Cuando una persona empieza una transición para vivir socialmente en el género con el que se identifica, no lo hace ella sola. La familia, las amistades, los compañeros de piso y el entorno en general también transitan. Lo sabe bien Lucía, que un día de hace siete años supo que su padre era una mujer e iba a empezar a visibilizarse como lo que realmente es. Tenía 12 años y toda una adolescencia por delante llena de dudas y sentimientos encontrados. ¿Qué significaba la transexualidad? ¿Cómo iba a llamarle a partir de ahora? ¿Qué suponía para su familia?
“Yo ya notaba algunas cosas, algunos detalles...Así que empecé a pensar que pasaba algo. Ya estaban separados y yo vivía con mi madre, así que me lo dijo ella. En ese momento recuerdo que sentí extrañeza, pero también pensé que no pasaba nada, que iba a seguir queriendo a mi padre igual. Sobre todo tenía muchas dudas y preguntas, sentía que había algo nuevo que me iba a tocar averiguar”, cuenta Lucía al otro lado del teléfono a sus 19 años.
Al poco tiempo la cosa cambió y las sensaciones de la joven comenzaron a debatirse entre la confusión y la vergüenza, hasta que decidió tomarse un tiempo sin verla ni hablar con ella. “En ese momento me venía muy grande. No entendía su cambio y no me sentía bien saliendo a la calle con ella y que fuera en falda, por ejemplo. Supongo que tenía muchos prejuicios...Pensaba en qué iba a decir la gente de mi clase o mis amigos y lo estuve ocultando mucho tiempo”, explica sobre Maribel, a la que sigue llamando papá.
La de Lucía no es una experiencia única. La realidad de las personas trans y sus contextos familiares da lugar a situaciones heterogéneas a las que ha intentado acercarse el estudio Investigación sociológica sobre las personas transexuales y sus experiencias familiares capitaneada por Lucas Platero y Esther Ortega y publicada a finales de 2017. Se trata de uno de los pocos estudios en España que aborda esta temática e incluye historias como las de Lucía y Maribel, que volvieron a retomar el contacto y actualmente tienen una buena relación.
Mejor con hijos más jóvenes
“Yo asumo que ella necesitara ese proceso de dejar de verme e incluso lo entiendo. Estaba convencida de que algún día se sentiría orgullosa de mí y así fue después. Hizo un trabajo en el instituto en el que explicó a toda su clase que su padre es trans”, explica Maribel.
En el otro lado, Carmen, una mujer de 55 años cuya realidad representa la situación contraria. Sus hijos, de 20 y 23 años no quieren saber nada de ella. “Quieren tener un padre como el que tenían antes, no quieren tener un padre que sea una mujer y mucho menos dar visibilidad a eso. Al menos de momento”, explica esta activista del colectivo LGTBI Cogam.
El estudio analiza la mayor aceptación social que, explica, experimentan los hombres trans con hijos, especialmente “si no se nota” que lo son, es decir, tienen passing. Esto “evidencia la misoginia que existe con las mujeres trans y su dificultad para pasar desapercibidas, lo cual genera mayor rechazo”. Por otro lado, lo frecuente en las entrevistas incluidas en el informe fue que las mujeres trans tuvieran hijos antes de la transición y los hombres tengan experiencias “más heterogéneas”.
El prejuicio social
Al igual que en todo tipo de familias, la diversidad de experiencias es la principal conclusión del estudio de Platero y Ortega, pero hay algunas cuestiones comunes: cuando los hijos son pequeños hay más posibilidades de una mejor aceptación, la mediación de la pareja (de haberla) y el colegio juega un papel fundamental o tener hijos e hijas es más común en mujeres que en hombres trans. “Los críos pequeños lo conciben como el estado natural de las cosas, se convierten en tus activistas favoritos”, dice Platero, sociólogo trans que tiene un bebé de pocos meses.
Es lo que le ocurre a Silvia, una mujer de 45 años que con su hijo de siete habla con naturalidad de su proceso de transición. En su caso, el foco de rechazo tiene su origen en otro sitio: “La sociedad no concibe que una madre como yo pueda tener un hijo. Lo noto cuando voy al parque o en el colegio, por ejemplo, donde veo las miradas, como si fuera una persona rara, loca, extraña...Lo ven como algo inmoral, como si pensaran 'son personas enfermas', ¿cómo les dejan que tengan un hijo?'”.
Y es que la ruptura que supone que la maternidad y paternidad no se asocien en el caso de personas trans con la biología y la naturaleza lleva a estas familias a lidiar cotidianamente con tabús y prejuicios tránsfobos. “A la sociedad no se le ocurre que las personas trans tengan hijos porque la representación de la transexualidad es muy limitada. Todo lo que se dice de las personas trans es que son trans. Esto conduce a estereotipos. En la escuela, en los servicios sociales, en campamentos... La gente no te espera y existe la presunción de que tener progenitores trans genera un impacto negativo en la infancia”, explica Platero.
Para Silvia esto es evidente cuando pasea por la calle con su hijo o en las discusiones que ha tenido con el profesorado del colegio madrileño al que va, donde sostiene que se habla de familias monoparentales y homoparentales, pero no de progenitores trans. “Uno de los últimos problemas fue que el Día del Padre hicieron al niño dibujarme a mí como una figura masculina”.
¿Él o ella?
Qué palabra o pronombre usar con los progenitores trans es otra de las cuestiones a las que se enfrentan sus hijos e hijas. De nuevo, la diversidad es la tónica dominante en este aspecto. A Silvia, su hijo le llama por su nombre y utiliza el pronombre femenino. Para ella es importante ser reconocida como lo que es: su otra madre. Y así se autonombra. “Los niños tienen una mentalidad muy limpia, sin ningún tipo de prejuicios. Cada vez me va haciendo más preguntas y yo se lo intento explicar sencillo. Cuando se lo conté le dije que yo era una chica aunque mi cuerpo dijera lo contrario”.
Para Platero lo fundamental es que “haya un acuerdo” y que este se vaya gestando conversación tras conversación. “Hay gente que incluso se inventa otras palabras –en inglés, por ejemplo, suele utilizarse MaPa–. El lenguaje tiene que servir para entendernos y sentirnos bien y a veces el vocabulario convencional no sirve para designar nuestra realidad. Forma parte de la caja de herramientas de las personas trans”.
Maribel confiesa que desde el principio le dijo a Lucía que siguiera llamándole papá. “No me molesta y es que no me siento su madre”, dice. La joven habla de ella en femenino, aunque a veces se le escapa alguna referencia a “él”. “Soy consciente de que es muy importante cómo nombrar y qué pronombre utilizar y voy ejercitando cada vez más que no me salga en masculino. Para mí sigue siendo mi padre, pero yo sé que no es un hombre, es una mujer”.