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No son vacaciones, son 'mataciones': criar y trabajar en verano hace que vuelvas más cansada de lo que te fuiste

“Mataciones” es un término polisémico (e inventado). Puede ser el resultado de unir maternidad y vacaciones. O puede hacer referencia a las vacaciones que te dejan muerta. Empezó a usarse hace unos años, de manera irónica, entre algunas divulgadoras y perfiles que hablan de maternidad, como Malasmadres, Tania Llasera o La Vida Madre. Se utiliza para denunciar desde el humor lo que es un hecho: la falta de medidas de conciliación que hace que los veranos se conviertan, en demasiadas ocasiones, en un puro malabarismo para las familias.

“Yo se lo escuché por primera vez a Tania Llasera, y me encontraba en ese momento de la maternidad en que estás criando a dos niños, uno ya con cierta autonomía y la otra todo el día encima de ti”, recuerda Aida Casanova, abogada de familia, experta en conciliación y madre de dos. “Mataciones son esas vacaciones con hijos en las que vuelves más cansada de lo que te fuiste, en las que no has recargado pilas, que es algo que se dice siempre cuando nos vamos unos días. Mataciones es no poder escuchar un podcast sin interrumpirlo treinta veces, o leer tres páginas de un libro con un ojo puesto en los niños y otro en tu novela. Es que tus niños se peleen entre ellos todo el día, o que uno de tus hijos trasnoche y el otro madrugue. Es echar crema a todos esos cuerpecitos antes de ir a la playa y olvidarte de echarte a ti”, explica la abogada, que reconoce que a ella misma este verano se le está haciendo complicado. Y bromea con que, algunas veces, se esconde en el baño “para encontrar algo de paz, aunque sea por cinco minutos”.

En una situación parecida se encuentra María. Vive en una gran ciudad, y en verano hace “encaje de bolillos”, como ella misma dice, para poder cuidar de su hijo, que va a cumplir 6 años. “La última semana de junio fue a un campamento en su colegio; las dos primeras semanas de julio, a otro diferente. Luego yo teletrabajo y se queda en casa, pero los días que hace calor es complicado. Al final se pasa la mañana frente a la tele, se cansa, yo también me enfado y acabamos discutiendo. Durante el mes de agosto, su padre y yo alternamos las vacaciones para poder cuidarlo, y los días sueltos se lo quedan los abuelos”. En su caso, hay mucho de cansancio y poco de disfrute durante el verano. “Me cuesta decirlo, pero estoy deseando que llegue septiembre, que empiece el cole y volver a nuestra rutina habitual”, reconoce.

Ambivalencia en verano

Paola Roig es psicóloga perinatal y divulgadora sobre maternidad. Para ella, el verano es una de las épocas donde más se manifiesta la ambivalencia materna: “La maternidad es maravillosa pero también es cansadísima. Adoramos a nuestros hijos, pero a veces no podemos más, y esto en vacaciones se pone aún más sobre la mesa porque convivimos todo el día con las criaturas. Por una parte nos encanta, lo deseamos durante todo el año, ya que tenemos unos horarios que nos permiten estar muy pocas horas con las criaturas. De golpe tenemos aquello que deseamos pero nos sentimos mal, porque ser madre en vacaciones implica que los pocos ratos de descanso que tienes habitualmente desaparecen. Estar con tus hijos sin descanso es maravilloso pero también puede ser agotador”.

La experta defiende que la ambivalencia aparece especialmente en esta época, pero no solo: “Es un sentimiento que nos acompaña durante todas las etapas de la maternidad, incluso antes de ser madres”, asegura.

A Paula, madre de dos adolescentes, esa ambivalencia la ha acompañado desde que sus hijos nacieron. “Al principio te dicen todo el tiempo que disfrutes, que el tiempo pasa muy rápido, y recibes los típicos mensajes de ‘solo vivirás 12 veranos con niños pequeños’. Pero es que luego el verano hay que pasarlo, los adultos tenemos como mucho un mes de vacaciones y los niños más de dos meses, así que es muy complicado conciliar y acabas agotada”, explica. Ahora que sus hijos son mayores, la exigencia física es menor, pero también tienen que planificar mucho más: “Hay que llevarles y traerles de las actividades, pensar planes familiares que les puedan seguir apeteciendo, cuadrar los días libres dentro de la pareja y ofrecerles cosas para que no se pasen el día con el móvil”, asegura. “Nos lo pasamos bien, tengo recuerdos maravillosos de todos los veranos, pero también nos enfadamos y nos cansamos más que durante el curso. Nos harían falta unas vacaciones de las vacaciones”, ironiza Paula.

“Con la conciliación en verano pasa algo parecido como con los Reyes Magos, pero sin la magia: son las madres, los padres y los abuelos. Por desgracia, aún no contamos con medidas de conciliación reales para poder cuidar de los hijos durante las vacaciones de verano”, denuncia la abogada Aida Casanova, y continúa: “Los campamentos valen mucho dinero, que no todas las familias se pueden permitir. Hay familias en las que optan por pedir una excedencia, porque sale más caro el campamento que su sueldo. Y somos las mujeres las que nos pedimos de manera mayoritaria la excedencia, con pérdida de sueldo y de oportunidades laborales. Pero muchísimas familias por desgracia ni pueden llevarlos a una escuela de verano ni pueden permitirse una excedencia, así que tiran de abuelos o reparten las vacaciones de forma que se turnen los progenitores para cuidar de los hijos”, explica.

Un análisis en el que coincide Paola Roig, que asegura que conciliar en verano “es un lujo”: “Todo lo que queda fuera del horario escolar es de pago, y muchas familias no se lo pueden permitir”, denuncia.

Algunas claves para mejorar la convivencia  

Con estas condiciones de partida, existen algunas recomendaciones que pueden ayudar a mejorar la convivencia familiar durante los largos meses de verano.

Sylvie Pérez, psicopedagoga y profesora de educación en la UOC, recomienda “mantener unas rutinas, pero que no sean las mismas del invierno”. “Para muchas familias los veranos son momentos de caos, por eso conviene mantener cierto orden. Como no tenemos el horario del trabajo y del colegio, todo va de manera un poco impulsiva y a salto de mata. Esto genera que la convivencia sea más difícil, porque sin previsión es difícil contentar a todo el mundo. Digo esto con mucho cuidado porque también estoy a favor de no controlarlo todo, de flexibilizar y de descansar. Pero para los niños es bueno mantener rutinas, como la hora de levantarse o de comer, que sepan más o menos cómo va a ser el día. Si ellos saben lo que va a ir pasando, eso regula a los niños y hace que no estén tan nerviosos. Así las vacaciones son menos caóticas para todos y la vuelta a la rutina será más fácil cuando se acaben”, explica.

Pérez también recomienda negociar y buscar planes y espacios que gusten a todo el mundo: “Tenemos que trabajar el respeto mutuo dentro de la familia, y tener cada uno sus espacios propios, que cada uno pueda hacer las cosas que le apetece hacer. Niños y adolescentes necesitan también ser escuchados, expresar qué les apetece, y a partir de ahí establecer ciertos pactos familiares”, propone la experta.

En casa de Rafa prestan atención desde hace años a este tipo de recomendaciones, y reconocen que el verano se les hace menos complicado. “Al principio, cuando los niños eran bebés, éramos un poco ‘hippies’ y pensábamos que en verano había que ‘fluir’, pero pronto nos dimos cuenta de que no es así. Aunque tratamos de ser flexibles y entender que en vacaciones se pueden hacer planes especiales de manera puntual, somos conscientes de que los casi tres meses que los niños están en casa se pueden hacer insufribles si no seguimos unas ciertas normas. Ahora que los dos están en primaria, por ejemplo, se acuestan casi a la misma hora que durante el curso, porque van a un campamento urbano por las mañanas, y en la medida de lo posible intentamos hacer planes consensuados y con cierto orden. Para nosotros ha sido la clave para no estar todo el día peleando, y aun así a veces pasa. La verdad es que discutimos más y nos agotamos más que durante el invierno”, confiesa este padre.

Para Paola Roig, otra de las claves para disfrutar de la convivencia en familia pasa por aceptar la ambivalencia: “Tenemos que bajar la exigencia y las expectativas, aceptar la ambivalencia. La mayoría de cosas de nuestra vida nos generan ambivalencia: nos puede gustar mucho nuestro trabajo pero a veces estar hartas, podemos querer muchísimo a nuestra pareja pero a veces odiarla un poquito… y entendemos que eso forma parte de la vida y no pasa nada. Pero con la maternidad, como llevamos tantos años con esta versión dulcificada, cuesta mucho aceptar que a veces mi hijo me cae mal. Y esto pasa muchísimo en vacaciones, que acabamos agotadas. Otras claves son también poner el foco en las cosas pequeñas —disfrutar de un desayuno juntos o de un juego con calma— y poner límites, por ejemplo decir: ‘Ahora necesito un rato para mí, ¿por qué no juegas un ratito tú solo?’”, concluye.