Que Internet ha llegado para quedarse parece incuestionable en un país en el que el 95% de menores de entre 10 y 15 años es usuario habitual. A pesar de ello, según datos del Instituto Nacional de Estadística, hay todavía 300.000 niños y adolescentes que en los últimos tres meses no han usado un ordenador. Y 140.000 que no han tenido ningún contacto con la red, unas cifras que muestran que la brecha digital en España existe y que describen una realidad en cuyo centro se sitúan “los mismos que sufren injusticias offline, los mismos que en su vida sufren discriminación” por motivos económicos, de origen, orientación sexual o discapacidad, entre otros.
Así lo explica Maite Pacheco, directora de Sensibilización y Políticas de Infancia del Comité Español de Unicef, que ha publicado el informe Los niños y niñas de la brecha digital en España, según el cual, los niños de la comunidad gitana, los de origen migrante y lo que pertenecen al colectivo LGTBI son los más vulnerables a los peligros de la red pero también, en la otra cara de la moneda, son para los que Internet puede suponer una mayor oportunidad en cuanto a integración y ejercicio de sus derechos.
Gabriel Díaz tiene 19 años y es activista trans. Como él mismo explica, Internet le ayudó a informarse en su camino personal: “Del tema trans yo no conocía nada y me daba miedo ir en persona a las asociaciones porque era aún menor de edad”. Fue la red la que le permitió acercarse a más gente que compartía sus procesos “de tránsito” así como a los colectivos LGTBI, y la que le llevó hace cuatro años a fundar un canal de Youtube donde compartir su experiencia y ayudar a más gente a través de su testimonio.
No todo fue positivo y, de hecho, el acoso y las amenazas de algunos usuarios en Instagram le llevaron a tener que abrir un perfil privado e incluso a denunciar. En su opinión, el anonimato hace de “escudo” en la red: “Yo no he sufrido acoso cara a cara, pero por las redes sí”. A pesar de todo, se queda con los comentarios positivos de muchísimas personas que, como cuenta, le han transmitido que gracias a él y a su ejemplo han avanzado en sus propios procesos. “Por esa parte es por la que sigo siendo visible”, asegura.
El caso de Gabriel evidencia otro de los puntos en los que el informe hace hincapié, el poder de la red como potente herramienta contra la desigualdad y como impulsora de los derechos de la infancia y la adolescencia. Salir del aislamiento, encontrar otros referentes, sufrir menos soledad o desarrollar el potencial propio son algunos de los beneficios del acceso a Internet y que han contribuido a cambiar las vidas de los colectivos más vulnerables.
Nora, estudiante marroquí de 18 años, afirma que siempre estará agradecida “a la existencia de Internet” que, en su opinión, tiene “un papel muy importante en la vida de los inmigrantes”, especialmente en lo que se refiere a la conexión con la familia o con el aprendizaje de un nuevo idioma.
Pero incidir en lo positivo no implica obviar otras realidades. Por ejemplo, que el 52% de los niños y niñas de entre 9 y 16 años ha visto imágenes sexuales online y offline y que el 32% de los niños y niñas de entre 11 y 16 años ha recibido algún mensaje de tipo sexual en el último año. Además, según datos recogidos en el estudio, al menos uno de cada cinco niños y una de cada siete niñas está implicada en casos de ciberbulling.
Una oportunidad de socialización
En el caso de la comunidad gitana, hay una cifra que llama la atención: el 22% de los jóvenes gitanos no tienen Internet en casa por motivos económicos, lo que, entre otros factores, convierte a esta comunidad a la que más dificultades tiene en el acceso y uso de las tecnologías. Ana María Segovia tiene 27 años y es activista miembro de la Fundación Secretariado Gitano. Como explica, para muchos niños y niñas, Internet es muchas veces un “lujo”, y, aunque es frecuente que muchos tengan móviles, la mayoría no dispone siempre de tarifa de datos para conectarse, lo que les lleva a veces a quedarse fuera del proceso formativo o a perder oportunidades de socializar. Algo a lo que además no contribuye el frecuente discurso de odio y “antigitanismo” al que esta comunidad tiene que hacer frente demasiadas veces en Internet.
Como explica Ana María, el reto está en hacer que los niños y niñas de la comunidad gitana, pero también las familias, vean Internet y las redes sociales como “un derecho y una oportunidad de aprendizaje y de socialización”.
En este sentido, Unicef cree que es necesario reconocer el impacto positivo de la tecnología sobre los derechos de la infancia, pero también trabajar en un nuevo marco normativo que regule Internet así como en un mayor impulso de los protocolos y estrategias de prevención y actuación sobre peligros como el ciberacoso, el sexting, el acceso a los contenidos no adecuados o la falta de privacidad.
¿Qué más hacer para potenciar ese impacto positivo de Internet? Educar y sensibilizar sobre los riesgos o promover la formación de competencias digitales tanto de los niños como del profesorado así como de las familias. Para Unicef es básica la cooperación de padres, madres, educadores, empresas, administraciones y, por supuesto, la propia infancia, especialmente la más vulnerable. Solo así se podrá, como dice Ana María, “dar la vuelta” a la visión negativa frecuentemente asociada a la red e ir cambiando poco a poco las cifras y, con ellas, las realidades.