiene esto para la madre y para el bebé que se está gestando?

Ese miedo genera ansiedad y estrés. Hay embarazadas absolutamente sanas que pasan todo el embarazo preocupadísimas porque les han dicho que puede ser que un índice, un parámetro o una analítica está un poco alterada; y eso ya genera mucho miedo a que el bebé esté mal. Y el problema es que ese miedo muchas veces condiciona toda la vivencia del embarazo e incluso provoca que luego en el posparto muchas madres sigan estando muy preocupadas, lo que dificulta la vinculación con el bebé, disfrutar de él… Yo creo que la medicalización del embarazo tiene consecuencias muy nefastas que a veces solo vemos las psicólogas y las psiquiatras perinatales, porque se habla muy poco de esto. Y es una pena, porque el embarazo debería ser un momento para el disfrute, para el placer, para regodearse un poco.

Esto, supongo, también explica que muchas mujeres lleguen al parto con muchos temores y que el parto cada vez esté más medicalizado.

Por supuesto. El parto ya es como la traca final. Si el embarazo está medicalizado, el parto más. Poder disfrutar del embarazo, como decía antes, es una preparación magnífica para el trabajo de parto, que es un viaje psicológico en sí mismo, una transformación psicológica súper profunda, la mayor que vivimos en nuestra vida. Al final, si sólo prestamos atención a lo médico y a lo físico, nos estamos perdiendo todo lo demás.

¿Y cuánto tiene que ver también el hecho de que, aunque exista mucha evidencia científica al respecto, aún no se haya conseguido que las matronas sean consideradas las profesionales de referencia para el embarazo y el parto?

Aquí sigue habiendo una lucha de poder enorme. Para mí esta es una cuestión feminista de primer orden que viene de lejos. Hay poca voluntad de dar a las matronas el poder, que es algo que necesitamos las mujeres. Es decir, necesitamos que nos atiendan las expertas en la fisiología y en los procesos reproductivos de la mujer. Creo que la medicina todavía no está a la altura de las mujeres en este tema.

Creo que la medicina todavía no está a la altura de las mujeres en los procesos reproductivos

Abre varios melones importantes en su libro. Uno es el de la ovodonación.

Es muy llamativa la comparativa que hizo el obstetra francés Michel Odent entre la agricultura industrial y su lógica extractiva, que solo piensa en el corto plazo; con lo que está haciendo la reproducción asistida con los cuerpos de las mujeres. Se pone todo el objetivo en que unos pocos tengan un beneficio económico muy alto y a corto plazo, pero no se ponen sobre la mesa todas las consecuencias para la salud y toda la carga psicológica que estos procesos conllevan.

En el libro deja entrever que piensa que ciertas corrientes feministas tampoco están ayudando mucho en ese sentido.

Para mí el gran tema pendiente en los feminismos es la maternidad. Dentro de las distintas corrientes feministas todavía hay muchas que perciben el embarazo como una carga, algo que sería mejor evitarnos; o incluso lo ven como una renuncia y una cosa patriarcal. Por suerte, hay otros feminismos que estamos reivindicando ver el embarazo como el poderío que supone, como el momento espectacular de nuestra vida sexual que puede ser… Por supuesto que una batalla importantísima es que todos los embarazos sean buscados y deseados, que una mujer no se vea obligada a gestar, pero dentro de todo esto a mí me duelen las declaraciones de algunas feministas que, por ejemplo, defienden la gestación subrogada. En mi manera de entender el feminismo, no cabe esa defensa.

“Me cuesta empezar este capítulo y dudo al elegir cada palabra”, escribe precisamente al hablar de la gestación subrogada.

Casi todos conocemos ya en nuestros entornos a niños y a niñas que fueron concebidos en un proceso así. Obviamente no se trata de estigmatizar a esas criaturas, sino al revés: parte de mi trabajo pasa también por intentar ofrecer a las familias que están criando a estos bebés unas claves. Y eso no se puede hacer desde el juicio. Pero una cosa es lo particular, y otra cosa es lo que está pasando a nivel global. Si hacemos una lectura social, para mí es obvio que estamos hablando de compraventa de recién nacidos.

En mi manera de entender el feminismo, no cabe la defensa de la gestación subrogada. Para mí es obvio que estamos hablando de compraventa de recién nacidos; conlleva planificar una orfandad desde el nacimiento

En el libro sostiene que en la gestación subrogada se otorga una supremacía a los genes. Se asegura al cliente que los genes no son de la gestante, pero sí del hombre que se quedará con el bebé. “Por lo tanto, se quita valor e importancia a la gestación, a la que se considera algo así como un horno donde se dejan fermentar unas semillas durante nueve meses”, escribe.

Se contempla la gestación como un trámite para obtener un producto. Pero esto no se sostiene. No se puede poner el acento en los genes y obviar todo el impacto que tiene la gestación, que es brutal. Nos moldea. Aunque un bebé tenga los genes de quien sea, lo que viva en el útero le va a condicionar muchísimo. De hecho, aunque las empresas dedicadas a la gestación subrogada insistan en las garantías, en que el bebé va a estar sano, los profesionales de la salud mental ya estamos viendo a niños y niñas que tienen dificultades importantes relacionadas con este inicio de la vida.

Muchas veces, una forma de hacer aceptable la gestación subrogada es equiparándola con la adopción. Usted afirma que son situaciones radicalmente opuestas.

Hay que visibilizar que la gestación subrogada conlleva planificar una orfandad desde el nacimiento. Creo que es crucial. Es como si a ese bebé se le muriera la mamá en el parto. No tiene justificación posible. Le estás causando una herida a ese bebé, un daño muy profundo, porque lo vas a separar de su madre nada más nacer, y en muchos casos te lo vas a llevar lejos, a otro país, y no sabrá nunca quién lo gestó.