La obesidad infantil también es un problema de clase
¿Qué comida está más al alcance de la mano (y de los bolsillos) en nuestra sociedad: fruta y verduras o bollería? Una vuelta por el supermercado, las pequeñas tiendas de alimentación, el metro o incluso los hospitales nos lleva a una conclusión que puede resultar insólita. Porque lo cierto es que los bollos y galletas son omnipresentes y baratos en las estanterías de supermercados, en las máquinas de vending, en las tiendas de barrio, en la publicidad e incluso en los hospitales. Vivimos inmersos en lo que los profesionales sanitarios críticos, especialmente los dietistas-nutricionistas, llaman “ambiente obesogénico”, que se ve agravado por el hecho de que no haya fácil acceso a nutricionistas en la sanidad pública.
Uno de los colectivos más perjudicados por este ambiente son los niños y niñas y, especialmente, los de las clases empobrecidas. Según la Encuesta Nacional de Salud, la tasa de obesidad de hijos de trabajadores y trabajadoras no cualificadas (15,37%) triplica la tasa de obesidad de hijos e hijas directores y gerentes (5,41%).
Sílvia Romero Canals, dietista nutricionista y autora del blog Equilibra't, alerta de las consecuencias para la salud de esas tasas de sobrepeso y obesidad: “Hipertensión, diabetes tipo 2, lesiones en la piel, cardiopatías, trastornos osteomusculares, algunos tipos de cáncer, trastornos del sueño, bajo rendimiento escolar, estigmatización social, déficit de autoestima, depresión. En general, un deterioro de su calidad de vida (físico-mental) muy importante”.
Isabel González es enfermera de atención primaria. Por su consulta pasa población adulta e infantil. Reconoce que la obesidad infantil es ya un problema de salud pública, pero detecta una falta de conciencia sobre este tema. Para González, “el problema es que la mala alimentación no tiene efectos inmediatos y tangibles en la salud, no se ve la peligrosidad”.
Sílvia Romero lamenta que “se suele culpar al individuo o la familia en el caso de los menores sin tener en cuenta sus factores psicológicos, físicos o el ambiente que les rodea”, negando la dimensión claramente social de este problema, provocado por factores como “la presión de la industria alimentaria, la falta de educación nutricional e información, y que los productos ultraprocesados suelen ser más económicos que los frescos y saludables”.
Isabel González, por su parte, dirige su crítica “al entorno, la publicidad, la forma en que están colocados los alimentos en los centros comerciales, el etiquetado, que el nivel económico para que la persona pueda llevar a la práctica los hábitos de alimentación adecuados”. Critica especialmente el etiquetado de alimentos y reconoce que en consulta observa que “enriquecido con vitaminas y minerales” o “infantil” son dos reclamos que, en los paquetes de productos que se venden en las grandes superficies, llaman mucho la atención a las familias, que piensan así que están ofreciendo la mejor alimentación a sus hijos, porque está enriquecida o especialmente destinada a niños.
Numerosos nutricionistas reclaman que el acceso a información nutricional por parte de sanitarios especializados sea generalizado en la sanidad pública y protestan por esta carencia con el hashtag #SanidadDesnutrida. Es conocida la polémica de los sellos de sociedades médicas avalando galletas o incluso leches de crecimiento. La Asociación Española de Pediatría salió al paso de estas críticas en 2015 señalando en un comunicado que “no existen alimentos buenos o malos sino una alimentación saludable o no. En el caso de los niños hemos de conjugar idoneidad de la dieta y su aceptación por parte de los menores. La galletas –como otras formas de cereales– son buenos instrumentos para conseguir hacer una dieta variada y saludable. El Comité de Nutrición de la AEP considera que las galletas son un alimento sano si se consumen en las cantidades adecuadas y dentro de una dieta variada”. Dos años después, el sello se retiró de las galletas.
El argumento de la moderación y la idea de que hay que comer de todo se antoja como una rendija por la que se cuela el consumo frecuente de galletas y bollería por parte de la población infantil, especialmente en una sociedad en la que la información nutricional fiable que desmienta los poderosos mensajes publicitarios de la industria alimentaria parece más un lujo que un derecho de salud pública. Como señala la dietista-nutricionista Lucía Martínez, “con una tasa de obesidad y sobrepeso por encima del 50%, niños incluidos, seguís recomendando galletas con moderación. Insensatos”.
“Comer de todo hace tiempo que dejó de ser un buen consejo”. La enfermera Isabel González lamenta que “los profesionales sanitarios (médicos y enfermeros) necesitan actualizarse muy mucho en todo lo que es alimentación porque parte de nuestra función es dar educación sanitaria a la población. Pero hay ciertos aspectos que tienen que ser abordados por dietistas-nutricionistas”, especialmente, defiende, la actualización con rigor de las hojas con información sobre alimentación sana que se llevan las familias a casa. En algunas de esas hojas e “incluso en páginas web de la administración pública se siguen incluyendo las galletas y zumo como parte de la alimentación saludable”, critica.
Según datos del Informe de Consumo Alimentario en España 2018, si bien las parejas con hijos en edad media suponen el 13,98% de la población española, este grupo consume el 21,68% de la bollería que se vende en España. En cuanto a las galletas, las parejas con hijos consumen el 23,62%. El peso de los hogares con hijos de edad media en el consumo de frutas baja hasta el 14%. Además, según estima la ONG VSF Justicia Alimentaria, “en los últimos 20 años, nuestra dieta ha cambiado: el 70% de lo que comemos son alimentos procesados, altos en azúcares, grasas y sal”. El mensaje de la moderación parece, por tanto, interesadamente ambiguo.
Isabel González ha vivido por experiencia el fracaso de animar a padres y madres a cambiar los hábitos alimenticios de la familia: “Si yo pretendo que un niño pase de tomar galletas con cacao soluble azucarado a tomar un vaso de leche y un pan tostado integral con aceite de oliva, tengo un fracaso y los padres no vuelven, porque se sienten mal sabiendo que lo que están haciendo no es sano para su hijo pero se sienten incapaces de darle esa dieta de un día para otro”.
Por eso, le parece muy importante trabajar en prevención: “Lo importante es empezar desde que son pequeños, desde que una madre te dice si le puede dar cereales ya con cuatro meses. Hay que decirle que no se los dé, que no los necesita, por mucho que diga que lo ve en centros comerciales y farmacias. Y hay que explicarle que si a un niño le das alimento con cacao azucarado ya no le vas a poder dar ese alimento solo, porque el cacao azucarado le produce un umbral del sabor tan alto que cuando lo retiras el niño ya no va a querer comerlo si no está tan dulce. Hay que decirles que la leche con cacao azucarado está más rica para los adultos, que ya tenemos el paladar mal acostumbrado, pero un niño o niña no. A un niño pequeño le das un trozo de pan y un vaso de leche y es feliz” .
Si, ahora que iniciamos curso escolar, queremos adoptar en familia una alimentación más sana, Sílvia Romero nos transmite un mensaje claro: “Deberíamos reducir el consumo de bebidas azucaradas (refrescos y zumos) y de productos ultraprocesados y precocinados y aumentar el consumo de verduras, hortalizas y fruta (que deberían ser la base de nuestra alimentación)”. Romero va más allá y defiende “disminuir el número de horas de pantallas/dispositivos y aumentar la actividad física”, que dos de cada tres niños en España realizan de manera insuficiente. La nutricionista cree que es muy importante “que toda la familia tome conciencia y sea algo de todos, no solo del niño. Comer juntos (todas las comidas posibles), así como dar ejemplo es esencial”.
Pero vayamos más allá. Dado que estamos ante un problema social de graves consecuencias para la salud pública, ¿qué medidas habría que tomar para afrontarlo como tal? Sílvia Romero Canals lo tiene claro: las soluciones pasan por “incorporar a los Dietistas-Nutricionistas en el Sistema Nacional de Salud, prohibir cualquier publicidad dirigida al público infantil como ha hecho Portugal, aumentar los impuestos de ultraprocesados y refrescos y disminuir el de frutas y verduras, incentivar la práctica de actividad física e invertir en prevención”. Isabel González subraya que, además de actualizar al personal sanitario de atención primaria en este tema, “las autoridades sanitarias tendrían que hacer más trabajo para que los etiquetados de los alimentos fueran de otra forma y la gente pudiera ver de una manera más fácil lo que tienen delante”. Se trata, concluye Sílvia Romero, de tener “la voluntad política de actuar contra la industria que promociona el consumo de alimentos insanos”.