Recordarán mis sufridos lectores que con el coronavirus ya encima pero antes de que se decretara el estado de alarma, no me quedó más remedio que acudir a mi médico de cabecera por una crisis de irritación intestinal. Tengo todo el repertorio de enfermedades somáticas que se me pueden ocurrir: dermatitis atópica, caída del pelo, ansiedad y síndrome del colon irritable. Aunque seguro que hay alguna más que todavía no he catado y que ahí está, agazapada, esperándome. Probablemente no soy la persona más relajada del mundo. Tampoco es que sea nerviosa. Digamos que me atormento más de la cuenta.
Por otro lado, ¿cómo no somatizar enfermedades con estos escenarios catastróficos en los que vivimos? Desde la autoexigencia como madre y periodista en equilibrio precario hasta la vida en el estado de alerta, pasando por el sufrimiento animal, las relaciones familiares, las apariencias sociales, la necesidad de estar permanente informada, los residuos que se nos van de las manos, el capitalismo que aprieta, el envejecimiento, el miedo a la muerte y todos los libros que no me da tiempo a leer. Por resumir un poco. Supongo que a muchos y a muchas os es familiar.
El caso es que, en estos días, el dolor ha estado yendo y viniendo. La verdad es que aquella copa de vino que me tomé tras la involuntaria sugerencia del charcutero, no ha ayudado. Decía una amiga en Twitter, y otra la secundaba, que extrañamente a lo que habría imaginado, durante el confinamiento no le apetece beber. Que se imagina más tomando unas cañas en una terraza. A mí me pasa lo mismo, pero me imaginé saboreando ese oloroso Ribera del Duero junto a mi queso favorito y no pude evitar zambullirme en la fantasía. Y luego, como todas mis ensoñaciones, cuando se convierten en realidad pierden toda la magia. Si al vino le sumamos los cafés (descafeinados) con leche y azúcar que me estuve desayunando durante toda la semana, así como los yogures y el queso mencionado, me acabé convirtiendo en la peor enemiga de mi intestino. Resultado: vuelvo a estar fatal.
Es mal negocio ponerse mala en estos días. Mi cabeza terribilista (que diría mi psicólogo) me hace imaginar todo tipo de dolencias ocultas que asedian mi cuerpo desvencijado. No duermo por las noches y tengo delirios en los que aparece mi médico de cabecera envuelto en nubes de algodón. En mitad de mi insomnio de anoche leí entero el artículo del New York Times en el que la subdirectora de NYMag relata cómo está llevando la enfermedad de su marido por coronavirus. La Elena de hoy os dice que eso no fue buena idea, que no es lo que hay que leer cuando no podéis dormir. Os lo digo porque, además, no para de llegarme que hay mucha gente con insomnio estos días. Y no me extraña. No leáis artículos sobre el coronavirus por la noche, no leáis mi diario, leed mejor un cómic de superhéroes.
Volviendo a mis dolencias, que es un tema que me encanta, estoy prolongando el tratamiento que me han recetado, sin saber si debo hacerlo o no. Me he quitado los lácteos, el descafeinado y el azúcar. Y, de repente, me escribió N. Conocí a N. hace años cuando hacíamos un programa de radio. No nos vemos mucho, pero siempre me alegra saber de él y las movidas en las que se mete. La última de esas movidas no podía ser más oportuna. “¡Qué tal Elena!”, me escribe. “Nosotros, de confinamiento inquieto”. (Ese concepto me ha gustado, os lo dejo aquí para que sirva de inspiración). “Hemos montado con otros colegas del mundo digital y profesionales médicos citamedicaencasa.es”, me explica. Se trata de una sencilla plataforma que pone en comunicación a personas con problemas médicos que no estén relacionados con el coronavirus con médicos (profesionales colegiados) que voluntaria y gratuitamente se ofrecen a resolver dudas por mail o videollamada. Cuando N. me escribió hace tres días, tenían unos 25, repartidos en diferentes especialidades. Cuando escribo estas líneas, son ya 68. De esta manera, quieren reducir la sobrecarga de centros de salud y hospitales con consultas leves.
Si llego a haber fantaseado con algo así, no me habría quedado tan bien bordado.
Me pareció una gran idea pero al principio no pensé que tuviera que recurrir a ella. Hoy ya sí. Entre en la web, rellené el formulario y escogí la especialidad de aparato digestivo. Envié mi consulta y unas dos horas después tenía un email de un médico en mi buzón. Aunque me ha dicho que debo hacerme unas pruebas y ver al especialista digestivo, me advierte de que requiere tiempo y “no viene al caso en este momento”. Me contesta a lo que le he preguntado, analiza los síntomas y me aclara muchas dudas. Me ha indicado por dónde seguir, qué hacer. Y eso me ha producido una tranquilidad que antes no tenía. El primer paso para curarse es no entrar en pánico (como con la pandemia) y eso es algo que no se me da bien.
Gracias, N., por lo que habéis montado y gracias al médico que me ha atendido. El aplauso de las ocho de hoy también va para vosotros.
Por otro lado, espero dormir mejor esta noche. “¿Sabes qué es lo mejor contra el insomnio?”, me pregunta Alberto. Espero en silencio su respuesta: “hacer deporte”. La verdad es que lleva diciendo que vamos a hacer deporte todos los días desde que empezó el confinamiento, pero las esterillas siguen guardadas debajo de la cama, envueltas en polvo. Lo cierto es que acabar de trabajar todos los días a las ocho no ayuda. El caso es que hoy, a pesar de que sabemos que es importante hacer deporte en casa, Alberto ha tenido que subir a pedirle a los vecinos de arriba que moderen los saltos de su tabla de ejercicios, porque retumba toda la casa. Todo es complicado y hay que ajustarse a lo que tenemos. La entrenadora de baloncesto de Eleonor (mi hija juega en un equipo escolar de la cantera del Estudiantes) nos ha enviado unos videos para practicar con el balón en casa. No se los hemos enseñado todavía porque, después de lo que ha pasado con los vecinos de arriba, seguro que los de abajo acaban haciendo lo mismo con nosotros.
En fin, encontraremos la manera de reajustarnos sin saturarnos con los recursos que tenemos, como ha hecho N. con sus compañeros creando Cita médica en casa, buscando otras maneras para seguir adelante.
Los números nos tienen asustados porque los muertos en España por este coronavirus han superado a los de China. En nuestro país hay 47.610 casos confirmados de COVID-19; 216.771, en Europa y 375.498 en el mundo.