Después de un mes de confinamiento quien más y quien menos ha pisado la calle alguna vez. Un viaje al supermercado, llevar las bolsas de basura hasta el contenedor, el paseo del perro, quizá la farmacia, si es que no has tenido que moverte para trabajar. Salvo las niñas y los niños. Las preocupaciones por su salud física y emocional, que surgieron desde el principio, se acumulan: ¿quedarán traumas?, ¿por qué vuelve a hacerse pis en la cama?, ¿es esta sucesión de rabietas producto del encierro? La inquietud por los efectos en su vida, la controversia con las clases a distancia y las evaluaciones, los perros en las calles y los niños en las ventanas, o la ausencia de la infancia en buena parte del discurso ha llevado a muchas voces a cuestionar la forma en que los menores están siendo tenidos en cuenta en la gestión del confinamiento. ¿Nos hemos olvidado de que las niñas y los niños no son meros apéndices de las familias, sino que tienen derechos?
“¿Qué es la infancia? No sé de qué me estás hablando”. Con este juego irónico responde Mar Romera, maestra, especialista en educación emocional y defensora de los derechos de la infancia, a la pregunta. La experta se muestra muy crítica con una gestión adultocéntrica de la crisis. “Simplemente no se les ha tenido en cuenta para nada. ¿Significa eso que todo se ha hecho mal? No, pero los niños y las niñas no están siendo tenidos en cuenta como tales, son meras mercancías que utilizamos los adultos argumentando que lo hacemos por un bien”.
Romera no se refiere solo a la posibilidad de salir a la calle, que entiende como una decisión difícil que tiene que ir de la mano del conocimiento experto en otros campos, también a la gestión del curso escolar: “Ahora cierro el cole, pero ahora te califico. Ahora cierro el cole pero un 40% de población infantil o no tiene conexión o no sabemos dónde está ni en qué condiciones. Ahora cierro el cole, pero vamos a medir si saben a hacer operaciones con decimales, en lugar de hacer un acompañamiento emocional y de contención”.
Pero Romera también apunta al corazón de la polémica: “Se ha tenido más en cuenta a las mascotas que a los niños. No digo que los niños tengan que salir todo el rato, pero hay demasiadas medidas homogéneas y estamos abriendo una brecha tremenda”. La experta señala los casos de niñas y niños que viven en casas de pocos metros cuadrados, o sin luz solar o la posibilidad de moverse apenas. “En muchos casos estamos hablando simplemente de la necesidad de que te dé un poco la luz”.
Tania García, experta en educación con respeto y creadora de la escuela Edurespeta, lanza reflexiones parecidas: “El discurso político y social no ha sido respetuoso con los niños y las niñas, han sido los últimos de la fila una vez más. Y son las personas más importantes que tenemos, son los que van a quedar después en esta sociedad. Los animales tienen la oportunidad de salir a la calle aunque sea para hacer sus necesidades. Los niños tienen también esa necesidad exterior para cubrir su desarrollo óptimo”. García asegura que no se trata de dar vía libre para todos todos el rato ni de permitir ir al parque, sino quizá de “dar una vuelta a la manzana” respetando las medidas de seguridad e higiene para evitar contagios.
De la misma manera que se deposita cierta confianza en que los adultos cumplirán para no alejarse al hacer la compra o sacar a su perro, dice, se puede confiar en que alguien sabrá manejar un paseo de trescientos metros con un niño. Tanto por la salud de los menores, como “por que se sientan personas con derechos”. Si no hablamos de ellos, si ven que sus padres salen a comprar o al trabajo, si ven a los perros en la calle, pero ellos no se sienten atendidos, parece difícil, apunta, que puedan sentir que son seres humanos con derechos.
“Ni siquiera estoy completamente segura de querer sacar a mis hijos a la calle, estoy dudosa y quizás me faltan datos pero me saca de quicio este adultocentrismo total, la falta de atención, de medidas... Me escandaliza la sensación de ninguneo de los niños”, apunta la escritora Carolina del Olmo, autora de '¿Dónde está mi tribu?'. La infancia solo aparece para preocuparse por su futuro o como foco negativo de contagios al que temer, aunque lleven más de un mes en sus casas. “Y más allá de si en el futuro tendrán consecuencias, ¿qué pasa ahora? Los niños son seres humanos, no son solo proyectos”.
Los quioscos están abiertos y eso deja abierta la posibilidad de que alguien salga a comprar el periódico cada día. O el pan. O sacar dos veces al perro. Del Olmo se sorprende sobre esa distancia “entre lo que se considera razonable para unos y descabellado para otros”. Menciona también la ausencia de discurso o del refuerzo de recursos para abordar la violencia contra la infancia en tiempos de confinamiento.
El Comité para los Derechos del Niño ha alertado del impacto en la infancia del confinamiento y ha llamado a los países a “explorar alternativas y soluciones creativas” para que las niñas y niños puedan disfrutar de su derecho al descanso, pero también al recreo. Entre esas soluciones incluye la posibilidad de salir fuera de casa con supervisión de un adulto al menos una vez al día respetando los protocolos de distancia social y las medidas de higiene.
Efectos emocionales
La preocupación por los efectos del confinamiento en el desarrollo, los efectos psicológicos y emocionales, es normal, pero hay motivos para la calma y, sobre todo, un factor que marcará la experiencia: la forma en que lo vivamos y se lo filtremos los adultos. “Si hay un ambiente de mucha angustia y preocupación, ellos lo van a llevar peor. En general es cierto eso de que los niños se adaptan a todo, pero depende de la situación y, por muy bien que lo lleven, estar encerrados en casa a cal y canto no deja de ser complicado”, explica el psicólogo Alberto Soler. El movimiento y el ejercicio son necesidades básicas de la infancia, aunque Soler advierte de que lo son al mismo nivel que el respeto, el afecto, el ser escuchados y tenidos en cuenta.
Es decir, que de nada sirve centrarnos solo en el confinamiento si desatendemos el tipo de atención y trato que reciben los niños durante estas semanas. Soler no cree que el aislamiento vaya a generar traumas de por sí, aunque sí malestares. “Les puede generar también problemas el clima en casa y el trato que reciben durante el confinamiento”, explica. El psicólogo sí cree que salir a dar un pequeño paseo les beneficiará directa e indirectamente: por su bienestar físico y emocional y también porque puede ayudar a quitar tensión a las dinámicas familiares.
Niños que controlaban esfínteres y vuelven a hacerse pis en la cama, más irritabilidad de lo normal, preocupación, problemas para conciliar el sueño, pesadillas. Muchas familias relatan estos días los síntomas que ven en sus hijos. Tania García resume que en bebés pueden darse más irritabilidad, más despertares nocturnos, más demanda de pecho o brazos. Entre los 3 y los 6 años, algunos retrasos en su etapa: pedir que le den la comida cuando ya aprendieron a comer solos, explosiones emocionales, descontrol de esfínteres, que una actividad que les gustara ya no les interese. Entre los 6 y los 12, miedo, fobias, insultos, agresividad o también retrocesos, rechazar el contacto forzado con videollamadas.
“No quiere decir que hayan perdido autonomía ni que se olviden de lo que hayan establecido sino que son seres humanos y como todos tienen retrocesos en sus procesos de desarrollo. Todo cambio va a tener un impacto en los hijos y el cómo lo lleven va a depender de nuestro acompañamiento”, dice García, que aconseja respetar esos retrocesos o demandas, sin juicios, con paciencia y afecto.
También Alberto Soler insiste en que, lejos de haber una pauta unificada o algo que podamos esperar de todos los niños y niñas ante el confinamiento, los factores materiales -desde los metros de la casa a la luz que entre por las ventanas o la preocupación por llegar a fin de mes- y emocionales -la paciencia, la comprensión o las explicaciones adaptadas a su edad- se sumarán a la historia personal de cada cual para formar su presente en este estado de alarma y también sus posibles consecuencias vitales.