Laia Casadevall: “Me llegan muchas madres dudando de su instinto, pero al criar somos más mamíferas que nunca”
¿Y si la revolución en la maternidad pasara por volver a conectarnos con nuestro lado más primitivo? ¿Por más carne que aparatos de último modelo, por más pausa que frenetismo, por aceptar que es un vaivén de hormonas e instintos el que va a guiarnos en el proceso más exigente de nuestra vida? Laia Casadevall, enfermera, matrona, divulgadora y activista por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, defiende esta tesis en Maternidad consciente (Vergara, 2024), un libro que bien podría ser una pequeña enciclopedia con todo lo que necesita saber una mujer para sobrevivir a los dos primeros años de crianza. Y también, por qué no, con todo lo que necesita saber la sociedad acerca de lo que supone convertirse en madre.
A lo largo del libro, entre pautas más técnicas sobre lactancia, alimentación complementaria o porteo, sobresale la idea de que “el posparto nos enfrenta a nuestro yo más mamífero”. Invita a las lectoras a entregarse a esa revolución animal y dejar de luchar contra lo que les está pasando: la transformación de la maternidad. “Este libro es por todas nosotras”, anuncia en una de sus primeras páginas, “independientemente de las decisiones que tomes y el camino que elijas”. Es un libro, dice, “para que ni una mujer más se sienta sola” en una sociedad que “menosprecia y silencia nuestras experiencias”.
Hay un hilo conductor atravesando el libro que insiste en la idea de que cuando gestamos y criamos hijos “somos más mamíferas que nunca”, que somos, sobre todo, instinto.
Sí, insisto en esa idea porque es algo de lo que veo que la mayoría de mujeres no son conscientes. Llegan a tener a su primer bebé en brazos sin hacerse una idea de lo que va a pasar y creyendo que pronto volverán a una vida normal, a su vida de antes. Digamos que eso es lo que la sociedad espera, que no se te note que has parido, que te incorpores a lo que tenías y recuperes quien eras. Y esa idea tan extendida choca contra nuestros instintos, contra lo que sentimos que debemos hacer. No conectarte contigo misma en ese momento y luchar contra el instinto, duele y tiene consecuencias.
¿Qué opina nuestro instinto, por ejemplo, de una cesárea programada o un parto medicalizado? ¿'Perdemos' algo por el camino?
Si la naturaleza ha previsto un ritmo en el parto, es por algo. En ese momento intervienen muchos procesos hormonales que se van activando para que todo fluya en una determinada dirección. Tenemos que saber que cuando programamos una cesárea –otra cosa es que haya motivos médicos, claro– o medicalizamos un parto, estamos rompiendo la cascada hormonal que se pone en marcha y que es necesaria, entre otras cosas, para vincular a una mujer con su nuevo bebé, para que se produzca lo que llamamos el enamoramiento inicial.
Menciona varios estudios que evidencian que estas intervenciones interfieren en ese vínculo que madre e hijo son capaces de crear.
Sí, hay evidencias de que ciertas intervenciones pueden dificultar este enamoramiento inicial del que hablo. Es un concepto que se ha romantizado mucho pero que se trata de algo puramente biológico. Para sentirlo es necesario que se activen una serie de hormonas, como la oxitocina, que facilitan tanto el vínculo inicial como, por ejemplo, la lactancia materna… Pero cuando una madre da a luz por cesárea, esas hormonas no se activan y la cosa se complica: hay que hacer un trabajo posterior para fortalecer el vínculo. Se puede conseguir a través del piel con piel, etc., pero cuesta más.
¿Qué hay de la oxitocina que proporcionan a la madre para inducir el parto? ¿Cumple la misma función que la oxitocina que produce su propio cuerpo?
No, porque la oxitocina que se utiliza en las inducciones no llega a cruzar la barrera cerebral, así que no favorece los cambios adaptativos para que se produzca el enamoramiento inicial. Esto se convierte en un factor de riesgo para que la madre sufra depresión posparto, que tiene entre sus síntomas esa dificultad que siente la madre para vincularse con el bebé.
Eso, por la parte que le toca a la madre, pero ¿cómo influye en el bebé?
La creencia de que los bebés son muñecos que no se enteran de nada, que solo duermen y comen, no tiene mucho que ver con la realidad. El cerebro del bebé nace muy inmaduro y está en pleno desarrollo durante el primer año de vida, así que lo que ocurra en ese tiempo es muy importante para las relaciones que establezcan con el mundo. Cómo se relacionan con él las figuras de apego va a marcar la forma en que él se relacione con los demás.
Los bebés son seres dependientes de nosotras y necesitan la fusión emocional con nosotras, al menos el primer año de vida, en realidad los dos primeros. Los dos primeros años la figura de apego más importante es la madre porque es a la única persona que conoce, el vínculo ya ha empezado dentro del útero, y necesitan que colmemos sus necesidades físicas y emocionales más primarias. Luego van apareciendo otras figuras de apego.
Hace unos días alguien cercano que acaba de ser padre comentaba que se siente en un segundo plano, como si “no importara” nada más que el bebé y su madre. ¿Es habitual esta sensación de abandono en otros miembros de la familia?
Es normal, pero también es absurdo luchar contra la naturaleza. El vínculo madre-hijo es inevitable. El bebé solo conoce el olor, la voz, la frecuencia cardíaca y la respiración de su madre. Ha sido su ecosistema, y por eso muchas veces es la única que le puede calmar, por ejemplo, en un momento de llanto o incluso dormir. Esto puede chocar a la pareja, que puede percibirse en un papel secundario, pero esto es fruto de la desinformación. Cuando entendemos los procesos del bebé sabemos que ese fuerte vínculo inicial no es para siempre, que la vida son etapas. El padre o madre tiene que crear ese vínculo poco a poco, cambiando pañales, cantando canciones, porteándolo, hablándole mucho, sobre todo en momentos tranquilos y en los que ha cubierto sus necesidades básicas de hambre y sueño. Con el tiempo el bebé irá entendiendo que esa persona es de confianza y que le sabe cuidar.
El sexo también pasa a un segundo plano.
Es lo más común, sí. Es tanta la demanda que no queda espacio para nada más, casi no puedo satisfacer mis necesidades básicas, así que la libido está bajo cero y no deberíamos sentirnos culpables por ello. Todo vuelve, pero no cuando se nos exige sino cuando estamos más cuidadas, y eso va de la mano del crecimiento del bebé y de que nosotras vayamos recuperando nuestros espacios y nuestra libido.
En los primeros años del bebé, la crianza debería ir de que nos cuiden, pero las casas (y las estadísticas) están llenas de madres desbordadas que asumen muchas otras tareas que no son la de maternar.
Así es, y eso acaba por convencernos de que el problema es la maternidad. Normalmente no son nuestros hijos quienes nos cargan, nos suele encantar estar con los hijos, el problema es una sociedad que no acompaña a la maternidad y que nos pone contra la espada y la pared. Luchar contra esto es cansado y cruel, sobre todo cuando estás criando. Si pudiéramos maternar libremente, la mayoría elegiríamos quedarnos con nuestros bebés porque realmente es un súper placer poder gozar de ellos, la crianza temprana pasa muy rápido, exige mucho cuerpo, demanda y presencia, pero si lo pones en contexto de toda tu vida es un periodo muy pequeñito. Si no lo gozamos, se pierde y no hay vuelta atrás.
“Ellos (nuestros bebés) nos enseñan a cuidarnos”, dices en uno de los capítulos dedicado a analizar los ritmos en los que criamos.
Mira, se supone que deberíamos estar tranquilas, simplemente maternando, pero mientras el niño duerme estamos pensando en todo lo que tenemos que hacer. En este momento de nuestra vida nuestros ritmos van de la mano con los del bebé, porque somos mamíferas que acaban de tener una cría. Está demostrado que los bebés duermen más y mejor cuando están pegados a la madre, mientras que en una cuna duermen la mitad. Así que para que ellos descansen bien y nos permitan descansar, deberíamos estar tumbadas con ellos en el sofá. Ese es un momento de descanso que te brinda la maternidad, ¿no? Y sería un verdadero descanso si no pensáramos en tender la ropa, hacer la comida, poner la lavadora… Es decir, si todo fuera como tiene que ser y pudiéramos dedicarnos a maternar, nos veríamos obligadas en cierta manera a parar y gozar de lo esencial.
Tanta presencia y acompañamiento choca con algunos (no pocos) de los saberes populares más extendidos: “si llora, no vayas y dejará de llorar” o “tiene que aprender a dormir solo”. ¿En la crianza, van ganando los mitos a las evidencias científicas?
Hay una avalancha tremenda, un negocio brutal, por ejemplo, con el sueño de los bebés. Se están patologizando conductas normales, de bebés sanos, solo por fines económicos. Se están cobrando barbaridades para adiestrar el sueño de los bebés, cuando los bebés no necesitan aprender a dormir. Ya saben, pero lo hacen a su manera. El sueño es un proceso madurativo. Los despertares, en las primeras etapas, son normales, que pidan la teta por la noche es normal, ya que les previene, por ejemplo, de la muerte súbita del lactante. Realmente no hay nada de malo en esos despertares, pero se nos dan mensajes de que esto es malo y me llegan muchísimas madres dudando de su instinto: “No sé si estoy haciendo bien dándole la teta de noche, no sé si es normal que se despierte tanto…”.
Y aparece la culpa.
Claro, porque se nos da el mensaje de que es culpa nuestra porque los estamos malacostumbrando. Pero ellos no hacen nada mal pidiendo que cubramos sus necesidades y nosotras tampoco hacemos nada malo cubriéndolas. A nadie se le ocurriría hacer andar a un bebé cuando todavía no puede, pues sucede lo mismo con el sueño. Varios estudios nos dicen que, si no respondemos a las necesidades de las criaturas, sobre todo por la noche, que es cuando más desprotegidas se sienten, el vínculo se ve afectado porque aprenden que nadie responde a sus llamadas. Es la indefensión aprendida. Dejan de llorar porque aprenden que es inútil, pero un estudio ha demostrado que el nivel de cortisol en el bebé (“la hormona del estrés”) sigue siendo igual de alto aunque no llore.
¿Necesita un bebé socializar con otros bebés?
Un bebé no necesita socializarse en un espacio donde haya otros niños y no estén sus figuras de apego durante los tres primeros años de vida. Esto no es acorde con sus necesidades. Son necesarias estas escuelas infantiles para que podamos conciliar con nuestra vida laboral, pero ni de lejos es lo que necesita un bebé de 0 a 3 años, que lo que necesita es a su figura referente con él durante todo ese proceso. La socialización ocurre en cualquier ámbito de nuestra vida: en el mercado, en el banco, en el parque con otros niños, con los abuelos, y ocurre de forma natural sin tener que forzarla. Es la presencia de sus figuras de apego durante esos años lo que va a favorecer la confianza necesaria para socializar con sus iguales más adelante.
¿Qué políticas hacen falta para que podamos pasar ese tiempo cerca de nuestros hijos?
Lo que necesitamos las madres son permisos maternales dignos, que se respeten como mínimo los seis meses de lactancia materna exclusiva que recomiendan las sociedades científicas. Volver al trabajo a las 16 semanas con un bebé dependiente de ti es muy duro. Hay estudios que dice que la salud mental de las madres es mucho mejor cuando se respetan los permisos maternales más largos y no se fuerza desapego temprano. Y después, que la familia pudiera elegir libremente cómo organizarse en los cuidados. Los permisos intransferibles han tenido su función, pero nos obligan a cuidar de una forma determinada, que no es como realmente necesitaríamos. Las madres acabamos cogiendo excedencias y nos empobrecemos. Lo que necesitamos no es separarnos de nuestros bebés para que socialicen, sino espacios y políticas para que las madres se puedan relacionar con otras madres. Necesitamos más espacios en las ciudades donde podamos compartir y hacer tribu.
Solo una madre puede entender a una madre.
Sí. El posparto es un periodo de la vida en el que te sientes muy sola a pesar de estar rodeada. Solo te llegas a sentir comprendida cuando tienes a otra madre delante que está en las mismas circunstancias que tú, porque piensas: ¡ostras! No estoy loca, ella también siente lo mismo y vemos que no estamos solas. En España nos cuesta salir a buscar esta tribu porque tampoco sabemos dónde buscarla, pero a veces la podemos crear, quizá tu tribu es una madre con la que quedar un día para tomar un café. Mientras los niños juegan tú hablas con una persona adulta que te comprende. Tener un hijo nos cambia la vida en todos los aspectos: familia, relaciones sociales, pareja, trabajo… Si dejamos de luchar contra esto podemos aprovechar este momento para expandirnos como personas. Mientras criamos a nuestros hijos, descubrimos un montón de cosas nuevas. Claro que puede ser bonito maternar.
5