En España ya es más habitual que una mujer tenga un hijo –sea o no el primero– a los 40 años que a los 25. En 2017, según el INE, nacieron 9.244 bebés con madres de 25 años y 12.993 con madres de 40. Los datos llevan años avisando de esa inclinación, pero hasta hace no tanto aún no se daba así. El momento en el que se invierten las tendencias se produce en 2014; en el año 2010, en plena recesión, aún era al revés: 9.778 madres de 40 años y 13.575 de 25. Desde hace cuatro años, ya son además más las madres de 40 a 44 que de 20 a 25 y las de 35 a 39 casi doblan a las de 25 a 29. Todo sucede dentro de un contexto de bajada general de la natalidad, tras el 'boom' de la migración de los 2000, y de cambio cultural.
España, además, encabeza el retraso en la maternidad en Europa y tiene la edad de tener el primer hijo más elevada del mundo. Lo recordaba el estudio La infecundidad en España: tic tac tic tac, de 2016: la media de la primera maternidad se aplazó de los 26 a los 30 años y medio entre 1985 y 2012. Actualmente ya está en los 32. “Ese aumento indica, en la práctica, un desplazamiento de la ventana de años en los que las mujeres se plantean tener hijos, para situarla en unas edades en las que la fertilidad decae de forma acelerada”, se lee en dicho informe desarrollado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). En él se pone el foco en que, en 2025, cuando las mujeres nacidas en 1975 cumplan los 50, se convertirán oficialmente en las más infecundas de todas las generaciones nacidas en nuestro país en los anteriores 130 años.
“Como se está retrasando la edad al primer hijo, si quieres tener al menos dos eso se aplaza a los 35 y 36 años. Así que cada vez más mujeres tienen hijos más tarde, con las complicaciones asociadas”, explica Albert Esteve, uno de sus responsables. ¿Supone esto un problema? “Lo es en la medida en que hay personas que hubiesen querido tener hijos, o más hijos, y, por no poder cuadrar el trabajo o por la precariedad, no han podido satisfacer ese deseo. No lo veo tanto como un problema demográfico: las sociedades se irán adaptando. Todos los países tienden a una menor fecundidad pero también a una esperanza de vida más larga, con más años de salud. Creo que la vida se puede reajustar y hay maneras de mitigar el efecto”, razona. Dentro de esa preocupación, el investigador de la UAB cita otra encuesta del INE, la de Fecundidad que fue avanzada a finales de 2018, que situaba en alrededor del 50% las mujeres de entre 35 y 44 que aducían motivos laborales y económicos para tener menos hijos de los que hubieran querido.
Esta década, la época en la que se ha terminado de retrasar la maternidad, ha coincido con los años de crisis y postcrisis pero “la tendencia se ve desde hace mucho más. El desempleo baja, pero el problema es que la precariedad no deja de crecer desde hace 15 años. Es decir, los años que uno pasa con empleos que no son estables se alargan y ahora se extienden a la franja entre 30 y 39 años, en mujeres pero también en hombres –lo cual influye en la decisión de lanzarse–. También se retrasa la edad de emancipación, hasta los 30. Así no consigues la estabilidad que te lleva a planteártelo. Lo que te pasa entre los 30 y 35 años tiene una repercusión brutal para tu potencial descendencia”.
El “doble mandato contradictorio”
Macarena tuvo a su primer hijo, Marco, a los 20 años; ahora él tiene 6. Marta a los 43; ahora Rubén tiene 7. Lo que cuenta la primera es que “no tuve ninguna ayuda, ni como madre joven ni como madre soltera. Pude seguir estudiando gracias a mis padres, pero ni siquiera tenía opción de poner al niño para que me contara para la beca, aunque fuéramos uno más en casa. La gente me ha cuestionado mucho por qué no aborté, o me ha comentado que un hijo a esa edad te destroza la vida. También hay quien me ha dicho que ojalá hubiese podido ser madre joven como yo. Yo no me arrepiento de nada”. La segunda admite que, de haber elegido, lo hubiese tenido “un poco antes”, sobre todo, por “la energía”. Lo que a ella le preguntan habitualmente es si es la abuela de Rubén, pero ambos lo llevan bien “y hay otras madres mayores en su clase”.
Esas dos experiencias casi en los extremos –menos de 19 se considera embarazo adolescente, con más de 45 sí aumenta exponencialmente el riesgo– ilustran de alguna manera lo que la socióloga y catedrática de la Universidad Carlos III Constanza Tobío llama “doble mandato contradictorio”: “Por una parte sigue vigente la idea de que las mujeres deben tener hijos; por otra, están las condiciones sociales en las que se tienen los hijos. No se facilita. No está resuelto cómo tener hijos de manera viable cuando se desee en el nuevo contexto familiar, laboral y social. Es así como aparece la maternidad tardía”.
Ella recuerda que no es tan relevante tener hijos tarde, “que no es nada nuevo, las mujeres que tenían ocho o diez niños a principios del siglo XX también solían tener el último en torno a los 45”, sino la edad al primer hijo. Y por eso para Tobío la novedad principal respecto a la fecundidad es que ahora “hay más mujeres que están explicitando, a todas las edades, que no quieren tener hijos. Aumentan las mujeres que no tienen hijos, pero también las que reivindican el derecho a no desearlos. Es un fenómeno todavía minoritario, pero, junto a la tardanza, revela que nos vamos liberando del supuesto mandato biológico de la maternidad”. Albert Esteve, sobre eso, incide en que “un 10% de mujeres no quieren tener hijos, pero acabarán sin tener un 25-30%. Esa diferencia es la franja que hay que estudiar”.
De las “madres añosas” a los embarazos sin riesgo
En un reportaje de Noemí López Trujillo sobre ir retrasando la maternidad hasta que quizá sea demasiado tarde, la ginecóloga María Rodríguez, de 33 años, explicaba que “a partir de los 35, la fertilidad baja porque se reduce la reserva ovárica, y además los óvulos tienen peor calidad. Mientras tengas la regla, te puedes quedar embarazada, pero por encima de los 35 y según te aproximas a los 40, cuesta mucho más”. Isabel Serrano, también ginecóloga pero ya jubilada y expresidenta de la Federación Estatal de Planificación Familiar, recuerda cuando en las clases de la Facultad de Medicina se referían a las madres de más de 35 como “añosas”, estableciendo ahí el límite para tener un bebé: “Con el tiempo la realidad se ha ajustado: en términos globales, un embarazo a partir de los 35, e incluso a los 40, 41 y 42, tiene un bajísimo riesgo”. Otro mito que se ha derribado en estas décadas es que las alteraciones cromosómicas van únicamente asociadas a la edad de la madre, cuando también tienen que ver con la del padre.
Pero Serrano sí argumenta, como Rodríguez, que el problema reside en que la reserva ovárica “se va reduciendo con la edad. Se comienza a notar a los 30, y desde luego a los 35 y 40. Así que nos encontramos con una paradoja: muchas mujeres retrasan la maternidad por las necesidades sociales confiando en que no pasa nada porque se pueden tener hijos. Pero está la problemática de la ovulación”. En ese momento, las opciones se reducen a la reproducción asistida, en muchos casos mediando ovodonación o criogenización de ovocitos: “La reproducción asistida está ahí pero no podemos plantearla para todo. Muchas técnicas caras generan, además, una situación de inequidad, en la que el acceso depende de los recursos que se tengan”.
“Estamos en un círculo vicioso, defendiendo cosas contradictorias: culpando a las mujeres de cierto egoísmo por retrasar la maternidad cuando el contexto nos dice que hay muy poca protección a la maternidad deseada. Hay cortapisas, se ve mal tanto a la mujer que quiere tener hijos pronto, como tarde”, continúa. En todo caso, opina Serrano, “no podemos decir que la situación sea alarmante. Tener un hijo a los 50, 60 años, sí que desde luego ya no es recomendable por salud, pero son minoría”.