¿De verdad las madres y los padres quieren a todos los hijos por igual?

Rocío Niebla

31 de agosto de 2021 22:09 h

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La máxima se repite de generación en generación: a todos los hijos se les quiere por igual. Pero, ¿es verdad o se trata de una frase que busca tapar un tabú, el de reconocer que hay hijos favoritos? Nos preguntamos si queremos a los hijos e hijas por igual, pero también si se confunde amor con afinidad, manía con quebraderos de cabeza.

Para el enfermero pediátrico Armando Bastida está muy mal visto decir que tenemos un hijo preferido. “Y sin embargo es lo más normal del mundo”. El creador de la plataforma 'Criar con sentido común' habla abiertamente: “Queriendo muchísimo a nuestros hijos, es normal sentir predilección por alguno de ellos. Y no debemos sentirnos culpables porque eso no quiere decir que dejes de querer a los otros, ni por supuesto que los vayas a tratar peor”. Bastida cree que a todos tenemos que brindarles el cariño que merecen: “Eso sí, debemos tener cuidado en no favorecer al hijo preferido por encima de los otros simplemente por ser el favorito. En este sentido, debemos ser lo más ecuánimes posible”. A partir de ahí, “la relación no tiene por qué ser igual con todos ellos, simplemente porque son personas con sensibilidades y necesidades diferentes”.

Elena Domínguez es psicóloga clínica y madre de tres adolescentes. Cree que a los hijos se les quiere por igual, pero “lo que no se tiene durante todo el proceso de maternar es la misma afinidad ya que cada uno genera distintas emociones”. “Siempre hay un hijo que te estresa menos y con el que te llevas mejor pero es importante comprender que las emociones que nos generan no siempre tienen que ser placenteras”. Las emociones que tenemos al criarlos a veces son contradictorias, confusas o intensas, y según la psicóloga eso es lo normal, “aunque se pretenda vender la crianza como un idilio”. Así que el amor es igual por todos pero “son las emociones que sentimos al interactuar con uno y otro, que cuando son más difíciles, más confusas o retadoras de manejar se confunden con el quererlos menos”.

Para Pablo Ruiz, padre de tres, maestro de primaria y parte de 'Alaya Difundiendo Infancia' hay dos vías distintas: “Tenemos que diferenciar entre el vínculo y la relación”. Cuando una mamá o un papá tiene una criatura, por el mero hecho del nacimiento “se genera un vínculo súper poderoso que hace que cualquier padre dé hasta la vida por ella: eso es amor, eso es querer”. Y, por otra parte, señala, “está la relación en la que aparece la afinidad, que se tiene menos o más dependiendo del hijo”. Así que, según el maestro, en ocasiones cuando comparamos el querer, lo que establecemos en realidad es una relación entre más o menos afinidad.

La culpa es una losa de piedra pesada durante todo proceso de crianza y para Pablo Ruiz es de lo primero que hay que expulsar del contexto familiar porque “debilita mucho”. Y con decisión dice: “A un hijo siempre lo vamos a querer y no se quiere menos a aquel con el que menos tiempo pasas, menos charlas compartes o menos ideas cercanas tienes”.

Conductas que incomodan

“Hay aspectos de la personalidad de uno que pueden hacerte sentir más próximo, pero no tiene nada que ver con el amor”, asegura la maestra y psicopedagoga Sonia López, que cree que a menudo la falta de afinidad con uno de nuestros hijos se debe a que “te recuerda a cosas de ti que no te gustan. O, todo lo contrario, si eres una persona ultra ordenada y tu hijo no se muestra así, es lo primero que vemos en él, lo que consideramos malo”. Las madres y los padres tendemos a mirar en ellos lo que más nos molesta de nosotros (o a nosotros) o bien lo que sea más diferente a lo que somos.

Tendemos a pensar que nuestros hijos tienen que hacer todo bien para que nos incomoden lo mínimo. “Hay veces que sentimos algo de desapego con los niños más inquietos, con los que nos suponen trabajo extra y eso es súper injusto hacia ellos”, nos cuenta Sonia López. Queremos que nos faciliten la vida haciendo todo a la primera, “porque como vivimos tan deprisa hay poco tiempo para acompañar desde la calma, así que nuestro estrés no nos permite pararnos a pensar que estas conductas de niños exploradores son totalmente normales y sanas”. Lo que hacemos los padres y las madres es ponerles la etiqueta de malos “y sentirnos más afines a los que menos problemas dan”, a los que nos hacen sentir tranquilos, a los que menos cuidados y atención necesitan.

Las madres y los padres intentamos comprender el mundo de los niños con ojos de adulto, mientras que ellos son seres autónomos y “hay que darles la oportunidad de aprender a ser y explorar desde su mirada”, afirma la experta, que señala que para que una relación sea sana tiene que partir de la aceptación: “Tenemos que asumir que con el hijo que tenemos menos vínculos, que sería el desordenado, tiene el derecho a serlo porque es pequeño y está aprendiendo. Si hay conductas que nos incomodan les empezamos a llenar de etiquetas negativas como, por ejemplo, caótico. Y no lo es, solo que está aprendiendo a ser. O si es adolescente, su desorden manifiesta los cambios psicológicos constantes que están aprendiendo a aceptar y es bueno que así lo sea”.