Lecciones de la nueva paternidad: por qué nosotros no hablamos de lo bueno y lo malo de la crianza
Cuando vi asomar esa cabeza deforme, azulada, encajada todavía en el cuerpo de mi pareja, reconozco que sufrí una especie de trauma pasajero. ¿De verdad iba a ser así de horroroso ese individuo al que llevábamos esperando toda la noche? Cambiaría después, ¿no? Con esta forma de presentarse, entendí rápidamente todas esas películas que fantasean con criaturas imposibles expulsadas del cuerpo humano. A veces nos olvidamos de lo que somos, pero un acto tan salvaje nos pone delante de las narices nuestra naturaleza animal. Podía ser peor. Cuando salió por completo y arrancó a llorar, aquel ser extraño mutó para parecerse a mi suegro, que espero que no me esté leyendo.
Llevaba demasiadas horas esperando para esto, cansado y dolorido, con los dedos tronchados de los tirones por cada una de las contracciones que le venían a ella. Pero pensemos que ya no somos tan gañanes como para sentirnos protagonistas en estos momentos; antiguamente existía el estereotipo del tío que acudía a este rito más preocupado de no desplomarse en estos momentos que de prestar apoyo a quien de verdad lo necesita. A algunos el shock del alumbramiento les dura un tiempo. A mí se me olvidó pocas horas más tarde, al tenerlo en brazos, cuando lo empiezas a querer como si llevara ahí toda la vida. Antes incluso. Resulta más difícil explicarlo que vivirlo.
Hace no tanto todo esto terminaba poco después. Las visitas de rigor al hospital, brindis con los colegas -ellas en ese momento no beben-, un día para ir al registro y al siguiente, a trabajar. Que se ocupara entonces su madre. Hoy la nueva paternidad tiene carácter normativo. Yo pude disfrutar de 16 semanas de permiso, más otros 15 días de lactancia.
En mi caso, apuré todos y cada uno de los días que me correspondían, aunque cada cual hace lo que considera. Los autónomos lo tienen más complicado, a muchos el “capricho” de obtener unos ingresos mínimos les obliga a reincorporarse al trabajo mucho antes. Llama la atención que las mujeres tengan que seguir dando explicaciones en estos casos, cuando en los hombres se ve como inevitable. Yo acababa de agotar mi permiso cuando Ione Belarra, que no es autónoma sino ministra, adelantó la vuelta a su puesto después de haber dado a luz teniendo que justificarse ante los periodistas.
Nosotros, como la mayoría de parejas, nos dividimos la baja. Ella se reincorporó pasados cinco meses y medio, y ahí, amigos, es cuando vino lo bueno, cuando me quedé solo con él. Tras la lactancia materna exclusiva, tocaba darle las primeras papillas, enseñarle a comer, cambiarle el pañal cuando se manchaba hasta el cuello, intentar que durmiese mientras yo no podía y engañarle para hacerle creer que el mundo estaba lleno de otras cosas igual de maravillosas que el pecho al que había estado enganchado hasta entonces. Y eso cuando no se ponía malo, que pasaba bastante a menudo.
Es en ese momento de los cuidados cuando se establece un vínculo afectivo más estrecho con los hijos, lo dicen pediatras y psicólogos. No es que nuestros padres no nos hayan querido, o no nos hayan querido lo suficiente, pero seguramente fue distinto. La legislación te mandaba al trabajo, la sociedad te educaba en otra dirección y tú probablemente te dejaras llevar sabiendo que existía una red de seguridad materna.
Ahora, deberíamos estar en las mismas. O al menos igualarnos un poco. Y solo en ese instante en el que te cambia la vida pude empezar a entender ese discurso femenino actual que ha desvinculado el concepto maternidad del romanticismo. No se trata de ser héroes, ni de reivindicar que sabemos hacer lo mismo que han hecho miles de millones de personas -de mujeres, quiero decir- a lo largo de la historia sin presumir. Esto va de que llegamos muy tarde a compartir por igual las cosas más básicas.
Un debate por abrir
El año en el que nuestro cine se ha entregado definitivamente a las mujeres, las nominaciones de los Goya -no tanto los premios- consagraron esa nueva narrativa de la maternidad que ya es mainstream. Se ven en las penurias de Laia Costa para ser madre en ‘Cinco Lobitos’ o en la vida mucho más perra que Pilar Palomero retrata en ‘La maternal’. Ambas películas solo vienen a afianzar una corriente. Con la irrupción de nuevas autoras jóvenes en sectores antes más predispuestos a lo masculino, por decirlo de alguna manera, el cine y la literatura se han llenado de infinitas formas de metamorfosis maternas.
En 2021 el festival de Sitges premió la película ‘Lamb’, en la que una mujer da a luz a un cordero; en Cannes triunfó ‘Titane’, donde se mezclan lo humano y la máquina; y una de las últimas novedades editoriales es ‘Canina’, la historia de una madre transfigurada en perra. Son solo unos pocos ejemplos, los más radicales; y sin haber hablado de las muchas formas de diversidad familiar actuales. La maternidad está tan de moda que copa las librerías, recibe premios cinematográficos y se ha convertido en himno festivalero.
Antes otras mujeres advirtieron que había muchas más aspiraciones vitales al margen de la procreación, escribieron sobre la realidad paralela a todo lo bonito que te han contado, de las dificultades para quedarse embarazada y de los aprietos una vez que lo han conseguido. Los hombres no podemos comprender la experiencia brutal de un parto, pero tampoco solemos explayarnos en público sobre lo que viene después, como nos cuesta casi siempre con los sentimientos. Frente al 'boom' femenino, existe muy poca literatura masculina al respecto. Mi historia no tiene nada de dramática, ni siquiera de especial. Intento contar lo bueno y lo malo, ya que esa paternidad renovada todavía no ha afrontado estos temas. Parece más bien en fase de asimilación.
Hablo de los momentos de nerviosismo por la que se viene encima, de no saber si vamos a estar a la altura, de la angustia que generan ciertos cambios, del desasosiego, del desastre vital de los nuevos horarios, de la desesperación por la falta de sueño, de la inquietud por su educación, del futuro, de que este artículo haya tenido que retrasarse muchas veces porque el trabajo ya no es lo primero y de la incertidumbre de vivir hipotecado a un individuo que confía en que sepas darle lo que él todavía no es capaz de explicar.
También de lo que él te ofrece a cambio, aunque no lo verbalice y pueda parecer poco a ojos ajenos. Eso, ya lo he dicho, hay que vivirlo. Yo llevo así un año. Esto es muy subjetivo, pero no lo cambio pese a todo lo anterior. La crianza viene con el pack completo, con lo bueno y con todo lo malo que las madres llevan tiempo poniendo sobre la mesa. Igual nosotros no hablamos de estos temas porque aún el sacrificio de ellas sigue estando muy por encima. O porque tampoco nos han enseñado a reflexionar sobre ello.
12