El miedo a salir de casa y dar explicaciones después de que mi bebé muriera en la semana 36
La maternidad se ha convertido en un mal sueño con final infeliz para nosotros, que esperábamos con entusiasmo a nuestro pequeño Miguel. Vivimos en un aletargado estado de tristeza ante el que sería el acontecimiento de nuestras vidas. La palabra clave de esta historia no deja de retumbar mis oídos: muerte perinatal. Un cruel desenlace de una embarazo feliz que sacudió la estabilidad de nuestra familia el pasado 24 de enero, precisamente en ese momento en el que esperar era para nosotros el mejor plan que se podía tener. En realidad, nunca pensé que esto pudiese suceder, pero lo cierto es que sucede con frecuencia.
La gente oye tu historia, pero no la escucha. Quizá porque duele o porque no estamos preparados para entender que la muerte se pueda dar cita en el momento crucial del ser humano, se ha convertido en un tabú hablar de nuestros bebés muertos. Pero algunas mamás lo hacemos, por nosotras y por las que no tienen fuerza para expresarse, porque estamos cansadas de que nos digan “que ya vendrá otro”, que resten identidad al hijo que parimos o que se atrevan a pensar que somos menos mamás por no criar.
Cuando la ginecóloga en una revisión rutinaria en la semana 36 nos dio la fatal noticia la vida se paralizó. Ese “lo siento, no hay latido” cayó como una mazazo sobre nuestra conciencia y, de repente, el contador se puso a cero y todo volvió a empezar. En las primeras horas tras la terrible noticia, me quedé en shock. Recuerdo que las lágrimas no aparecían porque creo que en el fondo no me creía lo que estaba sucediendo. Me hospitalizaron y provocaron el parto, que paradójicamente en mi caso fue rápido y cómodo aunque eso no es lo habitual en este tipo de casos. Tuve “suerte” dijeron... Pocas horas de dilatación, epidural y una hora de pujos para un piel con piel agrio, lleno de tristeza.
Recuerdo que el paritorio se congeló a las 23:52 cuando tuvimos la oportunidad Miguel y yo de enamorarnos de nuevo con nuestro bebé. Me estremezco al recordar aquel quirófano frío y silencioso en el que solo se me escuchaba a mí. Parir a mi bebé muerto ha sido el palo más grande al que me he tenido que enfrentar. Salí del hospital desolada, sin rumbo en la vida, y fue al llegar a mi casa y entrar en la habitación de mi niño cuando me derrumbé. En esos primeros momentos de convalecencia solo pensaba en que el día que me fuese de este mundo me encontraría con mi bebé bonito. Y eso me hacía feliz.
El tiempo ha pasado más rápido de lo que esperaba y es verdad que los días pasan y te vas acostumbrando a esta nueva vida que el destino decidió por ti. La baja de maternidad sin bebé es una de las putadas más grandes. Enfrentarse a una pérdida tan grande en una sociedad que no está preparada para un duelo del que nadie quiere hablar es mi día a día. Al principio tenía pánico social, porque me moría de la pena al pensar qué pasaría cuándo la gente de mi entorno me preguntase si el bebé ya estaba en casa. Salía con miedo y siempre acompañada y cuando notaba que alguien me iba a preguntar le interrumpía para anticiparle el fatal desenlace. Este duelo hiere el alma.
Durante el embarazo pasé el nerviosismo normal ante la incertidumbre de algunas pruebas médicas: las doce, las veinte semanas pero quién me iba a decir que sobrepasando la 36, cuando ya no te imaginas que puede pasar algo así, el parto iba a acabar tan mal.
Ahora veo la vida pasar desde la barrera de la incredulidad y la esperanza, construyendo poco a poco nuestros nuevos planes de futuro. Miguel y yo hemos decidido quedarnos con 36 semanas de alegría. Viajar ha sido para nosotros una buena terapia y para mí escribir ha sido liberador. Pensar que con mis reflexiones quizá pueda ayudar a alguna mamá guerrera, el día a día se hace más llevadero. Para eso he creado lelouiseblog.wordpress.com. Por las familias víctimas de la muerte perinatal, por la memoria de mi niño y por tantas otras estrellas que como él brillan en el cielo.